Desde hace más de quince años José Luis Espinosa vivía de los recuerdos y algunas fantasías. 'El comandante', como le conocían en un pequeño bar cercano a la murciana Plaza de Las Flores, era un personaje misterioso y revolucionario, con fuerte carácter, que no se cortaba un pelo a la hora de hablar del Gobierno. Con su eterno puro y su vasito de vino, tampoco la Monarquía o la Iglesia eran fuentes de su devoción en las conversaciones con contertulios. Se sabía que había viajado mucho, que se había codeado con personas importantes, que había realizado actividades peligrosas y que había pasado por la cárcel. Los parroquianos del pequeño bar desconocían que 'El comandante' tenía una biografía muy particular y había desempeñado papeles importantes en ese mundo oscuro, mercenario y sumergido del espionaje.

Nació en San Javier el dos de septiembre de 1929. Hijo de un comisario de policía comunista, tiene que salir con su familia desde Alicante hacia Argel en los últimos días de la Guerra Civil. En la guerra de descolonización contra la Francia de De Gaulle trabaja de carpintero en los cuarteles franceses pasando información a los argelinos de los franceses y viceversa.

Desde 1965 hasta 1980 es la etapa dorada de Espinosa. Entra y sale de las oficinas de la dirección general de Seguridad en la madrileña Puerta del Sol como Pedro por su casa. Es el hombre de confianza del supercomisario Roberto Conesa. Le conoce como jefe superior de Policía en Valencia y le acompaña a Madrid cuando le ponen al frente de la Comisaría General de Información, tras liberar a Antonio María de Oriol y al general Villaescusa, secuestrados por el GRAPO. Espinosa es un peón muy valorado por los servicios policiales.

Y logra éxitos muy importantes para el prestigio de Roberto Conesa, como la desarticulación de toda la cúpula del Grapo en Benidorm, donde iban a celebrar un congreso todo controlado por Espinosa, a quien el grupo revolucionario le encarga organizar la logística y la infraestructura de la reunión. De todo ello tienen información puntual los servicios policiales, que les cazan como conejos.

Espinosa, de paso, gana categoría en las cloacas del Estado y también notables compensaciones económicas: se habló de más de 300.000 pesetas.

Este espía y confidente de los servicios policiales españoles, semianalfabeto, tenía gran facilidad para narrar sus aventuras. Según contaba, había pertenecido a varios servicios secretos como agente doble, tanto con argelinos y franceses como españoles.

A lo largo de sus carrera utilizó varias identidades y apodos. Además de José Luis Espinosa Pardo, fue también Alfredo González López, natural de Alicante, y Alberto Torremocha Ramírez, mecánico, natural de Cáceres. Entre los apodos están Gustavo, Alfredo o Ahmed, esté último de su época de colaboración con el Frente de Liberación Nacional argelino durante la guerra de independencia de ese país con Francia. En este país también se le conocía como el 'Chulo de Bab el Oued'.

Antonio Cubillo defiende la independencia de las Islas Canarias y encuentra acogida en su lucha en Argel. Los gobernantes argelinos están molestos con el Gobierno español por la entrega del Sahara a Marruecos. A Cubillo le dan casa, apoyo económico y cobertura radiofónica para su emisora Canarias Libre. Inicia una campaña de colocación de pequeñas bombas en Madrid y las Islas Canarias.

Roberto Conesa, desde la Puerta del Sol, lo tiene claro, según Espinosa. Hay que eliminar a Cubillo, y para ello la persona ideal es el confidente.

Y Espinosa «acude sin vacilar y también sin titubeos para organizar el atentado». Busca a las personas que tenían que realizar materialmente la acción y convence a Juan Antonio Alfonso González. Le consigue una identidad falsa que le facilitan los servicios policiales y este se busca un ayudante, José Luis Cortes, al que ofrecieron 250.000 pesetas. Ambos volaron desde Alicante a Argel. Descartan las pistolas y optan por las armas blancas.

Los dos mercenarios apuñalan a Cubillo en la escalera de su casa mientras esperaba el ascensor y salen huyendo, dándole por muerto. Con la ayuda de unos vecinos es trasladado a un hospital muy próximo y consigue salvar la vida, aunque dejándole graves secuelas. Al final, el atentado resulta una chapuza y los dos autores son detenidos por la policía argelina. Espinosa es reconocido por Cubillo y queda en busca y captura. Los dos detenidos son condenados a pena de muerte y cadena perpetua por la Justicia argelina, y a Espinosa este mismo tribunal argelino le condena a muerte en rebeldía.

Paralelamente, siguiendo instrucciones de Conesa, se infiltra en el PSOE y en la UGT. Había estado en el Congreso de Surennes como delegado socialista en la elección de Felipe González, teniendo cierta entrada en la dirección federal del partido en Madrid.

Aterriza en Murcia y se domicilia en Torreagüera. Se mueve dentro de los primeros ugetistas que están lanzando el sindicato, como afiliado al sector de la madera y consigue hacerse en un congresillo con la secretaría general regional, «para depurar a troskistas y cristianos de la HOAC». En el emergente PSOE murciano con Álvarez Castellanos de secretario general tiene también una importante entrada. En el primer mitin de Felipe González en la Plaza de Toros se encarga, junto con Juan Manuel Garrido, de toda la organización. En las primera elecciones municipales democráticas es el coordinador de campaña del ayuntamiento de Murcia, con Andrés Hernández Ros de coordinador regional.

Con el relevo de Roberto Conesa por Manuel Ballesteros en la Comisaría General de Información a primeros de los ochenta y el atentado de Árgel, Espinosa está quemado como confidente y espía y entra en una etapa de olvido y oscurantismo. Por los servicios prestados le han dado una nueva identidad y le han comprado una finca en Extremadura por millón y medio de pesetas procedentes de los fondos reservados. La finca no marcha y la tiene que vender, y ante la falta de trabajo se dedica a otros oficios a través de sociedades limitadas donde el figura como administrador único, como posible testaferro.

En esa etapa es condena por un delito contra la seguridad pública. «Tenía unas drogas que me había facilitado la Policía para un posible intercambio por las joyas robadas a la Virgen de la Fuensanta en Murcia».

Cuando menos se lo podía imaginar a finales de los ochenta, diez años después del atentado de Argel, es detenido por dos inspectores de policía 'gallegos' y dos días después ingresa como preventivo en Carabanchel. Unas denuncias entre Cubillo y Martín Villa abren el proceso judicial por el atentado. Se celebra el juicio y es condenado a veinte años de cárcel y a una indemnización de 25.000.000 pesetas, de la que es declarado insolvente.

Cuando ingresa en penal de Carabanchel, Espinosa es consciente de que le han dejado tirado como a un perro. Su antiguo protector ,el supercomisario Conesa, está prófugo en El Caribe ya que la Justicia le exige responsabilidades por el asesinato frustrado de Cubillo. «No me han dado ninguna ayuda. Ni un paquete de tabaco. Me han arruinado moral y económicamente. He perdido mi mujer y mi casa», declaraba en una entrevista a El País siete años después.

Ya de preventivo, en una carta a su abogado expresaba sus quejas. Se lamentaba de que la cuerda se rompía por el sitio más flojo. «Lo que están haciendo conmigo es una injusticia, porque no se les pide que den la cara, pero, claro son personas muy importantes» y cita a «Suarez, Villa, Mariano Nicolás y Emilio Sánchez, que son los verdaderos culpables».

En la cárcel se comporta como un recluso aplicado e incluso realiza un curso de pastelería impartido por el INEM en el que aprende elaboración de pasta de manga, petit-sup para palos catalanes, bocaditos de nata y pasteles, bizcochos para tartas, magdalenas, cruasanes y hojaldre.

A través de su nuevo abogado, el entonces famoso Rodríguez Menendez, inicia una serie de papeleos para logar el tercer grado y solicita el indulto tanto al ministerio de Justicia como a la Casa Real. En las alegaciones, además de la edad, incluye una serie de servicios que en su estimación a realizado a la Patria: «Un atentado contra Su Majestad, la desarticulación de los Grapo en Benidorm, el secuestro del General Villaescusa y Oriol. Para Instituciones resolví el asesinato del Director Abad y fui quien advirtió al comisario Manuel Sandoval de la fuga de los Grapo de Zamora».

Recupera el pasaporte y regresa a Murcia con 67 años, sin dinero y sin derecho a pensión, ya que según su vida laboral en todos esos años de servicios no ha cotizado a la Seguridad Social ni 365 días. Su situación económica personal se acentúa y al final consigue una pensión no contributiva. Con este pequeño subsidio y las ayudas de algunas amistades ha subsistido, hasta su reciente fallecimiento casi en la indigencia.