Cuando llegas a la frontera con la Comunidad Valencia por el río Segura, entiendes por qué Beniel será difícil que alguien la derrumbe. Se ha levantado una, dos, tres, cuatro y cinco veces cada vez que el Segura se ha llenado de recuerdos y tragedias, de casas inundadas y noches llenas de miedos y angustias. Y quizás ahí radica lo que me dice su alcaldesa, Mari Carmen Morales: «La gente de aquí tiene un encanto especial, quizás no tengamos recursos turísticos de primer nivel, pero la gente es increíble. Si algún día vienes a las Fiestas de la Candelaria, lo entenderás», me dice. Así que ya me he apuntado para el año que viene.

Quiere girar la ciudad para convertir el río Segura en su gran aliado, y, sin duda, acertará si lo consigue. En la parte de atrás de la ciudad está su futuro.

«La pandemia nos ha hecho pensar que nuestra relación con el río debe cambiar», me insiste Mari Carmen, mientras una vecina la saluda con mucho cariño cuando ella le pregunta por el bebé que está a punto de llegar.

Los Pinochos.

Y es que esta ciudad tiene una asignatura pendiente con su pasado, pero sobre, una deuda con su futuro. Mientras recorremos sus huertas, las noches con el ejército allí, en la DANA de septiembre de 2019, aún siguen latentes en su memoria. De pronto, le pregunto por su infancia, y el brillo de sus ojos cambia. Me habla de su barrio La Mota, de las Norias, de los Buñuelos, y de la generosidad de sus vecinos.

Antes de irnos a ver el río, pasamos por el Restaurante La Bellota, lugar de encuentro este año de pandemias y contagios entre familias que viven a caballo entre Orihuela y Beniel, entre Alicante y Murcia, y es que pocos lugares tienen el servicio que ofrecen en una Comunidad Autónoma y el aparcamiento, en otra. Un restaurante donde, por cierto, la limpieza resalta. Les digo a Angelín y a su hermana que me digan un plato único, un motivo por el que ir a comer allí. Lo piensan, se miran, al final, su paletilla triunfa, una paletilla que no puede superar los 300 gramos, lo que dice mucho de la minuciosidad de este restaurante. Pruebo antes de irme su ensaladilla rusa. Muy buena.

Josefa, Paquita y las Maru’s (María Eugenia, tía y sobrina) regentan el Horno de las Nona’s.

Su turismo deportivo tiene un futuro prometedor

Sin darnos cuenta y tras visitar La Fuentecica, que como diría el maestro Serrat, «no le vendría nada mal una mano de pintura», me veo paseando por el cauce del ‘Río Viejo’, como llaman aquí al antiguo cauce del río, y me enseña su reserva de caña judía, única en esta Región.

Por cierto, el turismo deportivo, sobre todo el relacionado con la bicicleta de montaña, tiene aquí un futuro algo más que prometedor; hace unos días, aquí se celebró el III Circuito BTT. «Queremos convertir este paraje en una referencia del turismo deportivo y de naturaleza», me dice su alcaldesa.

Las posibilidades de Beniel pasan sin duda por darle la vuelta a la ciudad. Salvando las distancias, si Barcelona cambió el día que la ciudad giró al mar, o Cartagena el día que aquellas murallas militares que ocultaban el Mediterráneo desaparecieron, Beniel tiene aquí su oportunidad.

Me doy una vuelta por la ciudad y me tropiezo con una auténtica barbaridad. Justo en estos días, la Plataforma Pro Soterramiento celebraba que por fin pueden cruzar las antiguas vías del tren sin miedo. Aquí, el AVE ha partido la ciudad, la ha mutilado, una lástima que a veces algunos pueblos pierdan y nadie se acuerde de ellos. Aunque estoy convencido que terminarán haciendo de la necesidad, virtud. No sé quién pensó y aprobó esta atrocidad urbanística, pero una cosa está clara, nadie pensó en el bien de la ciudad.

El Mojón.

Entre el enfado y la resignación, me acerco al Mojón y a Los Pinochos, mientras la alcaldesa va contándome historias de la ciudad, entre brazales y barrios, entre anécdotas y recuerdos.

Un olor a infancia

Desde que llegué, tengo entre ceja y ceja visitar el Horno de la Nona; antes de entrar, recorro las calles y plazas del barrio de La Mota, los saludos se suceden, hasta su madre se asoma al escuchar a su hija. Sin duda, Beniel es diferente. Ando por su paseo de las Moreras, mientras el río me acompaña con su silencioso pasar, una lástima que sea tan corto.

Al entrar a conocer a Las Nona’s, el olor me entra por los poros de la piel, hacía tiempo que no olía mi infancia. Hablar con las tres hermanas se convierte en apenas unos segundos en un curso de complicidad; Josefa, Paquita y las Maru’s (María Eugenia, tía y sobrina) me muestran sus productos artesanos. Así que, si deciden acercarse a esta localidad, reserven un trozo de su tiempo para ‘colarse’ en este rincón de olores y sabores, y prueben sus artesanales productos. Y si está cerrado, siempre podrán buscar su etiqueta roja en las tiendas y supermercados de la zona.

Los deliciosos dulces típicos de Beniel.

Llegamos al final de la visita, atrás quedaron demasiadas historias encontradas, la plaza que alberga la iglesia y el Ayuntamiento, que es un ir y venir de gente.

Es posible que Beniel no tenga un patrimonio histórico que enseñar, un casco viejo que pasear, pero tiene algo especial, quizás sean sus miradas, sus gentes, no lo sé, pero tiene algo.

Ah, y encima tienen la ciudad de Orihuela a tiro de piedra, y esto ya son palabras mayores, por lo que Beniel puede convertirse en la compañera de viaje perfecta de la que fuera la segunda ciudad en importancia del Reino de Valencia.

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