La laguna salada del Mar Menor, la huerta de Murcia y las minas de Mazarrón, tres paisajes culturales de larga tradición histórica, enfrentan problemas de diversa índole que amenazan con convertir en ficción estos elementos incuestionables del imaginario murciano.

"En cada paisaje hay percepciones diferentes", explica a Efe Klaus Schriewer, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Murcia, con motivo de una conferencia organizada por el Instituto Ibero-Americano en el marco de la exposición Murcia. Huerta de Europa que acoge el Museo de Culturas Europeas de los Museos Nacionales en Berlín.

La catástrofe ecológica en el Mar Menor, su contaminación con fosfatos y nitratos como consecuencia de la agricultura intensiva y la urbanización incontrolada, indica el antropólogo alemán, ha generado "un movimiento muy fuerte" para salvar la mayor laguna salada de Europa.

Iniciativas como la del grupo murciano Nunatak, que reúne en el tema Sol y sal a reconocidos artistas españoles en un canto al Mar Menor y al que acompaña un videoclip con imágenes antiguas en Super8, son una muestra de que "en el imaginario tiene un papel muy importante y la gente lo defiende".

Son recuerdos de "una infancia feliz que tenían gracias al Mar Menor", agrega.

Entre las medidas que plantea está la de trasladar el agua con los nitratos a otros lugares donde pueda reutilizarse para la agricultura sin afectar al Mar Menor, lo que necesitaría de una inversión bastante grande, reconoce.

La solución, obviamente, consiste en fomentar una agricultura más sostenible y ecológica, aunque según los científicos la contaminación permanecerá por décadas en el suelo y seguirá llegando al Mar Menor, advierte.

En término de infraestructuras, serían necesarias asimismo más depuradoras, insuficientes ante la urbanización masiva, y embalses en las ramblas para recoger el agua que deja la gota fría para evitar la consecuente bajada de salinidad al llegar al Mar Menor, agrega.

La huerta, una ficción

También la huerta es importante en el imaginario murciano, "pero ya es una ficción", porque a pesar de haber personas conscientes de la "muy profunda transformación" que experimenta este paisaje, "no tiene mucho eco en la sociedad" y apenas existen movimientos que salgan en su defensa.

El proceso de urbanización constante y masiva, diversas crisis cítricas, el cambio generacional, han llevado a la desaparición de muchas plantaciones y al abandono de la agricultura, a lo que se suman infraestructuras como la autovía o la alta velocidad.

Todo ello hace que la huerta de Murcia se haya convertido en "uno de esos paisajes periurbanos, donde la presión de la ciudad es grande".

En opinión de Schriewer, quizás debería declarase bien de interés cultural, al menos a lo que queda de ella, pues ya la expresión "huerta de Europa", con la que Murcia se identifica, apunta a que "siempre se ha visto como esta tierra que da, y en abundancia".

"En el imaginario es importante", pero la huerta "se ha quedado en una imagen, y la realidad es la contraria", lamenta la presión que sufre como paisaje perturbado.

Por otro lado, el paisaje de las minas de Mazarrón, casi lunar por estéril de tanta contaminación, "espectacular" y "muy extraño" por sus colores, formas y erosiones, es importante en cuanto testimonio de la transformación de la región y de la importancia que tuvo la minería en varios momentos de la historia.

Explotada ya por los romanos al saber de la presencia de plata y plomo en la zona, en la Edad Media Mazarrón fue uno de los principales productores de alumbre y en el siglo XIX atrae a todas las grandes compañías en busca de estos metales cotizados.

Mazarrón, ejemplo de abandono

Tanto de los romanos, como de la Edad Media y de la explotación minera en el siglo XIX se pueden encontrar ruinas en este paisaje, pero no hay actividad ninguna de conservación, lamenta Schriewer.

Mazarrón "es un paisaje que tiene que ver con la identidad", porque aún hoy queda un reflejo del pueblo de migraciones que fue en el siglo XIX, y el principal problema que enfrenta actualmente es su reconocimiento como patrimonio histórico.

La sospecha, indica, es que en algún momento se quiera volver a la actividad minera con técnicas modernas, lo que quizás podría ser rentable para la región, pero transformaría todo el paisaje.

Schriewer, que lleva veinte años en Murcia, asegura que esta situación le duele mucho por el cariño que le tiene a esta tierra.

Como extranjero que puede observar desde la distancia, se sorprende por ejemplo ante la contradicción de que cada año se celebre la fiesta del Bando de la Huerta, una exaltación de las tradiciones huertanas convertida en interés turístico, al mismo tiempo que la huerta desaparece.

"Yo lo que adoro, lo protejo", zanja.