En infinidad de ocasiones utilizamos la palabra gente en un sentido despectivo y lo hacemos situándonos como si nosotros no fuéramos gente. Solemos tener una visión negativa y muy criticable de lo que la gente hace, piensa y siente. La expresión «es que la gente…» antecede a adjetivos que descalifican comportamientos y formas de pensar. Este talante crea en nosotros una separación, unas barreras con los demás, que a veces son individuos, otras veces son colectivos y en otras ocasiones es el genérico. Esta actitud favorece a nuestro sistema capitalista, porque todo lo que sea división, enfrentamiento y descalificación hace que no nos dediquemos a enfrentarnos con este sistema neoliberal salvaje y sin escrúpulos y estemos o bien ocupados en nuestras rencillas, diferencias o bien desanimados de experimentar lo que cuesta movilizar a la ciudadanía, víctima de la crisis financiera actual, para hacer frente a este monstruo.

Por eso, y por otras cosas, primero tenemos que aceptar que nosotros también somos gente y que tenemos que estar bien con nosotros mismos y a la misma vez querer a la gente. Las actitudes del cariño, respeto, valoración y reconocimiento son fundamentales en nuestras relaciones, en nuestras luchas y compromisos.

Percibo que muchas personas están desoladas, desorientadas, asustadas, que se les ha arrebatado su dignidad y se les ha introducido el miedo, sobre todo, con «no protestes, no luches, no reivindiques y sobre todo no te organices porque puede ser peor para ti y los tuyos».

A la gente hay que quererla, abrazarla, ofrecerle ternura y bondad y aportarle información sobre qué está pasando realmente, por qué y cómo hemos llegado a esta situación de deshumanización.

A modo de ejemplo, el documental La doctrina del shock, de Naomi Klein, ofrece una visión no oficial de cómo nuestra sociedad se ha articulado desde una economía capitalista que destruye las vidas y la vida misma, sin ningún tipo de remordimiento. Saber las causas nos conciencia y puede ser uno de los motores para la movilización.

La gente queremos vivir con tranquilidad, tener un trabajo que nos permita hacerlo con desahogo, disponer de un ambiente armónico y que no haya grandes sobresaltos en el transcurrir de la vida. Queremos disfrutar de las cosas, tener amigos, encontrar el amor y fundar una familia, incluso ayudar en determinadas circunstancias. Creo que hay mucha gente buena, anónima y que hace de la vida un espacio y un tiempo donde viven y dejan vivir.

Pero esto se rompe porque hay gente que es mala, mala gente; creo que son una minoría, pero muchos de ellos son los que tienen tal concentración de riquezas, que orientan las decisiones en su exclusivo beneficio, haciendo que la gente buena sufra enormemente y sienta miedo ante el futuro, además de lograr que muchas personas vivan su presente prácticamente sin esperanza. Y otra mala gente se dedica a obedecer y establecer medidas que perjudican una y otra vez a esa inmensidad de personas que sólo quiere vivir con sosiego, alegría y saborear la existencia.

Todos somos gente, hay que ayudar a la gente a despertarla de su apatía social, ayudarla a superar ese miedo que los sobrecoge y los inmoviliza, a decirles que sus vidas son importantes a pesar de estar parados, desahuciados, de su pobreza, de su vejez, de sus enfermedades… Esa es nuestra gran tarea, sensibilizarnos, concienciarnos para movilizarnos y transformar esa sociedad destructiva y autodestructiva que hace sufrir a la mayoría de la gente en todos los continentes y hacen de la existencia un lugar hostil y cruel.

Por todo esto, querida gente, sepamos unirnos para subvertir nuestra historia y que podamos decir al final como expresa la canción, «viva la gente donde quiera que esté».