Uno lee o escucha la expresión ´Objetivos del Milenio´ y siente un escalofrío. Hay combinaciones de palabras que provocan una sensación semejante a la de entrar en un templo. Que se achica uno, vamos, que se amilana (o se aminala, ahora no caigo), que le dan ganas de arrodillarse frente al misterio que tiene ante sus ojos. Objetivos del Milenio, ahí es nada. Hacer planes a diez siglos vista, viviendo como vivimos cuatro días, resulta, no sé, un poco faraónico. ¿Cómo se visualizan mil años? ¿Quién posee la capacidad necesaria para amueblar, siquiera imaginariamente, toda esa cantidad de tiempo? ¿Es sensato hacer planes para el verano del año 2050 cuando no sabemos si podremos pagar la letra del coche del mes próximo?

Pues no, no es sensato. De hecho, los planes demasiado ambiciosos se quedan siempre en agua de borrajas (qué rayos significará borrajas). Lo verdaderamente eficaz es proponerse llevar a cabo algo el martes próximo. Se entiende, claro, que debe tratarse de un proyecto realista. Uno no puede, por ejemplo, dejar de fumar, de beber y de salir por las noches el mismo día. En relación a la educación de los niños (y los adultos somos como niños), los expertos aconsejan fijarse objetivos humildes, pero constantes. Que el niño, por ejemplo, se quite el anorak y lo cuelgue de su percha al volver del colegio. Todos los días, eso sí. O que se lave las manos antes de comer. Pero siempre. Sería absurdo cargarle con una cantidad tal de tareas que le condujera a no realizar ninguna.

Mal asunto, pues, lo de los Objetivos del Milenio, por su grandilocuencia. La idea de acabar con el hambre en el mundo está muy bien y es muy necesaria, pero no debería ser un objetivo del milenio, sino del miércoles que viene. Sobre todo, porque es posible: bastaría, en efecto, con gravar todas las transacciones financieras del primer mundo. El milenio acaba de empezar y ya estamos, como ven ustedes, incumpliendo los objetivos que la ONU se propuso hace diez años. ¿Por qué? Porque las cosas importantes conviene hacerlas ya. Darse un milenio para rectificar es como esperar a la jubilación para escribir una novela.

En fin.