Entre el Mucho Más Mayo y la Noche de los Museos el acontecimiento que marca el inicio de temporada en la ciudad es la Asamblea anual del Real Club de Regatas de Cartagena. Y no porque la cosa sea para ejemplarizar cohesión y sentido común, sino porque entre las flores de unos y el terror de los otros aquello empieza a parecerse más a la batalla de Cartagena del 209 a.C. con un avergonzado Mediterráneo de fondo presenciando el agotador más de lo mismo.

Este año el anuncio de la renuncia de su presidente Miguel Angel Celdrán Vidal después de 12 años de gestión provocó al unísono el casi enloquecido aplauso de un asistente, porque sólo él, uno sólo, aplaudió encarnizadamente la noticia como si le hubiera tocado el jamón del bingo, aunque a la vista de lo visto debieron ser muchos más los se quedaron con la gana y probablemente el respeto a las canas contuvo los primitivos instintos. Y es que no hay nada que a uno se le ocurra hacer desinteresadamente en esta vida que no genere críticas desmedidas, o si no recuerden la última vez que fueron presidentes de su comunidad, con lo que eso mola.

Aquellos tiempos en que los apellidos compuestos se daban cita junto a su velero y sus amigos, para hablar de negocios y hacer punta de lanza con lo más granado de la vida social de la ciudad han quedado tan atrás que empieza a ser insultante ver cómo un edificio emblemático, en un lugar privilegiado y con un modelo de sumas y restas tan antiguo como el mar avanza hacia un inevitable declive que hasta el cuadre de caja pide salvavidas urgente con cabo corto, que esto ya no se arregla con bailes de salón.

Claro que un Club de Regatas debería ser para eso, para regatear y ahí sí que va bien la cosa a la vista de los importantes logros que el deporte náutico está consiguiendo para la ciudad, lo que al menos nos ayuda a tener claro hacia dónde apuntar para no seguir errando el tiro. Ya no cabe más madera reseca ni puestos de vigía por adecentar y los nuevos modelos de gestión se hacen imprescindibles si no queremos que los palos del tambalillo acaben bajo el agua extenuados de soportar siempre los mismos huracanes, en la misma dirección y con la misma mala sal corrompiéndolo todo, porque este pasado ya no sirve para el otro futuro.

Hace falta gente experta en liderar equipos, en modelar sistemas, en abordar cambios con coraje, en aplicar principios de prudencia sobre realidades evidentes, en llevar a cabo reformas inevitables que sean capaces de recuperar para sus socios y para la ciudad la ilusión por algo tan ancestral como navegar, conversar o simplemente poder mirar al mar desde el privilegio que otorga un atardecer.

No hay duda de que 'esto come el tiempo y la sangre', como dice el vicepresidente Luis Navarro Berlanga, pero sólo con gente de ese perfil y experiencia en modelos de gestión se puede sacar del agujero este negocio, porque cuando al asunto del ocio le precede una negación se convierte en 'neg-ocio' y no porque tenga rentabilidad personal, sino porque lo que un día eligieron como ingrediente para el descanso les llevará al lugar diametralmente opuesto donde hagan lo que hagan tienen garantizado un seguro de fracaso. Si usted es socio de este club, hágame caso: cambie su forma de ver las cosas, piense que aquello de medir quién tiene mas larga la eslora ya no se lleva, cambie su actitud, convénzase que estos tiempos de morado e internet ya no son buenos para más de siete apellidos cartageneros, reconviértase a lo de confiar en quienes han conseguido el reconocimiento por su trabajo de gestión fuera y deje que hagan dentro, y al menos no estorbe demasiado, póngase a la orden, proa al viento, relájese y disfrute.