El presidente Valcárcel había decidido, veinte días antes de comunicarlo oficialmente, que no se iba a construir el denostado y finalmente fallido aparcamiento en San Esteban, según mantuvo en una conversación telefónica con Ángel Montiel (La OpiniÓn del 12 de diciembre). Lo había decidido ya, y no se lo comunicó a su consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, que mientras tanto llamaba 'esquizofrénicos' a los miembros de la plataforma de ciudadanos que se opusieron firmemente al desmantelamiento del hallazgo arqueológico. Y no sólo eso, sino que Valcárcel ha calificado como héroe al arqueólogo García del Toro, cabeza visible del grupo de esquizofrénicos, en la versión de Cruz.

¿Prepotente o cínico? La hipótesis de la prepotencia del presidente parece demasiado extravagante. No resulta muy creíble que Valcárcel hubiera tomado la decisión de no construir el aparcamiento y no se la hubiera comunicado de inmediato al alcalde de Murcia, permitiendo así que en el Pleno del Ayuntamiento celebrado día 26 de noviembre -después, por consiguiente, de la decisión in pectore de Valcárcel- se acordase desmontar y volver a colocar en superficie los restos arqueológicos encontrados. ¿Dónde queda ahora la resolución del consistorio murciano aprobando la construcción del aparcamiento? ¿No habría sido mucho mejor que Valcárcel, en lugar de comunicarle presuntamente al alcalde Cámara en un aparte durante una fiesta lo que había pensado, hubiera discutido serena y pausadamente con él la estrategia a seguir, para que el mismo Ayuntamiento que tomó una decisión en Pleno la revocase en Pleno? De ser verdad que Valcárcel había resuelto que no se construyese el aparcamiento veinte días antes de hacerlo público, habría mostrado también una enorme desconsideración hacia sus subordinados. Cómo calificar a un presidente que hurta al consejero concernido el sentido de su decisión permitiendo que él y, sobre todo, su director general, Enrique Ujaldón, desgranasen argumentos inverosímiles para justificar que se desmontase el hallazgo, cuando él ya había decidido lo contrario. Cabe preguntarse de qué se hablaba en las reuniones del Consejo de Gobierno celebradas en el intervalo de esos veinte días.

No es verosímil que un político experimentado como Valcárcel despreciase de esa manera tanto los procedimientos democráticos -la decisión de un Pleno del Ayuntamiento- como las figuras de un consejero y un director general de su Gobierno. Parece más verosímil que, desbordado por el desarrollo de los acontecimientos -un dinámico y valiente movimiento ciudadano, una intervención judicial prohibiendo la extracción de los restos arqueológicos, el interés que estaba despertando el asunto en los medios de comunicación e incluso en la Casa Real-, se vio obligado a tomar la decisión de no construir el aparcamiento y para disfrazar todo el cúmulo de despropósitos, Valcárcel decide aparecer como un mesías que resuelve el embrollo para ser jaleado como amigable componedor. Y para que su infalibilidad no quede en entredicho, sostiene que había tomado la decisión hace veinte días. A eso se le llama cinismo.

Según refiere Ángel Montiel, Valcárcel le dijo en la citada conversación telefónica: "Felicito también a la Plataforma y a los ciudadanos que se han movilizado, sin consignas políticas (la cursiva es mía), para defender el patrimonio de todos". El presidente se pone así a la cabeza del movimiento ciudadano para rentabilizarlo y celebra que no haya habido consignas políticas. ¿Qué puede haber más político -de polis, ciudad- que un grupo de ciudadanos alzándose en defensa del patrimonio cultural de todos que corría el riesgo de ser arrasado en aras de un interés particular? Claro que lo que Valcárcel celebra -y lo que le permite ceder sin mostrar debilidad- es que el papel de la oposición -léase PSOE- haya sido prácticamente irrelevante. Así ningún rival político puede blandir la nueva decisión presidencial como un triunfo, ni capitalizarla electoralmente. ¿Cómo no va a celebrar Valcárcel que en la movilización no haya habido 'consignas políticas'? Sin embargo, para la democracia es malo que eso haya sucedido. Es malo que el papel de la oposición -que, no lo olvidemos, es la fiscalización del poder- haya tenido que ser desempeñado por la ciudadanía. Quiero que se entienda que es bueno, muy bueno, que la ciudadanía haya asumido la defensa del patrimonio cultural y que haya impedido una tropelía no sólo infame sino que, de haberse consumado lo que ya se había iniciado, nos habría colocado en la cima de la barbarie analfabeta del Continente. Pero es malo, muy malo, que el principal partido de la oposición haya sido incapaz de articular con credibilidad y eficacia ese clamor popular. Porque los errores, las desidias y la incuria del poder deben ser controladas por una organización política estable que ofrezca un proyecto alternativo. Sólo la falta de liderazgo de la oposición, que se ha mostrado, una vez más, desnortada y zigzagueante en todo este asunto, le está permitiendo a Valcárcel erigirse en salvador del arrabal murciano del siglo XIII.

Los turiferarios ya han atufado con incienso a Valcárcel por la decisión que ha tomado. Pero, desgraciadamente, el caudillismo astuto con el que ha actuado en esta ocasión el presidente, pretendiendo permanecer au dessus de la mêlée primero, para descender después, no como parte del problema sino como su solución, no es política sino politiquería.

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