Me gustan los datos. Los datos nos dicen cómo se mueve el mundo. El último dato que he conocido, publicado en varios medios de comunicación, es que el número de personas ricas en el planeta Tierra ha aumentado un 5% en 2012, incrementándose en 8.700 personas, según la séptima edición anual del Informe sobre la Riqueza elaborado por Knight Frank. La riqueza de esas personas con alto poder adquisitivo -que son aquellas cuyo patrimonio neto suma un mínimo de 22,9 millones de euros-, creció un 2% el año pasado, hasta los 19,8 trillones -con t- de euros. Es decir, el equivalente al Producto Interior Bruto de un país mediano. Yo, desde luego, no sé dónde estaba cuando dieron en el colegio la lección de cómo ser rico, porque entre las bajadas de salario, el aumento de los impuestos y el aumento de precios, en el último año he perdido una media de un 6%. Un 19% en los dos últimos años.

A mí, en realidad, no me preocupa que aumente el número de ricos en el mundo, aunque me resulta algo extraordinario en una época donde la crisis económica y la miseria galopan a sus anchas. Yo entiendo que los empresarios (que son aquellos que pueden llegar a ser ricos) procuren tener beneficios. Esa es su finalidad. Para eso arriesgan su dinero y para eso emprenden. Respeto y admiro profundamente a los empresarios, sobre todo a aquellos pequeños empresarios que sudan la gota gorda para llegar al final de mes sin tener números rojos. Y los admiro y los respeto porque no cuentan con la ayuda ni de la Administración ni de los Gobiernos. Para ellos, todo son trabas. Sin embargo, para un gran empresario, para uno de esos empresarios que nadan en billetes, todo son facilidades.

Excepto algunas raras y admirables excepciones, los ricos que en el planeta habitan llegan a ser ricos gracias a tres causas principales: en primer lugar, a las relaciones que establecen con el poder -los bancos y los Gobiernos-; en segundo lugar, gracias a prácticas de mercado cuanto menos irregulares o abusivas y, en tercer lugar, gracias a la miseria que les pagan a sus trabajadores. Para comprobar estos tres aspectos, basta con tirar de hemeroteca. No hay caso de corrupción donde no aparezca ese trinomio 'poder político-banca-ricos empresarios'. Y eso que solo conocemos una mínima parte de lo que se cuece en los despachos públicos y privados. También podremos comprobar cómo, en no pocas empresas, la suma de los sueldos de los directivos es muy semejante a la suma de los sueldos de todo el resto de sus trabajadores. O, por ejemplo, podremos comprobar la ingente cantidad de expedientes y sanciones -que son menos de los que debería- a muchas grandes empresas por abuso de tarifas, el 'efecto lunes' de las petroleras, acuerdos de precios, restricciones de portabilidad, traspaso de clientes sin pedir permiso, vertidos, materiales defectuosos, prácticas anticompetitivas, prácticas de monopolio, carne de caballo o heces de chocolate.

Así que, a mí, en realidad, no me importa que en el mundo haya más ricos, ni tampoco que los ricos sean más ricos. Lo que me molesta es que su riqueza sea a costa de mi salud o de mi salario.