Hasta el minuto 77 solo podía haber un equipo ganador en el derbi, y ese era el Real Murcia. Como en las novelas policiacas, todas las pistas iniciales señalaban al mismo protagonista. No había sido un gran partido. Los jugadores parecían impregnados de la cordialidad de la que sus jefes habían presumido a lo largo de la semana. Y el gol de Dani Aquino desde el punto de penalti destacaba en un marcador que parecía condenado a no moverse. El golpe inicial de los granas sería suficiente para resolver el derbi. Los de Munúa ni habían comparecido en el área defendida por Mackay. Sin embargo, los amantes de la literatura negra saben que nunca hay que dar nada por supuesto.

Solo hay que leer a Arnaldur Indridason, Camilla Lackberg o Stieg Larsson para estar más que avisados. Pero estos autores parecen no estar entre las preferencias de un Manolo Herrero que, traumatizado por la falta de gol, ni se enteró de que su equipo mostraba los mismos síntomas que esos bizcochos que se vienen abajo cuando abres el horno antes de tiempo.

Tras el descanso no apareció la presión alta que le había llevado a dominar la primera parte. Ni los robos de balón. Ni la superioridad en el centro del campo. Tampoco los balones largos a Dani Aquino. Solo sobrevivían los granas por la inocencia de un rival que se empecinaba en cortarse a sí mismo las alas. Pese a disponer de Santi Jara y Elady, los albinegros agachaban la cabeza para intentarlo una y otra vez por el centro, siendo una presa fácil y apetecible para Charlie Dean y Hugo Álvarez.

Pero eso terminó cuando Manolo Herrero entró en acción con sus cambios y cuando Gustavo Munúa se dio cuenta del regalo de su enemigo en el banquillo.

No había acertado el entrenador albinegro en el planteamiento inicial del choque. Todo se había puesto en su contra. Sus futbolistas se sentían ahogados por la presión grana y por su empecinamiento en la conducción y en utilizar los caminos con más tráfico. El nerviosismo de Ayala y Moisés tampoco ayudaba. No hacía falta ni desnudarlos, ya venían desnudos de casa. Solo había que ver el daño que hizo Dani Aquino en los primeros minutos.

Aunque el murciano fue el cuchillo de doble filo con el que atacaba el Real Murcia, Héber Pena fue el primero en poner a temblar al cartagenerismo. Se probó con un disparo intencionado, pero se estrelló con el larguero. Posteriormente Cordero salvó en la misma línea de gol el tanto del Torito. No falló Aquino dos minutos después (12). Ayala le frenaba dentro del área y el colegiado señalaba penalti. No se lo pensó el ídolo murcianista. Colocó el balón, apenas tomó distancia y engañó a Costa.

Ni un cuarto de hora había necesitado el Real Murcia para demostrar que en un derbi no hay favoritos. Venían los granas cabizbajos por los últimos resultados y se convirtieron en el cazador que sometía a su presa y jugaba con ella como quería. Con un trivote en el centro del campo, a Cordero le costaba respirar, mientras que Vitolo apenas aparecía. Las ayudas de Héber Pena y Josema también se hacían imprescindibles, al igual que un Maestre que se incrustaba entre Charlie Dean y Hugo Álvarez para acabar con cualquier posibilidad de ataque de los albinegros. La cabezonería de Moyita por jugar él solo, como si sus compañeros no existiesen, y la fuerte defensa a Elady, al que le pudo la presión, tampoco ayudaban a un equipo visitante que vio como la primera parte pasaba sin ser capaz de ni oler a Mackay. Solo Cordero y Santi Jara intentaban unir fuerzas para sacar a los suyos del atasco que les condenaba.

La batalla estaba encarrilada para los granas, y de tener en el banquillo a un gran estratega, los tres puntos se hubieran quedado en Nueva Condomina. Pero poco tiene de líder Manolo Herrero. Se volvió a ver ayer, cuando dejó que Munúa sacase a los suyos de la tumba para llevarles a la victoria. Y lo hizo sin ni siquiera poner toda la carne en el asador -Rubén Cruz no saltó al terreno de juego hasta el minuto 91-.

Pero más que por aciertos propios, el Cartagena se llevó los tres puntos por errores del rival. Y es que si el Real Murcia pecó ayer de algo fue de pardillo. Del primero al último, del entrenador hasta el utillero, del portero hasta el delantero... Todos sacaron su lado más inocente para regalar el triunfo al eterno rival.

El primero en guiñar un ojo a los albinegros fue Manolo Herrero. Tanto, que la grada ya tiembla cada vez que el andaluz decide mover el banquillo. Para empezar el festival de fallos, el preparador grana, que veía como los suyos iban dando pasos para atrás a velocidad de crucero, decidió eliminar del tablero a Josema para apostar por un Jesús Alfaro que acaba de salir de una lesión y que pronto demostró que su presencia en la convocatoria no era una decisión acertada. El segundo detalle de los murcianistas con su rival fue por obligación. Hugo Álvarez se resentía de su lesión y Dani Pérez saltaba al terreno de juego. Y, por si faltaba poco, los murcianos tenían que jugar tres minutos con un futbolista menos al tener que ser atendido en la banda Dani Aquino.

Fue en ese momento, cuando los médicos no eran capaces curar una brecha en la cabeza del murciano, cuando el FC Cartagena encontró el camino del gol. Con los granas más pendientes de lo que ocurría en banda que de lo que pasaba sobre el césped, con todas las líneas descolocadas, sin ser capaces de parar el choque, con Migue Leal sin el apoyo de Josema -Jesús Alfaro no se dignó a aportar un granito de arena en defensa-, con Dani Pérez todavía pensando en el banquillo, Jesús Álvaro se colaba por la derecha para centrar un balón que Fito Miranda remató en el primer palo sin prácticamente oposición.

Era el minuto 78, pero pocos ya confiaban en el Real Murcia. El cansancio de los granas era demasiado grande. La falta de ideas, más que evidente. Durante toda la segunda parte ya no quedaba nada de la presión que había convertido en ganadores a los murcianistas. La guerra de Aquino quedaba ya muy lejos. Todo era mantenerse en pie como podían. Pero el gol de Miranda supuso un auténtico golpe. Una estocada que se convertía en mortal cuando Moyita, que encontró en Armando un amigo, se aprovechaba de nuevo de la debilidad de Migue y de Dani Pérez para poner un balón que no fallaba Santi Jara. En apenas cinco minutos, el cazador había sido cazado.