España atraviesa la más grave crisis económica de su historia democrática reciente. Es una crisis arrasadora, que no se constata sólo en las cifras macroeconómicas, sino que desciende implacablemente a la vida cotidiana de las familias, de los trabajadores, de los empresarios. No es un consuelo que a este respecto no estemos solos en Europa cuando, además, en España se da una particularidad especialmente gravosa: el impacto de la crisis sobre el empleo, capítulo en el que se han pulverizado todos los récords de destrucción con casi cinco millones de personas en el paro y una tendencia al alza que aún no ha ofrecido señales de remitir. Por otra parte, la prima de riesgo de la deuda nacional se ha elevado hasta topes en que técnicamente se habría de producir el rescate que ya han sufrido otros países del entorno en el que nos inscribimos. En este contexto, los ciudadanos estamos convocados hoy a las urnas para elegir un Gobierno que prácticamente tendrá un único encargo: recuperar el timón del país, producir las condiciones para la creación de empleo y devolver la confianza a los mercados en nuestra propia capacidad de administración. El reto es enorme, pues todo esto deberá hacerse con cuidado de no modificar la base de los fundamentos del Estado del Bienestar, que más que nunca, en circunstancias como las actuales, todavía sirve de amparo para los reveses económicos que afectan a la mayoría de la clase media española y que, en la práctica, es la palanca que nos impulsa hacia el futuro. Está en las manos de cada votante decidir sin prejuicios ni determinismos la mejor opción que considere. Votar con libertad sigue siendo una conquista que no merece ser despreciada. Hoy es el día para hacerlo en conciencia.