A diferencia del acto protocolario de esta mañana, Pedro Acosta fue dueño y señor del escenario en el acto del Puerto de Mazarrón. El joven piloto murciano se sintió en su salsa y conquistó a todos con su humor natural. Hizo de showman delante de sus amigos, familiares y vecinos y buscó la complicidad con gran parte de su staff. Y lo consiguió. Vaya si lo consiguió. Surgieron conversaciones cómplices con su madre -que demostró que es la que sigue mandando por muy campeón del mundo que sea-, su abuelo, su padre, y el resto del equipo que le ha acompañado para alzarse con el título de Moto3.

Desde antes del comienzo, ya se veía que iba a ser un acto más rudimentario que el de esta mañana. Decenas de integrantes del club de fans de Pedro Acosta daban calor a una tarde que empezó torcida por la lluvia y por el viento. La peña, que leva animando a Pedro Acosta “desde que era un enano”, no le iba a dejar solo en su celebración más importante. Capitaneados por Tomás Villagrada, su presidente y amigo de la infancia de Pedro Acosta sénior, organizaban y ultimaban los detalles de la celebración. Eso sí, sin dejar de lado el buen humor característico de una concentración motera. Tomás es el socio número cero de la peña, el fundador. Empezó con 14 personas y ahora ha tenido que cerrar el cupo de integrantes, con más de 600 personas, por problemas de aforo en el restaurante Siena, el epicentro de las concentraciones. Pero en palabras suyas, “se volverá a abrir el cupo para la temporada que viene”.

A Tomás se le veía preocupado, al igual que al resto de los integrantes de la peña. El tiempo no invitaba a salir de casa y, a falta de media hora, el ambiente todavía no era muy fluido. Todo el esfuerzo del diseño de esta celebración podía irse al traste por la lluvia, que era una amenaza constante. Pero el fenómeno Pedro Acosta superó a todos los inconvenientes que se cruzaban por el camino. A la llegada de Acosta al Puerto de Mazarrón, sobre las 16.30 horas, la gente ya se acumulaba e invadía las vallas de seguridad. El primer acto de la tarde era el de sellar sus manos sobre el paseo del puerto. Llegó en un Chevrolet ‘retro’ típico de los 80 rodeado de un ensordecedor sonido de motores provocado por la caravana de motos y quads que le rodeaban. El pitido era insoportable a corta distancia, pero en la fiesta de Acosta todo valía.

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Mazarrón se vuelca con el fenómeno de Pedro Acosta Francisco Peñaranda

“¿Habéis venido a verme otra vez?”, preguntaba Acosta al reconocer a un vecino. “Pues claro que sí”, respondía. Cercano con todos sus fans y con gente de casa, Acosta mostró su mejor versión. La versión de un chico en edad juvenil que tiene más ganas de juego que de actos protocolarios.

Dejó sus huellas para siempre en el paseo del Puerto de Mazarrón. Pero no fue a la primera, sino a la segunda. Y eso que el encargado de poner el cemento le advirtió que no apretara demasiado. Acosta pasó olímpicamente, no salió bien, como había adelantado el encargado y se tuvo que repetir. Misión cerrada con éxito.

Ahora tocaba lo que más le costaba: coger el micro y saciar a sus fans. Aceptó el rol encantado, sin síntomas de cansancio ni del resfriado que le atormentaba por la mañana y se dispuso a ello. Fue de gran ayuda la presencia de Sete Gibernau, Àlex Crivillé y Carlos Checa, que desviaron un poco los focos del mazarronero e hicieron que pudiera respirar.

Una vez ya en el escenario, comenzó el verdadero show de Pedro Acosta. Se quitó la máscara de niño bueno y se comportó con una actitud ‘macarra’, en el mejor de los sentidos, que levantó las palmas del público en varias ocasiones. Acompañado de Juan Cervantes, los tres pilotos como invitados estrella y precedido de un enérgico speech -por definirlo de alguna manera- de Jaime Alguersuari se presentó en el escenario. Agarró el micrófono y, por sorpresa, no lo soltó en todo el resto de la ceremonia. Esta vez sí quería ser el protagonista. Fue subiendo a sus familiares y cuerpo técnico al escenario y bromeó con ellos hasta el punto de ponerlos en evidencia varias veces. Fue recíproco. “No sé si eres más peligroso con el micro o con la moto”, le decía su inseparable entrenador Paco Mármol entre risas. “Tenemos una relación de amor-odio, pero nos queremos más que nos odiamos”, decía Acosta.

Con la voz rota por todos los actos que ha tenido durante esta semana, siguió con su show. Vaciló a su abuela y ésta le recordó que era un demonio. Con su madre Mercedes, la relación no ha cambiado a pesar de ser un campeón del mundo. “El título no vale de nada con mi madre. Cuando fui campeón, llegué a mi casa y me dijo que aquí no había campeones y que me pusiera a trabajar”, entre risas.

Después de multitud de risas y de tener un público entregado por la sencillez de un campeón del mundo, el espectáculo se cerró con una tradicional pirotecnia. Un día largo, redondo y merecido para el campeón. El show de Pedro solo acaba de empezar. Y es que el lunes empieza a rodar con su nueva Moto2. Trabajo sin descanso es el que le ha llevado a estar donde está, el que le ha hecho hacer historia y el que, posiblemente, de seguir por este camino, le haga conseguir muchos títulos más. Talento y tiempo tiene de sobra.