Ibon Navarro Pérez de Albéniz quería ser futbolista de niño. Jugaba de portero, pero era algo que no le terminaba de gustar. Su padre, José Ramón, buen aficionado al baloncesto en una ciudad como Vitoria que respira por los cuatro costados el deporte de la canasta, lo llevaba a algunos partidos en Mendizorroza. Pero al pequeño Ibon quien más le influyó fue su tío Luis, hermano de su madre, que era entrenador en el Corazonistas, uno de los colegios con más tradición en el deporte que terminó eligiendo. Muy joven empezó a dirigir un equipo de niños de apenas 9 años de edad con los que estuvo seis temporadas. Terminó clasificándolos para la liga vasca y fue entonces, en un partido, cuando el director de cantera del Baskonia se fijó en él. Tanta pasión tenía por el baloncesto, que en su habitación había tres póster de estrellas de este deporte. Llegó a la selección vasca coincidiendo con su etapa universitaria -en su carpeta llevaba una foto de Velimir Perasovic- y se licenció en Química, una carrera que eligió por la pasión que le transmitió un profesor en su niñez, aunque antes de ello un verano se encontró que por culpa del baloncesto no había aprobado ninguna asignatura. Entonces, para motivarse, colocó en su habitación dos rótulos: «Recuerda que no has aprobado ninguna» y «orgullo». Fue un verano duro pero productivo. Encontró rápidamente trabajo tras pasar un verano en Alemania estudiando el idioma (también habla inglés). Pero un día, pese a tener un trabajo bien remunerado, decidió dedicarse a su auténtica vocación pese a que en esos momentos ganaba bastante menos. Apoyado por su familia, este amante de la música rock, seguidor del grupo vasco Izal, se la jugó y decidió aprender al lado de Paco Olmos en Menorca, donde vivió uno de los momentos más amargos de su vida con un descenso. Pero es que «a Ibon no le gusta perder ni al parchís. Cuando perdían los críos, venía a casa y no se le podía hablar», dice su madre, Mari Carmen, aficionada del Baskonia.

Conoce a Ibon Navarro: