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Combatiendo la pobreza sanitaria a más de 4.000 kilómetros de casa

Voluntarios de las oenegés murcianas Itara y Pediatría Solidaria viajan a Senegal para atender a centenares de niños y mayores con tratamientos frente a la malaria y operarlos de distintas dolencias

Una de las sanitarias murcianas que viajó a Senegal sostiene en brazos a una pequeña a la que atendió.

Una de las sanitarias murcianas que viajó a Senegal sostiene en brazos a una pequeña a la que atendió. / L.O.

Adrián González

Adrián González

De la Región de Murcia a una de las zonas más pobres del mundo para prestar una atención sanitaria de primer nivel a sus habitantes ante la dificultad que tienen para acceder a un sistema gratuito y universal.

Casi una treintena de profesionales sanitarios murcianos ha estado durante dos semanas a más de 4.200 kilómetros de casa; concretamente, en la región de Kédougou, en el sureste de Senegal, para ayudar a la población más desfavorecida con distintos tratamientos contra la malaria y otras enfermedades, así como para realizar distintas intervenciones quirúrgicas.

Todo gracias al proyecto de cooperación que han llevado a cabo las oenegés Pediatría Solidaria e Itara -ambas de la Región- desde el pasado 25 de octubre hasta el martes 7 de noviembre en una de las zonas que cuenta con un mayor área rural a su alrededor.

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Una intervención quirúrgica a un paciente. / L.O.

«En un primer momento íbamos a trabajar en el hospital de allí, pero vimos que era un lugar en el que no se podía atender a los niños con un pronóstico muy grave. La sanidad es privada en Senegal: se les cobra mucho dinero a los pacientes por ser atendidos. Nuestro objetivo era el de ayudar a la población pobre que no podía acceder a tratamientos sanitarios y que no tenía ningún tipo de recurso para pagarse medicamentos, por lo que finalmente nos desplazamos hasta los pueblos y zonas rurales de difícil acceso para ayudar a sus habitantes», cuenta José Guardiola, presidente de Pediatría Solidaria.

Tuvimos que pagar de nuestro bolsillo las intervenciones de los pacientes

También Pepe Gil, presidente de Itara, lamenta las constantes «trabas administrativas» que imponía el gobierno senegalés para ejercer la profesión. «Nos exigían unas cantidades exageradas para poder trabajar allí y nos fastidiaron mucho porque nuestra misión era eminentemente humanitaria, y al final, nosotros mismos tuvimos que pagar de nuestro bolsillo las operaciones».

«En algunos casos, en las cirugías nos ponían precios de hasta 70 euros cuando el sueldo base medio del país está en 80. Lo que no podíamos hacer era ir hasta allí y dejar desatendidos a los pacientes que por falta de recursos no pudieran operarse», explica.

En esas zonas, continúa Guardiola, hay pequeños dispensarios («una caseta con apenas dos habitaciones») que generalmente lleva una enfermera que «hace de todo: desde matrona, médico general o hasta pediatra». Los murcianos se encargaron de darles «formación» y de «atender a la población que venía».

Formaban un auténtico equipo multidisciplinar con pediatras, cirujanos -varios en formación-, uno plástico, una ginecóloga, una radióloga o una médica internista, entre otros. «Es fundamental en la cooperación que los tres residentes de cirugía que llevábamos entendiesen lo que era trabajar sin medios y sin recursos para aprender la palpación, la auscultación y la medicina desde el ladro pobre», defiende Gil.

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Uno de los sanitarios trata y cura a un habitante senegalés. / L.O.

La batalla frente a la humedad

En total, indica Guardiola, atendieron a medio millar de niños de los cuales unos cincuenta de ellos fueron por diagnósticos de malaria. En esta zona, dice el presidente de Pediatría Solidaria, la alta humedad provoca la proliferación de muchos mosquitos y no se cuenta con «políticas efectivas» de prevención contra la malaria.

«Casi todos los cuadros de fiebre o sin fiebre que veíamos eran malaria o sospecha de malaria; había mucha incidencia. También vimos otras enfermedades de la piel relacionadas con la falta de higiene o patologías crónicas como la parálisis cerebral y que son derivadas del parto».

En la expedición viajaron en pedriatría, cirugía, ginecología, radiología o medicina interna

Por suerte, la internista que llevaban también vio muchas patologías de malaria y complicaciones infecciosas que ayudaba a ‘descargar’ la labor de los cirujanos. «Si tienes que hacer el triaje de todas esas enfermedades, quizás no te centras tanto en la cirugía y ella nos ha ayudado mucho a la hora de filtrar y tratar a esos pacientes», continúa Gil.

Entre las operaciones que más realizaron estaban las hernias evolucionadas, hidroceles (inflamación de escroto), hipertonías, prolapsos... El cirujano plástico fue «como la joya de la corona» de la expedición porque «hizo varias reconstrucciones increíbles» de quemaduras extensas con caras desfiguradas, reconstrucciones faciales con bocas sin labios por violaciones o incluso de la mano de un niño de seis meses al que dijeron que debían amputársela.

«Tras la operación, ese niño logró cinco días después que su mano funcionase y solo perdió un dedo. Son intervenciones un poco ‘estrellas’, pero que te dan una idea de todo lo que se puede hacer allí por ellos», añade por su parte Pepe Gil.

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Una integrante de la expedición de las dos oenegés murcianas atiende a un bebé en Kédougou / L.O.

Lo más gratificante fue, explican, «ver las caras de esos niños que no tenían acceso ni a un médico» y que se podían ir con su tratamiento gratuito. «El poder ayudar al que no tiene absolutamente nada porque ni siquiera puede pagarse un tratamiento de malaria que cuesta cinco euros. También el haber encontrado allí, añaden, «personas de referencia», como los sanitarios que están a los mandos de los dispensarios fue muy emocionante para la expedición: «Nos agradecieron en el alma que fuésemos, mientras que nosotros les agradecimos su labor porque, al final, son los que levantan esa sociedad», sostiene Guardiola.

Su homólogo en Itara subraya que, una vez vivida la experiencia, «uno no se puede llegar a imaginar la sensación cuando estás de vuelta en el avión y piensas en que te ha tocado vivir en la parte buena del mundo».

Entre los momentos no tan agradables y que hubiesen preferido ‘borrar’ de este viaje está, sin duda, cuando vieron bloqueadas las asistencias y el poder ir a ciertos sitios que estaban planeados y en los que se había convocado a cientos de pacientes: «Fue una sensación de impotencia muy grande el sentir que hay personas a las que no se va a poder tratar ni van a recibir un tratamiento de covid porque no tienen dinero ni siquiera para comer, ni para la salud ni para un tratamiento, a no ser que les cueste la vida», lamenta el presidente de Itara.

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«Creo que la cooperación tiene que ir en el mismo sentido que hemos desarrollado en esta ocasión, en unir fuerzas entre distintas asociaciones u oenegés con un mismo fin», explica Pepe Gil. El presidente de Itara defiende que el principal cometido de este proyecto entre las dos asociaciones murcianas era ayudar a los niños para tratar de que en el futuro no sufran problemas de salud.

Por su parte, José Guardiola sostiene que, una vez aterrizados en España, seguirán manteniendo el contacto por Internet con todas aquellas enfermeras que se encargan de los pequeños dispensarios en las zonas rurales en las que han permanecido durante las dos semanas que duró el proyecto humanitario.

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¿Y ahora qué? La actividad de ambas oenegés no se va a parar tras el viaje a Senegal. Pediatría Solidaria tiene ya otro proyecto establecido en Gambia, país al que suelen ir los meses de julio de los últimos años. Anteriormente, explica Guardiola, ya habían estado ayudando en Senegal, pero más al norte, en M’Bour, pero quieren también que el proyecto en Kédougou sea también anual. También han llegado a ‘cruzar el charco’ para visitar y cooperar en Bolivia.

Respecto a Itara, ya han comenzado los trámites para tratar de ayudar también en la isla de Madagascar: «La hambruna allí también es muy grande y lo que no podemos es renunciar a quien lo necesita de verdad», insiste su presidente, Pepe Gil.