Entrevista | Escultor

Sáenz de Elorrieta: soldar, oxidar, imaginar

En la casa familiar de Galifa, cerca de El Portús.

En la casa familiar de Galifa, cerca de El Portús. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Una cosa es ser un intrépido marino que se ha recorrido los océanos dando la vuelta al mundo como Juan Sebastián Elcano y otra conocerse los mares desde lo más profundo. Eso sólo está al alcance de los buzos o de los artistas. Fernando Plácido Sáenz de Elorrieta aúna las dos condiciones. Ha expuesto por España y países como Italia y sus esculturas viven por las calles de las ciudades, en Cartagena sobre todo, donde sobresale su Cola de Ballena de las aguas del puerto. Con ocasión de la venida del buque escuela Elcano, ha inaugurado la primera fase de un monumento a la conmemoración de la primera vuelta al mundo. Una gran esfera, con un velero que la circunda, espera ser culminada por la pieza que Elorrieta está trabajando ahora en su taller: una escultura de más de dos metros de Juan Sebastián Elcano, realizada en hierro y acero.

Quedo con el escultor en su casa taller, en las afueras de Canteras. Al abrirse la puerta de la verja veo que ha encerrado a los dos hermosos pastores alemanes que vigilan la finca. La casa es una moderna creación de hormigón en forma de doble cubo, ya una obra de arte por sí misma, del arquitecto Juan Julián del Toro Iniesta, que alberga en la planta baja una sala de exposiciones atiborrada de piezas de toda su trayectoria: animales marinos, caballos, toros, figuras humanas, máscaras… En una de las fachadas cuelgan dos impresionantes obras: la cabeza de elefante de la exposición de ArtNostrum en conmemoración de la historia de Carthagineses y Romanos, y su Cristo Suspendido, un descomunal crucificado sin cruz. Hay más esculturas al aire libre. Su taller está repleto de maquinaria, materiales, herramientas, grúas y obras en proceso. Lo pillo trabajando y le hago unas fotos tal cual está, como salido de la fragua de Vulcano de Velázquez.

«Hace años que me conoces, compañero, así que pocas cosas nuevas te voy a contar», me dice, y tiene razón, que ya sabemos aquel dicho de que la confianza da asco. En todo caso, la conversación es un placer y Fernando es un gran tipo de corazón muy noble. Nos ponemos al día: «El arte y la cultura han estado muy parados, pero yo he aprovechado para ordenar mis ideas y proyectar cosas nuevas. Llevo unos meses con Elcano y aún no me han aclarado el tema del cobro. Siempre nos pasa lo mismo, trabajando en precario, con lo que cuestan los materiales y lo que vale nuestro tiempo».

No es la primera vez que me cuenta sus inicios en el arte y su evolución: Que los curas del colegio le reñían porque tenía todos los libros llenos de dibujos, que a los 10 años ganó el primer y el segundo premio del concurso de pintura Héroes de Cavite y que como su padre era mecánico en la Marina, heredó el ser un manitas, y que él mismo se fabricaba los juguetes.

«Me habría gustado estudiar Bellas Artes, pero mi padre murió pronto y yo me tuve que poner a trabajar. Estuve de botones en el Banco de España hasta que cerró. Luego estudié enfermería. Hice la milicia universitaria y después el curso de buceador…», y me va contando aquellos viajes por el mundo durante trece años, su estancia en la Antártida y su posterior destino en Cartagena en un barco de buceo… «Me apunté a la Universidad Popular y fuí alumno de Dora Catarineu y después de Maite Defruc, que me enseñaron a modelar y esculpir. Luego hice cursos de soldadura y oxicorte». Y me confiesa: «Disfruto reutilizando materiales, ir a desguaces y traerme esos hierros en los que ya veo obras, lo que más me inspira es el óxido».

También hablamos de política, fue concejal y «después me propusieron ser director general de Cultura, pero renuncié, ya tuve bastante, creo que la política y la cultura están divorciadas, por desgracia». Y asegura: «No entiendo como desaparecen las galerías de arte y que no haya una cerca del puerto, con la cantidad de cruceros que vienen».

Es muy buena gente y siempre está dispuesto cuando un amigo lo necesita o cuando una asociación pide su colaboración artística. Admiración es poco.

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