Las ‘tierras malas’, la oveja negra de los paisajes de la Región de Murcia, también tienen un hueco en el corazón de los murcianos. El barranco de Gebas y la rambla del Infierno (entre Alhama de Murcia y Librilla), la panorámica lunar de Campos del Río, los terrenos más áridos de la sierra de El Valle en Murcia o las grandes extensiones de tierra sin vegetación y erosionadas de Fortuna y Abanilla son un ejemplo de los ecosistemas conocidos como ‘badlands’. Estos paisajes desérticos son característicos de la Región de Murcia y Almería y los grandes olvidados en el control de la erosión del suelo y de los servicios turísticos. 

Pese a poder tener todo en contra, la población murciana sí identifica estos ecosistemas de barrancos y cárcavas como una parte del ADN medioambiental de la Comunidad, e incluso estaría dispuesta a pagar para que se llevaran a cabo medidas de protección y mejora de los servicios culturales o educativos en estos lugares. José Antonio Albaladejo, miembro del grupo de investigación Economía Agraria y Desarrollo Rural de la Universidad de Murcia, ha estudiado desde su tesis doctoral los agroecosistemas mediterráneos en zonas semiáridas y qué demanda la población de estos paisajes. 

El investigador detalla que, gracias a una encuesta llevada a cabo por este grupo de trabajo de la UMU, los murcianos percibimos falta de información y de gestión de estos espacios por parte de la Administración. Para enmendar esto, la población estaría dispuesta a pagar hasta 15,9 euros al año de media para garantizar la protección de estos espacios (en la Región hay cinco badlands con una superficie de 8.200 hectáreas), una cantidad que se traduce en 8,6 millones de euros anuales. «Esta inversión potenciaría los servicios ecosistémicos culturales, el paisaje y las actividades educativas y ambientales de los badlands». 

Investigaciones de la UMU señalan a la agricultura de secano y a la construcción como principales amenazas

Limitaciones

Erosionados por la lluvia, muchos de estos paisajes han sufrido una transformación desde hace décadas por la agricultura de secano. «La gente es consciente de la biodiversidad de estos paisajes», explica Albaladejo, «son terrenos muy áridos, rotos y pueden generar una sensación de rechazo. Pero tienen una demanda social». El investigador esgrime, sin embargo, que también la población percibe estos terrenos como «servicios de abastecimiento y reguladores del clima» al mantener almendros u olivos, «algo que aprecian y que no quieren que desaparezca, pero sí que limitarían nuevos cultivos». 

Paisaje 'lunar' en Campos del Río, una localidad rodeada por 'badlands'. A.S.

Este dinero, según la encuesta, es lo que aportaría cada murciano a una asociación sin ánimo de lucro para que se hiciera cargo de la protección. Sin embargo, otra parte de los encuestados considera que la conservación de los ‘badlands’ debe correr a cargo de los presupuestos públicos. Incluso, la población entiende que estos paisajes «no deben ser reforestados», ya que en ellos se caracteriza la falta de vegetación. «La población considera que la limitación de la expansión de la actividad agrícola y la prohibición de la construcción son dos medidas de gestión clave para salvaguardar estos ecosistemas», concluye.

La «pertenencia» provoca que se valore más la huerta de Murcia que los badlands

Comparado con otros ecosistemas, el valor socioeconómico que la población da a los ‘badlands’ no es tan alto como el que podría darse en la huerta de Murcia, las sierras más reconocidas de la Región o el Mar Menor. El grupo de investigación Economía Agraria y Desarrollo Rural de la Universidad de Murcia ha trabajado en los últimos años en determinar la valoración económica de las medidas de gestión que se pueden llevar cabo en un espacio natural o rural. La Sierra de Carrascoy, Sierra Espuña, la huerta de Murcia, el entorno del río Segura, el entorno de Cieza o la rambla de Nogalte y el Cabezo de la Jara en Puerto Lumbreras son algunos de estos ejemplos. 

El investigador de la UMU José Antonio Albaladejo cree que influye mucho en este campo la «sensación de pertenencia», y aquí gana antes el entorno huertano de la ciudad de Murcia, el Mar Menor, las playas regionales antes que los paisajes desérticos. «Hay murcianos que consideran que estos espacios quedan a 60 kilómetros de sus casas y los tenemos muy cerca», señala en referencia a los badlands. Influye «el desconocimiento» por la falta de publicidad turística que se le dan a estas zonas, así como la cartelería y señalizaciones en estos terrenos.