La cantante francesa Zaz había generado una gran expectación, y agotó las entradas para su actuación en el festival de Jazz de San Javier. Después de tres años de silencio, Zaz, o más bien Isa, estaba de vuelta. Una cantante saturada de su ritmo de vida, como ha confesado, que se tomó el tiempo de despertar a la ‘Isa’ que yace dormida en ella.

Cuando la superestrella francesa apareció entre el público del Auditorio, todo el mundo se volvió loco, incluso los que aún hacían cola –jornada de apreturas- para pillar algo en el bar; ella tuvo que sortearlos, pasando por debajo de un corro que taponaba el pasillo.

Zaz llegó como un torbellino descorriendo el telón de su pasado atormentado para saborear Les jours heureux. La cantante respira hondo este nuevo aire purificado para rockear con una voz mucho menos ronca de lo habitual. Dibuja un nuevo mundo luminoso en Imagine, con ese título que tanto recuerda las buenas intenciones de Lennon, al ritmo alegre de esta balada humanista y otras melodías a medio tiempo; un optimismo que nunca la abandona, ni cuando alerta del estado del planeta como en Et le reste donde manifiesta su preocupación por el mundo que dejaremos en herencia. La cantó a solas con el pianista, entre luces tenues, buscando una intimidad imposible.

Un canto a la vida en San Javier

Zaz es una especie de niña grande disfrazada de adulta. Su energía encendió el niño interior de todos, e hizo que el público del festival de Jazz de San Javier estuviera ansioso por bailar, aunque no fue hasta el final cuando el foso fue invadido, durante Déterre, una pieza de rock potente que liberó ataduras. Zaz lanzaba las notas como cohetes, al tiempo que convierte sus canciones en una exploración del miedo y la fragilidad, el coraje y la esperanza. Y donde antes cantaba al hijo que esperaba tener, ahora Ce que tu es dans ma vie es un canto de amor a su hijastra. Más allá de la vena introspectiva, también hubo espacio para canciones que expresan preocupación por los migrantes desplazados, o, en De couleurs vives, impaciencia con la gente que lo ve todo en blanco y negro.

Isabelle escogió el nombre artístico de Zaz como un símbolo de muchas cosas que son importantes para ella: es la onomatopeya que se utiliza en los cómics para expresar aquello que pasa a toda velocidad, la misma con la que vive ella, verdadera polvorilla, y es también el encadenamiento de la última letra del abecedario con la primera, un cerrar el círculo que, irremisiblemente, vuelve a comenzar. Su repertorio y su forma de cantar son absolutamente personales y eclécticos: el jazz, el gypsy o la chançon son su base, sobre la que ella se eleva para hacernos volar a todos. Un poco como una Mireille Mathieu en su época, y tiene un lado Manu Chao que mostró en Que vendrá, donde cantó un estribillo en castellano.

«Conocéis mi amor por el jazz y el swing»,, dijo internándose en un bloque de canciones donde hacía scat y swingueaba con gracia, como en el manouche de Les Passants, para seguir en clave de jazz en Comme ci, comme ça, con su guitarrista en plan Birelli Lagrene, y ella imitando solos de trompeta con un kazoo, o en Paris sera toujours Paris, que Maurice Chevalier cantó como nadie, animando a sus compatriotas a resistir y luchar sin perder nunca su espíritu.

Un canto a la vida en San Javier

El público a cien

El show de Zaz es un ejemplo de puro talento y de química entre su grupo de músicos solventes (dos guitarristas, bajista/contrabajista, piano y batería). El concierto, de casi dos horas (25 canciones), se basó en su personalidad, y las luces contribuyeron eficazmente a crear el clímax donde exponer esas canciones reflexivas; incluso cuidó el detalle de colocar una enorme lámpara de araña suspendida sobre el escenario. Hubo momentos en los que derivó a terrenos de un electro folk a lo Radiohead, como en Serendipia, donde golpeaba un pandero, y terminó llegando el turno de Je veux, la canción que le dio la fama mundial, con el público entonándola de pe a pa en francés. A continuación, Zaz sorprendió con el Clavelitos de la tuna. Leyó (en español) que su madre era profesora de español y la llevó a ver la tuna, que le enseñó «a tocar la pandereta con el cuerpo», y añadió: «Siempre que oigo esta canción me hace feliz». Ella la convirtió en otro de sus cantos a la vida. De ahí a un Éblouie par la nuit, que semeja empezar como We will rock you, pero resulta mucho más Massive Attack que Queen, y termina desembocando en algo de rock stadium. Eso ocurre con algunas de sus canciones, que pierden su atractivo y colapsan bajo referencias demasiado esperadas.

Ya en la recta final, con On ira, Zaz quiso alzar su particular voz quebradiza en contra de las diferencias que hay entre los pueblos. Compartiendo ese espíritu fraterno, volvió en el bis con una balada introspectiva, Le chant des grives. Y se quiso ir, pero volvió y se lanzó al público, nadando por encima de las cabezas. «Una última, que estoy muy cansada»; el guitarrista entonó una notas de aroma manouche que condujeron a La vie en rose de Édith Piaf.

Zaz puso el auditorio boca abajo, y a su público a cien; el optimismo se apoderó del recinto, más por su actitud, fuerza y entrega, que por sus canciones, también es verdad. Será su sencillez, pero este torbellino le ha devuelto la frescura a la chanson.