Opinión | La balanza inmóvil

Jesús y la amnistía

Lo contrario a esa solidaridad por el bien de todos es el interés particular que se trasluce en: Carles, en tus votos encomiendo mi alma

Foto de archivo del expresidente de la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont.

Foto de archivo del expresidente de la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. / Benoit Doppagne / Europa Press

Nada, que ni siquiera hoy puedo olvidarme de la realidad que estamos viviendo. Hoy, Cristo entregó su vida por nosotros, tras azotes, humillaciones y martirio que sufrió por la cobardía y el miedo a su doctrina salvadora del ser humano. El temor a perder el poder político por el sanguinario Herodes y el cobarde Pilatos, la intervención de los sumos sacerdotes Anás y Caifás y el manipulado pueblo lo condenaron a la peor de las muertes, solo reservada para los delincuentes más despreciables. Una cruz le esperaba en el monte Gólgota, a las afueras de las murallas de Jerusalén, para ser expuesto entre Dimas y Gestas, el buen y el mal ladrón. Solo que esa Cruz resultó ser posteriormente la salvación del mundo, porque, al tercer día, Jesús resucitó y proclamó la victoria de la vida eterna sobre la muerte terrenal

Esa muerte sí que fue una única, verdadera y legal amnistía. A las tres de la tarde, dicen las escrituras, se desgarró el velo del templo, se abrió el cielo y tronó toda la tierra al expirar Jesús, tras decirle al Padre que a sus manos entregaba su espíritu. Y lo entregó por la salvación de todos nosotros, por el perdón de nuestros pecados y por la reconciliación del ser humano con Dios. Ese perdón sí que era necesario y esa reconciliación sí que fue auténtica. Lo contrario a esa solidaridad por el bien de todos es el interés particular que se trasluce en: Carles, en tus votos encomiendo mi alma.

Hoy, más de dos mil años después, hay otra amnistía muy distinta. Para empezar, no es divina, sino humana. No es altruista, generosa, desinteresada y limpia, sino todo lo contrario, injusta, ilegal, interesada e hipócrita, porque con la excusa de la reconciliación de un pueblo, lo que consigue es dividirlo y enfrentarlo. Y no lo digo yo, sino la mayoría de los juristas de este país, e incluso el mismísimo Consejo General del Poder Judicial, que afirma que la amnistía no tiene cabida en la Constitución, porque este tipo de medida de gracia quedó excluido de su articulado de forma consciente. Dice que la tramitación parlamentaria elegida es arbitraria, al no justificar su urgencia. Afirma que es una vulneración del derecho a la igualdad y del principio de separación de poderes, y que no supera el juicio de racionalidad, proporcionalidad y adecuación a los fines que pretende conseguir. También afecta a la seguridad jurídica, porque adolece de una amplia indeterminación. Finalmente, sostienen la mayoría de los vocales de dicho Consejo que es contraria a la normativa vigente la no suspensión del procedimiento cuando se haya suscitado una cuestión de inconstitucionalidad o una cuestión perjudicial. Pero lo más, es lo que ha afirmado el presidente del Consejo, que a pesar de votar en blanco, lo ha dicho más claro que nadie. Manifiesta que participa en muchas de las reflexiones de ambos informes del Consejo, en contra y a favor de esa ley, pero que debería haberse profundizado en un hecho omitido en la exposición de motivos de la proposición de ley, como es el acuerdo suscrito entre el PSOE y Junts per Catalunya, en el que, como mutuas contraprestaciones, se ofrecía la ley de amnistía a cambio del apoyo a la investidura del presidente del Gobierno. Ven como ni es desinteresada, ni legal, ni reconciliadora y mucho menos pacificadora de la sociedad española en general y de la catalana en particular. Antes, por el contrario, es ilegal, interesada y arbitraria en cuanto a su tramitación por vía de urgencia, cuando sería un proyecto de ley lo correcto atendida la excepcionalidad jurídica y por tratarse de una cuestión de total trascendencia social. Todo ello en concordancia también con el informe de la Comisión de Venecia (órgano consultivo del Consejo de Europa, formado por expertos independientes en el campo del derecho constitucional) que, a pesar de tratar de convencernos el Gobierno que es favorable a esa ley, la realidad es que no lo es.

Volvamos a la época de Jesús, donde ni siquiera hacía falta controlar a ningún tribunal, por muy constitucional que fuera, porque el derecho de gentes, que fue constituido como derecho común a todos los pueblos, al igual que nació en su momento el derecho actual de la Unión Europea, se aplicaba directamente por el poder político. Y ese fue el resultado, la muerte de un inocente solo por el temor a perder el mando. Cualquier parecido con la realidad, con la salvedad de la muerte, en la actualidad, es pura coincidencia. ¡Jesús, que tu resurrección nos libre de todo mal! ¡Amén!

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