Investigación

Investigadores de la UMU descubren que la contaminación engorda

Los obesógenos son componentes derivados de la industria química, presentes en el día a día, que "pueden inducir una acumulación excesiva de grasa en el cuerpo"

Chimenea expulsando contaminación

Chimenea expulsando contaminación / Efe

La obesidad se ha convertido, a día de hoy, en una de las principales amenazas para la salud pública, sobre todo en los países desarrollados. La ingesta excesiva de comida es una de las causas de esta, así como la genética, que está detrás de uno de cada cinco casos. Sin embargo, también hay desencadenantes medioambientales que pueden hacer que uno engorde: «Cada vez hay más datos que apoyan la idea de que la contaminación puede influir en la aparición de la obesidad, al afectar al desarrollo del individuo, sobre todo, en las primeras etapas de su vida».

Así lo advierte un grupo de investigadores de la Universidad de Murcia y del Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria (IMIB), formado por Antonio José Ruiz Alcaraz, profesor de Inmunología de la UMU e investigador del Grupo de Inmunidad Innata del IMIB; Bruno Ramos Molina, investigador principal del Grupo de Obesidad y Metabolismo del IMIB y profesor de Bioquímica en la UMU; y María Ángeles Núñez Sánchez, investigadora postdoctoral del Grupo de Obesidad, Diabetes y Metabolismo del IMIB, entre otros.

Los obesógenos, explican los expertos de la UMU y el IMIB, «son aquellos compuestos que pueden inducir una acumulación excesiva de grasa en el cuerpo». Estos pueden ser derivados de la industria química, y están presentes en el aire, el agua, los productos de limpieza, los cosméticos e incluso en los alimentos y sus envoltorios o envases plásticos.

El bisfenol A es uno de los obesógenos más extendidos y mejor estudiados que mencionan los investigadores. Está presente en múltiples productos de uso diario, como envases de plástico, tiques de compra, tuberías y neumáticos. Y, «aunque no se considera un contaminante persistente –se degrada más rápido que otros compuestos y de forma natural–», apuntan, se encuentra habitualmente en el aire, el agua o la comida.

También pertenecen a la categoría de obesógenos no duraderos los ftalatos, presentes en envases alimentarios, juguetes, envoltorios de medicamentos y los propios fármacos. Como ocurre con el bisfenol A, entran en el organismo por inhalación (del aire que se respira), por ingestión (de alimentos) o por absorción a través de la piel (cremas de aplicación tópica).

A diferencia de los dos anteriores, subrayan desde la Universidad de Murcia y el IMIB, «otros obesógenos no se degradan tan rápidamente y pueden permanecer en el medio como contaminantes durante décadas». Un conocido ejemplo que ponen de relieve los expertos son los parabenos, compuestos químicos que suelen incluir los productos de la industria farmacéutica y cosmética.

La obesidad, una epidemia en España.

La obesidad, una epidemia en España. / PXBAY

La tributiltina es otro de los compuestos que puede causar obesidad. Aunque es menos común en el día a día que los anteriores, es un obesógeno que se ha usado a menudo como preservante de la madera por sus propiedades antifúngicas y acaricidas, y «perdura durante años en medios acuáticos».

Otro ejemplo clásico de contaminante persistente sobre el que advierten los investigadores es el DDT, que se utilizó extensamente en la segunda mitad del siglo XX como pesticida. «Prohibido en los años 70, su larga vida media y su degradación en otros compuestos derivados siguen convirtiéndolo en un contaminante digno de atención, dados sus efectos en las generaciones que han sido expuestas», explican. No solo está relacionado con la obesidad, sino también con enfermedades cardiacas, la diabetes tipo 2 y el cáncer.

Y, por último, se encuentran los derivados de la combustión incompleta de compuestos orgánicos, como el carbón, el petróleo, la gasolina, la basura orgánica, etc. Conocidos como hidrocarburos aromáticos policíclicos o PAH (siglas del término inglés Polycyclic Aromatic Hydrocarbons), «aumentan el riesgo de contraer enfermedades metabólicas, como la obesidad y la diabetes, y también tardan en desaparecer del ambiente».

Afectan al apetito

Todos estos contaminantes generan kilos de más «alterando el funcionamiento del organismo a distintos niveles». Por un lado, apuntan los expertos de la UMU y el IMIB, «pueden inducir un aumento en el número y el tamaño de los adipocitos, es decir, de las células encargadas de almacenar la grasa. Esto supone una mayor capacidad de acumular dicha grasa en condiciones de exceso energético, como cuando se ingieren alimentos hipercalóricos».

Y por otro lado, «son capaces de alterar la capacidad del organismo para regular sus niveles de glucosa (azúcar) en sangre, reduciendo la capacidad de respuesta de determinados tejidos a la insulina», añaden. Además, «pueden afectar a los sistemas de regulación del apetito y de la sensación de saciedad, favoreciendo un mayor consumo de alimentos». También alteran el sistema hormonal y favorecen la aparición de procesos inflamatorios».

Todo ello produce «un desequilibrio en la salud metabólica del individuo que puede dar lugar al desarrollo no solo de la obesidad, sino de otras patologías como la diabetes tipo 2 o enfermedades cardiacas».

Potencial para alterar los genes a edades tempranas

Aparte de las perturbaciones metabólicas, endocrinas e inflamatorias, que afectan a lo largo de toda la vida adulta, los investigadores cada vez dan con evidencias más claras de que los obesógenos tienen así mismo el potencial de alterar el modo en que los genes se expresan durante las primeras etapas de vida, incluso durante la gestación. «Estos cambios epigenéticos pueden predisponer a la obesidad desde etapas muy tempranas del desarrollo (obesidad infantil) y producir modificaciones que pasen de padres a hijos», aseguran desde la UMU y el IMIB.