Como es habitual cuando nos acercamos a la celebración de unos comicios, las encuestas electorales proliferan. En este tipo de sondeos, la opinión pública se revela como una fotografía, obteniéndose una instantánea de lo que piensan los encuestados en el momento en que son entrevistados. Pero los resultados de una encuesta electoral hay que leerlos siempre con cautela, teniendo en cuenta que la intención de voto puede cambiar desde que se realiza el estudio hasta que se vota, y además estimando la varianza según se decante el voto indeciso y el no cautivo; a la vez que ha de valorarse el nivel de confianza de los datos obtenidos. Para ello, se requiere de un método y un procedimiento técnico. Encuestas se dan a conocer muchas; sin embargo, la validez y fiabilidad no les viene porque sí, sino por la metodología que sigan. Toda encuesta seria debe publicarse con un ficha que la avale: en ella figurarán aspectos como el margen de error, el tamaño muestral…

La importancia del tamaño de la muestra se puso de manifiesto cuando, en 1936, la encuesta de George Gallup predijo la victoria de Roosevelt, sustentándose en un pequeño sondeo de base científica y demográficamente representativo. También en 1945 Gallup vaticinó en contra de otros comentaristas la victoria del Partido Laborista en el Reino Unido.

La utilidad de una encuesta electoral no es únicamente su capacidad de acierto sobre la intención de voto; también puede servir como una herramienta que oriente y documente las inquietudes y necesidades de los ciudadanos. Kennedy fue el primer candidato a la Casa Blanca que utilizó encuestas para perfilar su estrategia de campaña.

Usadas correctamente, las posibilidades son inestimables; pueden contribuir a una toma de decisiones bien informada.