Ningún individuo puede pasar unas horas sin estar conectado con nadie, por lo que el individuo ha dejado de existir. Este artículo llega tarde a la máquina que identifica una canción en cuanto suenan unos acordes, porque este prodigio de localización se halla al alcance de numerosos móviles, en cuya pantalla aparecen además el álbum y el intérprete. Con todo, podemos aventurar sin adentrarnos en la ciencia-ficción que GoogleMaps irá seguido de GooglePeople. Gracias a este ingenio, y sin más que perfeccionar los procedimientos de resolución facial, bastará con apuntar el teléfono hacia cada persona que se cruce en tu camino. De inmediato, dispondrás de su nombre y de un catálogo de sus actividades en este planeta, aunque venga de hincharse los labios o de practicarse un liposucción.

Internet suprime el patrimonio de la memoria y de la adivinación. Ansiamos identificar y ser identificados. Conocer ya no equivaldrá a recordar, GooglePeople jugará el mismo papel que los burócratas palaciegos, encargados de susurrar al oído regio los nombres de los súbditos a quienes se dispone a saludar. Una vez que todos

los rostros —7.000 millones de ellos— estén a nuestro alcance, no crecerá la fascinación que hoy nos inspira un desconocido. Al contrario, dejaremos de mirar, por el mismo mecanismo de hartazgo que nos impide disfrutar de una película o un concierto en su integridad.

Mi sugerencia era acoplar el artefacto de reconocimiento a las gafas de sol, para pasear identificando a cada transeúnte. También en el diseño se me ha adelantado Google, con la idea de llevar la memoria del mundo a cuestas Así lo demuestra un diálogo entre Sergey Brin y Larry Page, creadores del motor de búsqueda. El primero afirmaba que «veo a Google como una forma para aumentar tu cerebro con el conocimiento del mundo entero». A lo cual replicaba el segundo que «eventualmente tendrás el implante en el cerebro de modo que, si piensas sobre un hecho, te dirá la respuesta». ¿Y si pienso sobre un deseo?