Teatro

Juicio. Tetralogía del miedo

El estreno de Juicio el día 26 de enero en el teatro Thuillier de Caravaca, fue un paso más de este proceso intenso, conceptual, vanguardista, perfomance y valiente 

Estreno de la función en Caravaca

Estreno de la función en Caravaca / La Opinión

Ana María Vacas

La primera vez que oí hablar de la “Tetralogía del miedo”, JuicioBellezaOlvido y Ocaso escritas por la dramaturga Reyes Aznar fue hace unos años y quedé impresionada por la envergadura de este proyecto que irradiaba verdad en esencia y una presentación digna de las más grandes compañías de teatro. Por ello y con más mérito reconozco el trabajo de Finalis Terra como faraónico en potencial.

El estreno de Juicio el día 26 de enero en el teatro Thuillier de Caravaca, fue un paso más de este proceso intenso, conceptual, vanguardista, perfomance y valiente del que muy pocos se atreven a presentar por su carácter arriesgado, aunque el tema que trata sea uno de los más primigenios y antiguos del mundo, el juicio, basado en el Apocalipsis. Ya sea el fin del mundo o el juicio al que todos nos vemos sometidos en esta sociedad, o quizás el propio, el que cuando nos encontramos en soledad, aislados o encerrados en una iglesia, como es el caso de la obra, vemos reflejado en este espacio el temor inculcado en ese siglo por el castigo divino. De esos temores emergen nuestras inseguridades en la mente para censurarnos sin necesidad de que lo haga nadie ajeno, sólo el extraño que habita en cada uno de nosotros; tantos juicios existentes como personas puedan pensar en ellos.

Simplicidad de vestuario, pero con reminiscencias medievales e incluso judías que nos abrazan con sus hechuras dando servicio al baile que nos distrae por un momento de la tensión

Difíciles diálogos entre dos personajes llenos de contradicciones que evolucionan de un extremo al otro, transitando durante el tiempo en que transcurre la obra, pero bien resueltos por las dos actrices que lo desarrollan, Reyes Aznar (Paulina) y Ana Morcillo (Leonora). Simplicidad de vestuario, pero con reminiscencias medievales e incluso judías que nos abrazan con sus hechuras dando servicio al baile que nos distrae por un momento de la tensión. 

Sus luces, más que iluminar, enmarcan la escena y son cuadros vivos de Caravaggio al que tanto adoro. Su música plena entre espacio y tiempo, ahoga las emociones conteniendo hasta el más mínimo reflejo, pero tan hermosa y diáfana que surge y desaparece con la finura de las partituras creadas y notas ejecutadas por Ramón Vergara, basándose en el “Canto de la Sibila”, la única figura que rescató el Cristianismo de la cultura grecolatina, acompañada de la voz educada y perfecta de la soprano Ana Fernández Lorencio que junto al resto de voces me llevan de camino a 1033, y puedo estar y ver sin ser visto.

Teatro, señores, divino teatro que nos salva