PASANDO LA CADENA

Hoy, por mundalerías

José Luis Ortín

Con el Mundial de Qatar maduro, destacan el orden exhibido en los estadios y la nutrida asistencia. Pero, apagados los ecos extradeportivos iniciales, toca hablar de fútbol.

España cayó en octavos merecidamente. El juego plano que propuso Luis Enrique está tan trasnochado como él. En los cuartos entre Francia e Inglaterra, las dos mejores selecciones sin duda, lo vimos claramente. Rara vez sacaron en corto desde atrás y el balón iba hacia adelante con ambición, en lugar de mamonear con él en la cansina horizontalidad de nuestros jugadores. Y como según el seleccionador siguieron en todo momento sus instrucciones, el suspenso hay que adjudicárselo fundamentalmente a él. Sin cintura para cambiar táctica e individualmente el planteamiento inicial ni planes alternativos ante lo que cabía esperar de los oponentes, por ya sufrido, Luis Enrique demostró a todo el mundo que está lejos de la excelencia técnica. Peor seleccionador español con los números en la mano, debe echarse un pienso y actualizar su libreto.

Y de paso, tampoco le vendría mal un curso sosegado de humildad, empatía y de comunicación social e institucional. Quizá aprendería valores como el respeto, la tolerancia, la educación y el equilibrio personal y profesional sin patochadas como las de su insólito programilla ni provocaciones en las ruedas de prensa que su cargo conlleva. Y mucho más representando a una nación.

El fútbol vuelve a sus orígenes y sobrepasa los juegos de laboratorio. La intensidad, la velocidad, la verticalidad y jugar con y sin balón hacia la portería rival, aparte del otro fútbol: cerrarse ante equipos superiores y desenvolverse al límite del reglamento, son perfectamente compatibles con las individualidades, que normalmente deciden campeonatos.

El nivel arbitral está siendo bueno y dejan jugar con acertada interpretación de la ley de la ventaja, evidenciando que es un deporte de contacto, amén de alargar los partidos lo necesario. A ver si este Mundial hace escuela y el arbitraje en general se olvida de pisoncitos, manotazos blandos y manos involuntarias, que son connaturales al juego, además de aprender que el VAR está para jugadas cruciales y no para interrumpir continuamente.

A Mateu Lahoz han querido crucificarlo los argentinos con menos educación que razones. Tal y como fue el partido, en lugar de dieciséis tarjetas amarillas, debió convertir algunas de ellas en rojas para hacerse con el partido. Varias a suplentes de ambos equipos y a jugadores albicelestes. Si lo hubiera hecho, con media docena de amarillas le habría bastado. Paredes debió irse a la calle, por ejemplo, por su balonazo intencionado al banquillo holandés. Messi, también; le perdonó una amarilla clamorosa —salvo que pitara falta antes— por jugar voluntariamente con la mano, cuando unos momentos antes había hecho lo propio con un defensa contrario, aparte de calentar a los espectadores con quejas continuas y aspavientos. Y eso sin contar que señaló un penalti dudosillo enseguida a favor de los de Scaloni. Lo era, pero si hubiera tenido algo en contra de ellos, como se hartaron de decir después, se lo pudo ahorrar.

Los argentinos deberían ser conscientes de que tienen una selección justita, salvando al portero, y que su única baza es Messi, que cuando se deja de pláticas y se dedica a jugar, aunque sea andando, sigue entre los tres mejores del mundo.

Los bailongos brasileños también cayeron justamente. Y con ellos, un seleccionador que demostró su incapacidad para sacarle brillo a una hornada de futbolistas excelentes. De haber hecho un equipo en lugar de una simple colección de ilustres, Brasil le hubiera ganado sin demasiados problemas a una Croacia normalita con algunos notables, por mucho que Modric diera otra lección impagable de fútbol; distinción eterna.

La Portugal del tristón Santos y Cristiano también mereció su eliminación. Los dos viven del pasado. Ni el técnico está para estos trotes ni el goleador para más glorias. Los sorprendentes marroquíes les jugaron como a España, lo que debería haber servido al seleccionador luso para buscar antídotos. Y tiene más delito porque el nivel de sus internacionales es superior al de los nuestros. De muestra, Leao, al que ha sacado solo a ratos, sería aquí titular indiscutible, salvo que nuestro mal encarado lo despreciara, como a algunos delanteros españoles muy aprovechables.

Y un pronóstico, Francia ganará su tercera estrella con Griezmann estelar. Hasta la suerte le acompaña: un gol de rebote y un penalti errado por Inglaterra. Aunque, ojo, también hay que extraer conclusiones del eficaz marcaje de Walker a Mbappé; el mejor del mundo, irrelevante.

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