Van apareciendo voces, algunas en este periódico, que se atreven a sugerir que el edificio de la Cárcel Vieja de Murcia, sea cual sea el diseño definitivo para su nuevo uso, debiera ser derribado al completo. Es verdad que cada cual tiene su propia idea acerca de lo que debiera asentarse en ese inmenso espacio largo tiempo cerrado a la mirada pública, pero la coincidencia sobre abrirlo por completo a la calle es general. Me confortan esas aportaciones, porque hace años que lo apunté en esta columna, lo cual carece de importancia, pues no me considero profesionalmente acreditado para ofrecer opiniones al respecto, pero vengo hablando desde hace una década con muchas personas de distintos ámbitos que sí lo están y observo una coincidencia general acerca del escaso interés de la conservación de esas paredes.

En cuanto a las autoridades, llama la atención la frivolidad con que, en un primer momento, intentaron solapar la estructura base del arrablal árabe descubierto en San Esteban a la vez que mustran una extraordinaria timidez para anunciar lo que parecería exigible: la desaparición de ese monumento de los horrores que constituye la estructura de la viaja cárcel. El edificio cuenta con una declaración de protección relativamente reciente, pero tras ella, por desidia de la Administración en su conservación, se produjeron los derrumbes de las cúpulas que parecían justificarla, de manera que poco hay ya que valorar. Los muros de la cárcel, de irrelevante interés arquitectónico, serán, si se mantienen, una barrera para cualquier proyecto en que concluya el concurso de ideas en marcha.

Tiene la Cárcel Vieja, sin embargo, un interés sentimental en lo relativo a la memoria histórica, pues albergó mucho sufrimiento alrededor de la etapa más oscura de la España del siglo XX, y resulta obligado fijar un testimonio físico para evitar que se borre de la conciencia general esa huella de dolor. Pero esto no significa que haya que convertir el espacio en un muro de las lamentaciones o en lugar de peregrinaje político. Bastará con un digno recordatorio. El mejor homenaje a las víctimas de la Historia es convertir los lugares donde habitó la tristeza en espacios de cultura, entretenimiento y encuentro ciudadano.

El uso público municipal de la Cárcel Vieja llega con retraso, pues durante años el alcalde Cámara eludió el convenio con Hacienda, propietaria del edificio, para intercambiar éste con un solar en que ese ministerio pudiera ubicar la ampliación de sus oficinas. El exalcalde puso la firma casi al final de su mandato, y encima cedió a Hacienda un solar ubicado en una zona que se convertirá en intransitable cuando este departamento se instale en ella. En el periodo en que la Cárcel Vieja fue propiedad municipal bajo Cámara nadie movió un dedo para promover un nuevo uso, algo completamente lógico habida cuenta de la inexistencia de ideas de la Administración anterior. Sin embargo, el alcalde Ballesta tomó ya en su campaña electoral la cuestión de la Cárcel como uno de sus proyectos básicos para la modernización de la capital, y está dando los pasos para agilizar la definición de un proyecto, si bien su Corporación no se ha atrevido a sugerir el paso de derribar el edificio, tal vez temerosa de reacciones en contra que podrían evitarse si el Ayuntamiento desarrollara una amplia consulta entre expertos en el patrimonio histórico.

Si Ballesta completa esta operación, añadida a las actuaciones sobre el arrabal de San Esteban y a la recuperación del río para uso ciudadano habrá hecho una gran labor de acuerdo a un proyecto que ya traía diseñado cuando accedió a La Glorieta y que lo convierte en un político que puede presumir de disponer de un modelo de ciudad, algo que escasea entre nosotros.

Pero que no se olvide de la piqueta.