Vais por cualquier carretera en viaje hacia algún sitio y al pronto „si sois capaces de abandonar la autovía„ os sobreviene un pueblo, un leve asunto de vida inopinada. Durante un instante os cercará blandamente, curiosamente, y es porque habéis acontecido. Para aquellas gentes seréis algo hermoso y alejado. Os mirarán con larga mirada, aquietados en todos los quicios, desde todas las ventanas inocentes que no tuvieron tiempo ni malicia para ponerse el antifaz de los visillos. En verdad que no sois el cadáver de su enemigo ni sois, ciertamente, una carrera ciclista. Y, sin embargo, os mirarán de penetrante mirada, en silencio, apartándose de vuestro paso, dejándoos entrar en el pueblo hasta su hondura, tal vez con el secreto temor de que se os ocurra bañaros en agua caliente. Sólo si vuestros ojos tropiezan al acaso con alguna gallina impertérrita o con algún perrillo famélico y humorista caéis en la cuenta de que allí tampoco sois el Gran Capitán, sino quienes sois.

De todos modos, lo que uno quisiera hoy es juntar en una sola palabra de amor la diversa belleza y humildad de todos los pueblos de España. Entretejer lo disperso para saber apenas la recóndita verdad de estos pueblos a los que no ha ido jamás a jugar Nadal, ni tienen cobertura, ni son obligados a lo que hacen por el imperativo categórico. Los pueblos de España, innumerables como las sonrisas de sus habitantes, nacieron una tarde de domingo en la que un caballito de carrusel entraba en agonía y en alguna parte venía al mundo un titiritero. Uno desearía que os inventaseis magníficas historias y las creyeseis inmediatamente con la fe de los puros y los sencillos. ¿Sabéis, por casualidad, que al amanecer de un día de San Juan, hace más de mil años, se hicieron novios Alcalá de los Zegríes y la Puebla del Caramiñal, y se besaron? ¿Y a que no sabéis que Alcalá de Guadaira fue antes que pueblo el corazón de una naranja? Yo os aseguro que es preciso reivindicar todos los días para la belleza de estos pueblos de nuestra patria, sí, patria, sin susto ni vergüenza, ni nacionalismo erizado. Son algo más que geografía, que geometría y que ciencia económica, con ser la geografía tan hermosa. Son algo más que nomenclatura, con ser ella tan expresiva. Estaréis conmigo en que son algo más que un censo, un lugar para el mitin. Recodos de paz y de sabiduría. Vienen hacia nosotros y quedan atrás como una ráfaga, como una exhalación, desesperados de que así ocurra siempre, enemigos irreconciliables de las autopistas que los hienden y por donde todo llega para marcharse al punto.