Pasando la Cadena

Guadañas sobre Ancelotti, Xavi y Simeone

El entrenador del Real Madrid, Carlo Ancelotti, ante el RB Leipzig en Champions.

El entrenador del Real Madrid, Carlo Ancelotti, ante el RB Leipzig en Champions. / Oscar J. Barroso / AFP7 / Europa Press

José Luis Ortín

Cuando luchas con semejantes por objetivos similares no puedes ni pestañear. Si vas por detrás, porque no llegas, si por delante porque te alcanzan y si al compás porque te adelantan. Y en el deporte más. Por eso, en el fútbol profesional, la primera misión de los entrenadores es avivar el espíritu competitivo de su equipo. Antes hay que configurar plantillas y después analizar rivales, definir estrategias y tácticas, etc., pero con el factor humano siempre presente.

Gestionar personas se confunde con barajar el ego de los grandes futbolistas, pero es mucho más que eso. Hasta en los modestos hay veintitantos jugadores tan distintos como necesitados de tratos específicos para alcanzar su mejor versión, potenciando habilidades personales y puntos fuertes en general, más allá de sus meras condiciones físicas y técnicas. En esa compleja diversidad radica una de las claves del éxito de cualquier técnico. Las otras están en la comprensión del propio juego, en conocer las limitaciones de su gente, en imaginar fórmulas para alcanzar metas, que suele ser ganar cuanto se pueda, y en saber en qué club está. La fortuna es otro factor diferencial. Ya preguntaba Napoleón por la suerte de sus oficiales antes de hacerlos generales.

Ancelotti, como los grandes entrenadores, ha sido un hombre de suerte. A Xavi le ha faltado porque alcanzó su sueño quizá antes de tiempo. Simeone busca la suya incansablemente cada temporada, mientras que a Míchel le está sonriendo porque ha estado en el mejor momento en el sitio adecuado. Esto es, coincidir en un club modesto con los mejores jugadores de su historia para alcanzar objetivos insospechados aplicando su sabiduría futbolística. Ha podido hacerlo, en definitiva, porque otros muchos no tienen tal oportunidad.

Sin embargo, hasta los mejores se equivocan. El desastre planteado por Ancelotti frente al Leipzig es impropio de sus conocimientos y trayectoria. Pero aquí también reside otro componente fundamental: ser humano. Y como tal, es prisionero de sus creencias más firmes. Una de ellas, empeñarse con Kroos de medio centro, como ya le ocurrió en su primera etapa madridista. Ni sirve para ese puesto cuando llegan las cuestas arriba ni le gusta jugar ahí. Ya lo declaró en una ocasión: «yo no soy Casemiro». Después vinieron el efímero Benítez, que lo vio claro, aunque se arrugó, y sobre todo Zidane, que diseñó su equipo con el brasileño y diez más. Y de ahí a la gloria.

Otra de las debilidades humanas más frecuentes es ser rehén de nuestras filias y fobias. Y Ancelotti tiene en Rodrygo una de sus querencias destacadas. Este brasileño le está fallando cuando más lo necesita, seguramente por falta de carácter, al contrario del otro, Vinicius, en el que sembró parte de su capacidad de persuasión hasta hacerle superar su gran carencia inicial: la falta de gol. Es una de sus buenas gestiones con la actual plantilla merengue, a la que deberá sumar ahora otra no menos importante. Corregir su idiotez innata, escondida hasta ser figura, enredándose con todo quisque y siendo pasto fácil de provocadores, para que se centre solo en jugar al fútbol.

Cuidadín con el final de curso, porque en el peor de los casos la celebrada renovación del transalpino puede ajarse en junio. Florentino también es cejudo.

A Xavi, la suerte que le acompaña con los jóvenes que pone y mantiene, su gran mérito y legado para el Barça, le está faltando con los veteranos. El año pasado le sonó la flauta con Lewandowski y Ter Stegen —máximo goleador y menos goleado—, pero esos pilares han flaqueado y su estructura se vino abajo demasiado pronto. Esta semana, el Nápoles puede ser su adiós. Si lo supera podrá cumplir su dimisión diferida. Si no, Puerta, Camino y Mondeño. Laporta no está para bromas.

Simeone lleva demasiado tiempo mezclando cal y arena. Y que dure, anhelará Gil Marín, siempre que clasifique al equipo para la Champions de sus cuentas; su gran objetivo. No ser Pupas ya es otra cosa. Lo ha conseguido el argentino alguna vez, pero el alambre sobre el que camina se destensa por momentos y puede pasarle factura. Parece que tiene descreída a la plantilla actual. Mal asunto.

Y chapó para Míchel. Tiene el sueño gerundense de la Champions cada vez más cerca. ¡Olé, para él y sus futbolistas!, aunque lo desmantelarán pronto. El City cavila.

Mérito extraordinario del modesto y guadaña inmisericorde sobre los grandes. La competitividad no tiene memoria ni aguarda ni perdona.

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