Nunca más voy a tener miedo", dijo la madre de Tom Joad, "pero lo tuve". Y añadió: "Por un momento pareció como si nos hubieran derrotado. Derrotados por completo. Parecía como si no tuviéramos a nadie en todo el mundo, sólo enemigos". Y, sin embargo, continúa narrando Steinbeck, el miedo y la soledad, la angustia ante la desidia de los ricos, empezó a dar paso a la sensación de que los ricos, antes o después, desaparecen, mientras que la gente de abajo, nosotros, la sal de la tierra, seguimos surgiendo: "No te inquietes, Tom. Llegan nuevos tiempos (É) Nosotros somos la gente que vive".

La última marcha contra el paro, la precariedad y los recortes sociales, ha vuelto a recordar a los de arriba que la cosecha de la miseria es la indignación. La Red de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social advirtió hace casi un año que el 36% de los habitantes de la Región de Murcia se encontraba en una situación de riesgo de pobreza y exclusión social. Hoy, cuando la tasa de desempleo ha saltado el listón del 30%, la sombra de la pobreza debe planear sobre un porcentaje mucho mayor de murcianos. A principios de año, el secretario general de Cáritas, Antonio Sánchez, dijo: "Los pobres son cada vez más pobres". Y el coordinador de los Bancos de Alimentos de la Región y del Segura, Francisco José Calderón, añadió: "La gente no tiene para comer". Durante el 2012, Cáritas tuvo que atender a más de 100.000 personas. Los Bancos de Alimentos, a 170.000, un 35% más que el año pasado.

La situación de emergencia social es evidente. Pero a pesar del incremento de la desigualdad, el paro y los desahucios, las organizaciones que luchan contra la pobreza han denunciado que las políticas sociales de las Administraciones públicas se han reducido un 75%.

Estamos en las vísperas de un gran cambio. La naturaleza de este cambio fue descrita hace tiempo por el periplo existencial que Steinbeck trazó de los personajes de Las uvas de la ira. Hay en la novela un momento de revelación, que está representado por el descubrimiento de dos verdades. La primera, que los bancos deben ser refrenados. "El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar". La segunda, es que la gente de abajo tiene que dejar de confiar en que su salvación vendrá de la gente de arriba. "Si tienes problemas o estás heridoÉ acude a la gente pobre. Son los únicos que te van a ayudarÉ los únicos".

Desde el inicio de la crisis hemos vivido dos momentos cruciales para el proceso de empoderamiento de la gente común. Por un lado, el estallido del movimiento de ocupación de las plazas. Y por otro, el fenómeno extraordinario que ha supuesto la aparición de las plataformas contra los desahucios. En ambos casos se ha definido con absoluta nitidez la verdad que anticipaba el fantasma de Tom Joad. Hay que detener la codicia de los bancos. Pero esta codicia se ha enroscado de tal manera en la estructura del sistema, que aquellos que la alimentaron sólo pueden responder con desidia e inoperancia a las demandas de intervención de la ciudadanía. El monstruo se ha emancipado de sus creadores. Y puesto que amenaza con devorar todo lo que nos importa, nosotros y nosotras, la gente de abajo, ya no podemos permitirnos más permanecer en el papel de víctimas, llamando a las puertas de los de arriba para que se dignen a salvarnos si es que recuperan la cordura. La ayuda no llegará de arriba. El plan de rescate es la rebelión de los de abajo.

Lo único que nos separa de la Gran Depresión del 29 es el apoyo de las familias y la existencia de un Estado que garantiza ciertas prestaciones sociales. Pero ahora estamos asistiendo al espectáculo bochornoso de contemplar cómo las personas a las que la sociedad confió la importante tarea de proteger este soporte vital se dedican a enterrarlo. Una paletada. Cae la sanidad. Otra paletada. La educación pública. Otra más. Las prestaciones sociales. Durante los últimos cinco años, la actividad de los enterradores se ha vuelto compulsiva. Pero también lo ha sido la resistencia de la gente común. Nos hemos levantado. Hemos salido a la calle en manifestaciones mayoritarias. Hicimos marchas. Nos pusimos en huelga. Nos encerramos. Fuimos arrastrados por la Policía intentando impedir el desahucio de nuestros compañeros. Recogimos firmas. Gritamos exigiendo nuestros derechos hasta que nos quedamos roncos. Y, mientras tanto, los enterradores seguían echando paletadas de tierra sobre nuestro futuro.

El cambio que se avecina es un cambio de conciencia. La conciencia de los de abajo de que al final de todo, la única forma de que los de arriba dejen de echar tierra es arrebatándoles la pala. Y esa es la razón de la Convocatoria por el Cambio. No es un partido político. Es un manifiesto de personas que estamos convencidas de que la liquidación de los bienes comunes no se detendrá sólo con huelgas y manifestaciones. Hay que dar el paso siguiente. Debemos convocar a todas las organizaciones, personas y redes de la indignación para desalojar del poder político a aquellos que lo utilizan contra la democracia y el bien común. Éstos sólo temen una cosa: que nos pongamos de acuerdo. La cosecha más peligrosa no es la ira, sino la esperanza.