Hubo un tiempo en que la palabra España era impronunciable. Los de un lado se habían adueñado de ella y al resto no les quedó otro remedio que esquivarla si no querían ser abochornados por los suyos, que hablar de España era de fachas. Pronto surgió el sinónimo que aglutina el otro lado sustituible en cualquier contexto y empezamos a decir 'este país', y de ese modo cedimos y otorgamos el derecho de uso de lo que era de todos, España, a sólo unos pocos y quedó el atributo de lo rancio y derechón adosado a sus colores. Suerte que poco a poco fuimos recuperando lo nuestro sin cambiar de nombre ni de residencia, pero cuando de extremos se trata la historia opera siempre bajo idéntico modelo. Sucedió con las Vascongadas y nos acomodamos al País Vasco, sucede con Catalunya sin saber bien a dónde nos vamos a acoplar y ahora nos llega a Cartagena, a la de todos.

Les crece la boca con el nombre dentro, como si el perro fuera suyo sólo por haberlo amordazado, como ya han denunciado muchos periodistas y desde el empoderamiento de lo que es de todos, si no estás de acuerdo con la provincia de Cartagena, no eres cartagenero. El prestigioso profesor de estructura económica de la Autónoma de Madrid David M. Rivas, figura importante del nacionalismo asturiano, me decía el otro día: «La provincia, ese residuo del centralismo jacobino, debería desaparecer. Cada comunidad autónoma debe organizarse conforme a sus usos tradicionales: concejos, comarcas, territorios, demarcaciones?» Sin embargo, expresar ideas a este respecto aquí provoca que un talibanismo creciente amedrente la libertad de pensamiento y no sólo por los descerebrados irrespetuosos -que siempre los hay y en todos lados-, sino porque el modelo está siendo homologado por los que añaden ventilador a los improperios de sus compañeros de pensamiento con la sorpresa de que los propios dirigentes -lejos de mirar para otro lado- clickean y megustean estos formatos. Traidor, xenófobo, palmero del expolio, sapo, corrupto, pilla cacho, periolisto anticartagenero, basura, judío de las SS, comemierdas y cucaracha, fueron algunos de los calificativos dedicados a mi persona estos días porque me manifesté en las redes en contra del cartel que colocaron los biprovincialistas en Cartagena y postearon seguido usando cabeceras de la TV Murciana sin más. Y no pasa nada.

Ahí sigue la valla, igual que las docenas de pintadas insultando a Murcia por toda la comarca. Pruebe usted a instalar una donde le apetezca anunciando su producto o a pintar cualquier mobiliario urbano. Naturalmente hay que denunciar a quien insulta y así lo hice. Lo preocupante es que estas actuaciones van en aumento.

Mariano Beltrán, socialista, psicólogo y columnista, ha recibido toda clase de insultos, ataques y amenazas hasta tener también que acudir a los juzgados por expresar su opinión sobre los vientres de alquiler. A Rosa Manrubia le han llovido un aluvión de insultos por su artículo sobre cómo deben vestir las abogadas e incluso José López, qué paradoja, se quejaba el otro día en un periódico vasco de que no paraban de insultarle. Y es que gritar más nunca otorgó más razón, menos aún el insulto y el improperio. Mucha contención va a ser necesaria estos próximos días porque con Podemos apoyando a Ana Belén Castejón y pidiendo la dimisión inmediata del alcalde y el hecho de estar investigado por delitos de prevaricación, malversación, tráfico de influencias y actividades prohibidas...

El panorama deja un terreno con abono suficiente para que el tic-tac se acelere y no nos va a quedar otra que recuperar la cordura por Cartagena para que empecemos a ganar las guerras importantes mientras dejamos perder las discusiones irrelevantes.