Mi abuelo Alfonso era republicano. Como tantos, fue represaliado por la misma República que ayudó a instaurar, y que acabó convertida en mera carcasa de la tiranía del Frente Popular. Hoy mi abuelo se moriría otra vez si supiera que, en nombre de la República, de la igualdad de todos los nacidos de mujer (de momento) que justificó siempre el fin de las monarquías, lo que pretenden sus supuestos defensores es consolidar la desigualdad. No otra cosa han defendido nuestras penosas izquierdas desde la Transición, apoyadas por el vacío ideológico y las conveniencias de nuestras derechas: las diferencias fiscales, de derechos y de consideración según la lengua materna y la cuna regional de los españoles. Y, desde hace unos años, lo impensable: la discriminación ante la ley por delitos iguales en favor de las mujeres. Si eres vasco o navarro, además de unos derechos históricos propios del Antiguo Régimen, inconcebibles en un país moderno tras la Revolución Francesa, pagas menos impuestos y gozas de una financiación esplendorosa que te permite tener unos servicios mucho mejores que los del resto de españoles. Si eres catalán, vasco, balear, gallego o valenciano puedes imponer una enseñanza monolingüe frente al derecho de quienes piden aprender también (no sólo) en español. Y acceder a la función pública de las regiones ´castellanas´, pero no a la inversa. Un Estado republicano no lo hubiera tolerado nunca. Y, sin agotar el asunto, si eres catalán o vasco puedes tener cuerpos armados de obediencia nacionalista y gastos desmedidos en políticas exteriores directamente dirigidas contra España, que te los subvenciona. Los republicanos de hoy, tan falsos, defienden, como remate, que los nacionalistas puedan votar si se separan del resto, pero el resto no pueda decir ni pío. Son geniales. Y se dicen republicanos. ¿República? Sí, pero para todos. Y para todo.