La murciana presenta en casa su último y particular montaje, ‘Sueños y visiones de Rodrigo Rato’, una radiografía de lo que ha sido nuestro país en las últimas décadas a través de la figura del que fue buque insignia de la época más bollante del aznarismo. Será el próximo viernes en el Teatro Bernal de El Palmar.

El Teatro Bernal recibe este viernes a la compañía del El Pavón Teatro Kamikaze, que llega a El Palmar con una obra especial: Sueños y visiones de Rodrigo Rato. Sobre un texto de Roberto Martín Maiztegui y Pablo Remón, este particular montaje, protagonizado por Juan Ceacero y Fran Reyes -que interpretan a Rato y al resto de personajes, a la vez que actúan como narradores-, retrata «una época de sueños y espejismos, la fiesta de un país que creció disparatadamente y la resaca que llegó después». Y lo hace a través del auge y la caída del que fuera vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía durante los años de José María Aznar: desde su infancia, marcada por el arresto de su padre, hasta su propia detención tras el descalabro de Bankia. A la dirección, la murciana Raquel S. Alarcón, que explica a LA OPINIÓN los entresijos de esta pieza.

Supongo que eligen la figura de Rodrigo Rato porque entienden que es la que mejor vehicula lo que le ha pasado a España en lo que va de siglo.

Cuando Roberto Martín y Pablo Remón, los autores, me proponen dirigir el texto y lo leo, me doy cuenta de inmediato del porqué de su elección. Rato no es un político típico de esa época: su paso durante su formación por California, a priori, le da otro aire, vuelve con miras más abiertas y más preparado que la mayoría de compañeros de partido. Pero aun así entra en ese juego de luchas de poderes, oportunismo y todo lo que ya sabemos. En Sueños y visiones de Rodrigo Rato mostramos parte de esa historia que es tan conocida. Y aquí Rato está tratado como un símbolo del auge y caída de esa época. Podría haber sido otro político, pero además Rato tiene como figura mediática algo de misterio, muy teatral en cierta manera, que a los autores les resultó muy atractivo para llevar a escena y que después, a la hora de abordar el trabajo con los actores, ha sido clave para encontrar distancia y comedia.

Parece que comienzan a surgir las obras de ficción sobre ese periodo. ¿Cree que ya tenemos perspectiva suficiente?

Pues no sé si será cuestión de perspectiva, o de que costó romper el silencio, de que nos daba vergüenza aceptar qué nos había pasado, o incluso podría ser simplemente que todo esto aún no ha terminado del todo (de hecho Rato sigue ocupando titulares y aún tiene causas pendientes). Y esto tiene su reflejo en el teatro. Pero ahí están las nuevas dramaturgias que proyectos como Teatro Pavón Kamikaze han apoyado de manera decisiva en estos últimos años. Hablar de nuestro pasado más reciente en la ficción es un ejercicio sano porque nos permite ver las cosas desde otro punto de vista.

Como decía, parte de un texto de Roberto Martín Maiztegui y Pablo Remón. ¿Cómo ha sido llevarlo a escena, a qué se ha enfrentado y con qué herramientas?

El texto, originalmente llamado El milagro español, ganó el premio Jardiel Poncela, y yo dirigí la lectura dramatizada. Cuando Jordi Buxó y los Kamikaze decidieron producirlo, hubo un trabajo por parte de los autores de ajustarlo para su puesta en escena, recogiendo la experiencia de la lectura al enfrentar el texto al público por primera vez.

Así que llegué a la sala de ensayo con algunas cosas claras. Necesitábamos un ritmo vertiginoso que de alguna manera me permitiera evocar la sensación de vértigo que hemos vivido como sociedad en este periodo concreto. Y había que hilar muy fino para encontrar la comedia sin caer en la parodia al tratar a personajes como Aznar o Fraga, a quienes todos conocemos tan bien. La obra comienza con Rato [Fran Reyes, quien sustituye ahora a Javier Lara] tomando un taxi al salir de la Audiencia Nacional en 2018, pero el taxista [Juan Ceacero], cuya identidad no se desvelará hasta el final, le lleva por un viaje a través de su vida, parando en distintos momentos decisivos de su trayectoria. En este sentido tiene algo de Scrooge en Cuento de Navidad. Así que cambia continuamente de espacio y tiempo, y es muy cinematográfico además. Encontrar la clave para montar esto fue complicado. Durante el proceso descubrí que por mucho que quisiera llevar propuestas a la sala, la obra estaba pidiendo todo lo contrario, rechazaba el artificio; pedía una desnudez contundente, necesitábamos ir directos al grano. Y así hicimos. Al final decidí simplificar aprovechando la potencia y el ritmo del texto, y reducirlo a la presencia de los dos actores con cuatro elementos.

Dice la sinopsis: «Mucho de lo que cuentan son hechos reales. Y las palabras de los personajes, palabras textuales. Pero muchas otras no. Porque muchas veces los hechos no son suficientes para conocer la verdad». Suena como una definición de realismo mágico. ¿Cree que solo con esta mezcla se puede llegar a conocer a fondo lo que pasó y por qué pasó?

Como descubriréis al verla, la propia obra explica sus dispositivos al comienzo para dar las claves al espectador, cuando uno de los narradores –que luego asumirá muchos más personajes– explica que se van a contar cosas que son verdad-verdad, y otras que son verdad-mentira, y que están mezcladas. De manera que será el espectador quien decida en cada momento si lo que está viendo es realidad o ficción, y os puedo asegurar que a veces no está tan claro... De hecho, hay episodios que a priori parecen inventados y que sin embargo sucedieron.

Y hablabas de realismo mágico, pero en todo caso yo creo que esta obra se podría acercar algo más al esperpento, aunque tampoco es eso del todo. De hecho, creo que los autores consiguen crear su propio sello estilístico, y eso fue una de las cosas que más me atrajeron del texto. Con ese estilo propio, que pasa por la deformación de la realidad, consiguen enmarcar la vida del protagonista para que el espectador ponga el resto y decida por sí mismo. Pero contestando a tu pregunta, es imposible saber qué pasó por muy profundo que haya sido el análisis de los autores y el trabajo de documentación que hemos hecho durante el proceso de ensayos, aunque tampoco la obra lo pretende. No creo que el teatro sea un lugar para encontrar respuestas, sino más bien preguntas.

Curiosamente, la resaca del milagro económico ha generado más ficciones que el milagro económico en sí.

Curioso, sí, pero veo cierta lógica a que sea así. Si lo tratamos como material creativo, es mucho más interesante la caída que el auge. Donde hay conflicto hay terreno para explorar, y el conflicto vino con esa resaca, con la crisis que ese falso milagro generó cuando estalló la burbuja delante de todos. En ese sentido diría que es prácticamente inevitable que nos atraiga más la decadencia que el esplendor, porque cuando descubrimos que todo se basa en la apariencia –como dice el personaje de Rato en la obra–, y que la realidad está maquillada, es cuando aparece la posibilidad del relato.

Se dice que para entender el alma de una época es mucho más preciso (aunque parezca contradictorio) recurrir a la ficción que se generó en la misma que al frío análisis de unos hechos y unas consecuencias. ¿Tiene Sueños y visiones esa ambición?

Yo creo que la ficción es un arma poderosa para entendernos, o al menos intentarlo. La imaginación nos permite jugar con la realidad y generar distancia, que es necesaria para hablar de cualquier cosa desde la reflexión. La capacidad que tenemos como sociedad para esto, para mirar a nuestro alrededor y contar lo que vemos o cómo lo vemos, sin duda también nos define y nos cuenta. Y algo de eso sí hay en este montaje, donde lo que se cuentan son hechos reales, pero desde un punto de vista muy particular (porque lo hace a través de la comedia). En este caso, esa distancia nos permite introducir el humor, reírnos de todo esto incluso. Por qué no. La risa nos ayuda a digerir la realidad a la que nos enfrentamos. No sé si eso refleja el alma de esta sociedad, la verdad, pero ojalá fuéramos capaces de reírnos más de nosotros mismos.

Suele decir Kiko Amat que los personajes que más le llaman la atención en la ficción son los malos, los que no llevaban la razón, conocer sus entresijos y los mecanismo que les llevaron a obrar de determinada manera. ¿Ha sentido esa fascinación por un personaje como Rodrigo Rato?

Como personaje, sin duda. Por lo que encarna, por lo que simboliza y por la ventana enorme que se abre ante una figura así. El cine, el teatro y la literatura están plagados de personajes enigmáticos que traspasaron la frontera y que se convierten en los protagonistas de la ficción que nos hacen viajar. Empatizar con un personaje así nos obliga a enfrentarnos con parte de nosotros mismos. Y eso es fascinante.

Debe costar crear algo alrededor de una figura como la de Rato y no juzgarle, mantener la distancia.

Bueno, claramente esta obra tenía y tiene el peligro de caer en el juicio al personaje de Rato. Hay una delgada línea que no queríamos traspasar porque, en todo caso, ese ejercicio corresponde al público. Al teatro le corresponde más bien generar ese espacio de encuentro entre la historia que se cuenta y el espectador, no un espacio de enjuiciamiento y sentencia. Se trataba de encontrar el equilibrio entre no condenarlo y tampoco salvarlo. El reto estaba en lograr empatizar con el personaje, incluso poder reírte con él, pero contando las verdades que se cuentan y que todos conocemos, y otras que no se conocen y que así fueron. Fue una pelea constante con el material hasta que logramos encontrar cierto equilibrio (o eso espero).

Decía Pablo Remón que hay varios puntos en la carrera de Rato (como su negativa a sustituir a Aznar) de los que no se entienden las causas. ¿Sueños y visiones trata de encontrarles lógica o, por el contrario, de plantear esas preguntas en todo su esplendor?

Más que encontrarles lógica, la obra juega a inventar respuestas porque el punto de partida real es tan disparatado que requiere una respuesta disparatada. Qué pensaba Rato cuando primero rechazó ser el sucesor de Aznar y luego deseó ser el presidente, o justo la noche antes de la salida a Bolsa de Bankia, o por qué dimitió de su cargo de presidente del FMI.

Como te decía, y sin ánimo de frivolizar, es un material como punto de partida altamente teatral, con un personaje central que tiene algo de ‘shakesperiano’. Creo que más de uno, viendo las noticias desde casa, se ha podido plantear algo como: «¿Pero por qué hizo eso?» o «¡Hay que estar loco para hacer algo así!». Bueno, quizá nunca lo sepamos. Esta obra juega con esa especie de locura, esa imposibilidad, y de alguna manera deforma la realidad como respuesta.

Puede sonar pesimista, pero ¿tiene la sensación de que esta historia se podrá contar por los siglos de los siglos, cambiando el nombre de Rato por el del guardián del dinero de turno?

En la obra hay un momento en que el taxista le dice a Rato: «La historia se repite. Cómo se repite la historia», haciendo referencia al hecho real de que el padre de Rodrigo Rato, un conocido empresario de éxito, estuvo encarcelado durante tres años. Esto sirve desde la ficción para contar cómo heredamos una manera de hacer las cosas, y apunta a la picaresca que tan bien conocemos aquí. No se trata solo de la ambición de poder, sino que parece que hay algo de saber hacer la trampa y querer demostrarlo. Honestamente, ojalá me equivoque, pero me temo que hasta que no cambiemos como sociedad a un nivel más profundo estamos abocados a eso, a que la historia se repita una y otra vez.