En su rincón

Avelino Marín: concentración de buen gusto

Avelino Marín en su jardín

Avelino Marín en su jardín / J. Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Avelino Marín Meroño, es quizás el coleccionista de arte más singular de la Región. Vive con su pareja en un pequeño caserío entre Los Alcázares y su pueblo natal, Dolores de Pacheco. La casa es un monumento internacional nacido de la mente del gran arquitecto Javier Peña Galiano. Al entrar, uno no sabe si se adentra en un museo: por entre las lomas y la hierba del jardín sobresalen piezas escultóricas de prestigiosos artistas y, cuando miras a la casa, ves un cubo de hormigón sin ventanas, forrado de exóticas maderas que, una vez dentro, descubres que está lleno de luz gracias a un patio central y a la piscina exterior que se introduce en la casa y tamiza los rayos solares que llenan de magia la estancia. Avelino y Luis se han construido un nido de amor que es, además, el contenedor ideal para albergar y exponer su colección de arte, que va desde la pintura a la fotografía, el dibujo, la escultura, el vídeo o la cerámica. La casa es sostenible, sin necesidad de aire acondicionado o calefacción, no es de extrañar que se haya convertido en un centro de peregrinación no solo para artistas y amigos, sino también para arquitectos de todo el mundo. De la importancia de sus colecciones, baste decir que algunas de las piezas se las alquilan para exposiciones o para algunas películas, como es el caso, por ejemplo, de aquella de W. Allen, Viki Cristina Barcelona, para la que se llevaron una gran pieza del jardín.

Avelino es toda una autoridad en arte nacional e internacional, y ha sido asesor de la Comunidad Autónoma alguna vez que ha decidido comprar algunas obras (tiempos aquellos). Recientemente, en la primavera pasada, con el comisariado de Rafael Fuster, el Museo Ramón Gaya nos ha deleitado con una variada y magnífica exposición de medio centenar de obras en papel, de su colección, de los mejores artistas del mundo, una exposición histórica que ha sido todo un regalo para nuestros ojos. Uno agradece que haya gentes que se esfuercen toda su vida en esta labor que no solo beneficia a los artistas, sino a la sociedad en general, apoyando y salvaguardando el patrimonio.

La conversación entre Avelino, Luis y yo se convierte en un rato harto agradable en torno a su relación con el arte y los artistas, sus viajes y su asistencia a ferias y subastas: «Desde joven, mis viajes siempre han sido para ver arte. Primero empecé por España. En aquellos tiempos me interesaba el Románico, el Modernismo Catalán y cosas así. Recuerdo que en 1973 fui a la inauguración de la Fundación Miró y entonces me parecía que aquello tenía más de montaje y moda que de calidad, yo era como más clásico. Sin embargo, 15 años después, evolucioné tanto en mis gustos que llegué a pujar por alguna de aquellas obras. El arte contemporáneo me volvió loco», y añade algo que se gana toda mi admiración: «Con 16 años, con mis escasos ahorros, compré mi primera obra de arte: una cerámica vienesa. Desde entonces, todo lo que he ido comprando ha sido porque me he enamorado de esas piezas, fuesen de artistas consagrados, conocidos o que estaban empezando, nunca he adquirido una pieza pensando en que era una buena inversión y se iba a revalorizar, ni mucho menos por especular, siempre he tenido un flechazo, un enamoramiento o un pálpito con una obra que se me ha metido dentro y se ha apoderado de mí».

Avelino Marín está al frente de una empresa familiar de varias generaciones que vende vinos, licores y algunos productos gourmet, es un gran gestor, muy dotado para la dirección de equipos de trabajo, con gran visión comercial, un trabajador incansable, un enamorado de su trabajo que aúna las altas responsabilidades con un carácter firme que no puede ocultar su buen corazón. No presume de ello, pero me consta que es de quien va por la vida haciendo el bien sin que nadie se entere, lo sé bien porque hubo una época en que me ayudó cediéndome su casa familiar para que yo albergase mi taller y academia de pintura a coste cero, prácticamente. Hay gentes que nunca suben tan alto como para perder la sencillez y el desapego a la tierra y a los demás. En la conversación me cuenta, con Luis, la historia de cómo se conocieron y cómo se enrolaron en una vida común. No voy a contar estas cosas aquí, pero sí a dar cuenta de alguna de sus confidencias: «¿No te ha pasado alguna vez que has llorado al ver una obra de arte?», y uno se emociona de que haya gente, aparentemente tan seria y formal, y que se te reconozca sensible, incluso frágil.

Prosigue: «A mí me gusta el arte que me emociona, sea de quien sea, esté de moda o no, lo importante es disfrutar con una pieza o con un artista. A veces he ido detrás de comprar una obra de alguien, le he dado mil vueltas, me ha obsesionado, hasta que al final lo he logrado, incluso cuando no he tenido dinero y he tenido, con dolor, que vender alguna otra pieza de mi colección. Eso me pasó con Toni Ausler, por ejemplo, que no me dejaba ni dormir y soñaba con una de sus obras. Puede sonar a obsesión, pero es que el arte es una pasión que no te puede dejar indiferente, es arte que se apodera de ti, arte sin prejuicios, sin pensar de qué estilo, de qué época o de qué autor es. Mi colección es tan variada como los peces del mar». Y me cuenta que su amor por coleccionar no es una pulsión por poseer y tener más y más: «Lo mío es una necesidad de bañarme en el mundo del arte, de sumergirme hasta las profundidades o nadar hasta el otro lado, pero siempre acompañado, con mi marido, con los amigos y con la gente. Mi colección no la disfruto si la gente no la ve, si no la comparto. Nunca tendría una pieza en la caja fuerte de un banco, esperando que se revalorizase».

Hablamos de mil cosas más, pero cito aquí dos: «En la Región tenemos artistas de primerísimo nivel [me cita 15]: ¿has visto la última de Fito Conesa en Cartagena?»; «La cultura es tan importante y necesaria que no la deberíamos dejar en manos de los políticos cortoplacistas». Gracias.