Antes de las comparaciones con Elliott Smith y Nick Drake, de sus cinco elogiados discos de estudio y de su consagración como uno de los cabecillas del indie folk de este siglo, Iron & Wine era sólo Sam Beam, un joven profesor de cine de la Universidad de Miami con vocación de cantautor y con un puñado de composiciones que durante casi una década sólo escucharon sus familiares y amigos cercanos. Aunque su suerte comenzó a cambiar en 2002 con la salida de su primer álbum, The Creek Drank the Cradle -que sólo recibió elogios de parte de la prensa especializada-, el desconocido pasado del músico reapareció en febrero con Archive series volume no.1, su más reciente álbum, integrado por 16 canciones inéditas que compuso durante los años 90.

Iron & Wine se presenta en el Cartagena Jazz Festival en formato ´solo and acoustic´, y parece que es todo un acierto. Un concierto íntimo con repertorio folk en el que repasará desde sus clásicos pasando por nuevas composiciones.

Beam tiene cinco álbumes publicados como Iron & Wine, y actualmente presenta esta colección de rarezas editada en sello propio: Black Cricket Recording Co.

Si le preguntas acerca de su jerarquía en el mundo del folk, Sam Beam responde con humildad: «No estoy de acuerdo ni en desacuerdo, me mantengo al margen, porque es algo que no tiene nada que ver con lo que hago cuando me siento a crear una canción. No compongo pensando en un género ni en un futuro plan de márketing, simplemente escribo. Me encanta la música folk, claro, pero también el pop y la electrónica. No me gusta caer en las etiquetas, lo que me gusta es trabajar». Será también una muestra de su evolución.

Y es que pese a que su voz susurrante -así como su frondosa barba- no ha desaparecido, Beam ha ido incorporando en cada nuevo trabajo otros elementos más allá de la guitarra acústica, con incursiones en el jazz y algunos arreglos cercanos al R&B. Algo de esa inquietud se puede intuir en Sing Into my Mouth, el disco que lanzó junto a Ben Bridwell del grupo Band of Horses, en el que ambos presentan sus versiones para temas de Spiritualized, Sade y Talking Heads, entre otros.

«Esta vez voy a viajar solo, sin músicos, así que voy más libre en cierta forma.

Nunca me han gustado mucho los setlists, así que simplemente voy a tocar lo que la gente quiera escuchar y buscar las canciones más apropiadas para esa noche», adelanta el cantautor, quien promete «canciones antiguas, canciones nuevas y temas improvisados también».

The Richard Bona Band

Richard Bona es un habitual de nuestros escenarios. Nació en un pequeño pueblo de Camerún, en una familia en la que tanto su madre como su abuelo eran cantantes. Richard ya tocaba el balafón cuando tenía cuatro años y se enseñó a sí mismo a tocar la guitarra. Tiempo después, el dueño de un club de jazz le hizo escuchar discos del bajista Jaco Pastorius; a partir de esa experiencia, Richard decidió aprender a tocar el bajo también. En 1989 llegó a Europa.

Vivió en Alemania un tiempo antes de mudarse a Francia a terminar su educación como bajista. Recibió clases durante siete años en París, y al mismo tiempo se convirtió en una figura familiar en los clubs de la capital, donde conoció a Didier Lockwood, a Marc Ducret y a los africanos Manu Dibango y Salif Keita. En 1995 viajó a Nueva York. Visitó los clubs de jazz más famosos y trabajó al lado de Michael y Randy Brecker, Pat Metheny, Larry Coryell, Mike Stern, Steve Gadd, Joe Zawinul e incluso con el cantante Harry Belafonte.

Durante ese tiempo, Richard Bona se forjó la reputación de ser uno de los mejores bajistas de su tiempo, y ahora muestra también su talento como cantante y compositor. Sus composiciones naturalmente beben de diferentes fuentes: música africana, jazz y fusión, por lo que su reputación viajó más allá del jazz y del World Music y atrapó la atención de estrellas como Bobby McFerrin, Paul Simon y Chick Corea.

Bona continua siendo ecléctico: «Francamente esa es la razón por la que lo hago. Me aburro cuando me quedo encasillado en un solo formato; una vez que lo he hecho, quiero hacer algo distinto. ¿Por qué no? Me siento como un estudiante, en el sentido de que sé lo que no sé». Ahora aparece con Ten Shades of Blues, su quinto disco de estudio, que sintetiza su sed por lo nuevo. Funkea como el que más cuando la situación lo requiere, e incluso ha desarrollado recientemente un interés particular por el flamenco, cosa que es probable que salga a relucir en su próxima visita con una banda que parece la ONU.