El Rey de España ya no se deja ver por Babia, sitio tradicional de jolgorio y caza de la vieja monarquía leonesa. Su majestad prefiere entretenerse ahora disparando al paquidermo en la lejana Botsuana, allá por el sur de África, donde el viernes se metió una leche y se partió por tres sitios la cadera.

En Madrid, un montón de expertos han participado esta semana en sesudos debates sobre cómo conseguir la felicidad, ardua tarea en estos tiempos de hundimiento de la economía y de la conciencia de clase. En este feliz congreso estuvieron desde el prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, hasta el primer ministro de Bután, el honorable Jigmi Thinley, según relatan las crónicas. Las preclaras mentes del Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo entre cuyos objetivos figura reducir la pobreza, parecen muy preocupadas porque vivimos demasiados años y ello supone, por supuesto, un gran desembolso extra para los Estados, que puede empujar un poco más al abismo las desastrosas economías del continente. Y por si fuera poco, un funcionario alemán de 65 años, ¡pásmense!, ha admitido en un correo de despedida enviado a sus compañeros que no hizo nada, absolutamente nada, durante los catorce años que trabajó como servidor público. Entretanto, el presidente de nuestro desnortado Gobierno huye de los periodistas para evitar dar explicaciones sobre el tajo de 10.000 millones en Sanidad y Educación. Y nosotros, fieles contribuyentes en el sostenimiento del Estado del Bienestar, mantenemos estos frágiles pescuezos en la guillotina salarial de Mariano Rajoy para evitar un desastre nacional, una debacle que nos lleve a una intervención y nos pongan, definitivamente, a pan y agua.

Pues ya ven como anda la basca en estos tiempos de dificultades, primas descarriadas y minijobs. Pero lo del Rey tirando al elefante, por más que haya ido en avión privado, a mí me ha dejado, de verdad, pasmado.