Hace unos días, hablando con unos compañeros, profesores en colegios e institutos, me comentaban que dar clase hoy en día en España es algo triste. Evidentemente, me aseguraban, había grandes momentos y grandes satisfacciones, pero que, en general, cada vez había menos de unos y de otros.

Hoy en día, en España, dedicarse a la educación supone dedicarse a una profesión difícil de desempeñar. Últimamente, la profesión de docente se ha vuelto muy poco gratificante. Da la sensación de que todo lo que se intenta transmitir en los colegios e institutos „ya sean valores, conocimientos o cultura„ pierde toda validez en cuanto los alumnos salen del aula. Las circunstancias han cambiado tanto que la docencia de hoy no se parece en nada a la de hace veinte años. Ni siquiera a la de hace diez. El entorno actual es mucho más poderoso e influyente que hace un par de décadas. Muchos programas de televisión, como Gandía Shore, Sálvame o Mujeres y hombre y viceversa „entre otros muchos„, transmiten una cultura determinada que choca frontalmente con la cultura que en institutos y colegios se quiere transmitir. Esto es así hasta tal punto que hace unos días un compañero me comentó que una alumna suya de doce años le había dicho que de mayor quería ser choni. Toda una declaración de intenciones.

Por otra parte, las familias de hoy en día tampoco son lo que eran. Sé que no está bien generalizar, pero todos aquellos que nos dedicamos a la educación sabemos „porque así lo recogen los datos de matrícula„ que un gran número de alumnos viven en familias desestructuradas y poco sólidas, muchas de las cuales tienen un nivel cultural igual a cero o por debajo de esa cifra. Cuando a veces charlo con algunos compañeros que se dedican a la educación, al final casi todos llegamos a la conclusión de que, en la actualidad, el problema general del alumnado no son los conocimientos, sino las emociones. Muchos de los alumnos llegan a las aulas carentes de afecto, carentes de responsabilidad, de valores, de normas y de estímulos. Están casi sin civilizar. Esto provoca que los profesores dediquen gran parte de sus clases a corregir las faltas de deberes, a atajar las faltas de conducta, a llamar la atención sobre las faltas de responsabilidad y a corregir las continuas faltas de actitud. Esta situación se intensifica en los institutos, donde los alumnos le han perdido por completo el respeto a sus docentes y, en ocasiones, se enfrentan verbal y físicamente a sus profesores vejándolos incluso delante de los propios compañeros de clase.

Hoy en día, la profesión de docente en España pasa por uno de sus peores momentos. Los docentes actuales ya casi no pueden dedicarse a enseñar, porque son pocos los alumnos a los que les interesa aprender. Por lo general, los docentes de hoy en día no enseñan lengua o matemáticas; sencillamente, se dedican a luchar contra los estímulos externos con los que los menores se han educado: las redes sociales, el whatsapp, las drogas, los embarazos no deseados, las broncas en casa, la soledad, la bulimia, el desapego familiar, el sexo sin control, las chonis...

Hace unas semanas, un compañero nuestro, Abel Martínez Oliva, fue asesinado a manos de un adolescente cuando acudía a auxiliar a una compañera al oir los gritos procedentes del interior del aula donde el alumno estaba sembrando el terror. La noticia de su asesinato, después del impacto inicial, ha tenido menos trascendencia que un resfriado de Messi o que la victoria de Belén Esteban en Gran Hermano. El cruel asesinato de Abel Martínez es el síntoma definitivo de que algo grave nos está pasando. Estamos enfermos, pero ni siquiera nos interesa verlo.