Las columnas de Hércules eran un elemento de la mitología grecolatina que simbolizaba la frontera física del mundo conocido. Más allá del estrecho de Gibraltar la concepción de una Tierra plana presuponía un abismo. Lo interesante era la frontera imaginaria a partir de donde el mundo se acababa. Nuestras vidas están llenas de tales columnas, líneas imaginarias que separan lo que vemos de lo que no. O dicho de otro modo, lo que queremos ver de lo que decidimos, en un proceso deliberado, ignorar.

Un juez sostiene que el partido de Gobierno se ha financiado de forma paralela a la ley. Esto ya ha ocurrido antes, con otro nombre pero en un contexto parecido. Y sin embargo apenas hay reacciones; es como si el principio subsiguiente de acción-reacción hubiese dejado de cumplirse por un tiempo. Se apela de forma constante a la resignación, al esfuerzo, al sacrificio; «es un momento difícil pero saldremos adelante» con el fin de lograr la condescendía de quienes, en todo caso, deberían escandalizarse.

Cada figura política acomoda este mensaje a sus masas. Resulta insultante que desde los hechos se sortee de forma tan descarada la ejemplaridad „no digo ya la ley„ que se presupone a las élites de lo público. El filósofo Javier Gomá Lanzón expone en su ensayo Ejemplaridad Pública ese distanciamiento entre la clase política dirigente y los ideales que, en teoría, deberían encarnar; las buenas costumbres democráticas y el uso virtuoso responsable de la libertad tanto en la concepción débil de la virtud „ausencia de dominación del individuo- como en su concepción fuerte-inherente a la persona por su condición de ciudadano„.

Llama escandalosamente la atención el autoconvencimiento casi generalizado de la generación de la Transición de que el orden de las cosas es el establecido. Que el estado natural de la política española es la corrupción, que los partidos seguirán siendo máquinas solapadas a la caja del dinero, en A o en B, sin posibilidad de cambio. Y en con este pensamiento, traducido a la continuidad costumbrista en el voto y la inacción, en realidad, proyectan hacia las estructuras de gobierno esos mismos vicios. Es cierto que en las últimas tres décadas no se ha producido un relevo generacional. Así como la mejora de la medicina ha aumentado la esperanza de vida el relevo en las instituciones empieza a estar sujeto a la incapacidad o deceso. Los que ahora están en primera fila son los que hace treinta años estaban en la sombra pero, al fin y al cabo, ya estaban allí. La innovación en los Gobiernos ha durado lo que tarda una familia en asentarse en su nueva casa. Después viene lo cotidiano.

El discurso desesperado por el modismo de la innovación es casi un aforismo político, un poco obsceno diría yo. La sociedad del conocimiento, de la investigación y el desarrollo. Colectivos empresariales e individuos que practican, obligados por las circunstancias cambiantes del medio, una renovación en sus forma mientras, paradójicamente, en la horizontal de la política tal renovación, incluidas sus estructuras, no se vislumbra.

Tan sólo pequeños apaños, la sociedad de los remiendos podrán acuñar en el futuro, alejados de la velocidad con la que se producen los cambios. En tanto que persistamos en mantener todas esas columnas ahí, trazando un límite ficticio de lo imposible, no habrá relevos, responsabilidades asumidas, limpieza e innovación en la forma de gobernar y practicar la democracia. Justamente lo que más necesita este país.