Contaba Bucay que una vez existió un rico mercader que fue invitado a una muy pomposa cena. El comerciante se arregló para la ocasión y, una vez solucionados todos sus asuntos, emprendió camino hacia el lugar donde se celebraba la misma. Sin embargo, quiso la mala fortuna que, en mitad del camino, una pandilla de bandidos le abordaran, impidiéndole continuar.

El hombre se defendió como pudo peleándose con ellos, pero los asaltantes le despojaron de sus bienes y le dejaron sucio y maltrecho. Pese a ello y que sus ropas estaban rotas, el hombre al encontrarse nuevamente libre, decidió no cambiar sus planes y proseguir su destino hacia tan distinguida cena.

Llegó hasta la puerta del palacete donde se celebraba el evento pero, al ir a entrar, dos guardas le salieron al paso y le prohibieron el acceso. No podía entrar a una reunión tan importante, alguien con vestimentas y aspecto tan deteriorado.

El hombre, malhumorado, se volvió a su casa pero, al llegar a ésta, decidió arreglarse, colocarse una capa negra de franela y dirigirse de nuevo a la fiesta. Esta vez no tuvo problema alguno para acceder a la misma.

Cuando comenzó la cena, sirvieron de primero una sopa y todos, animadamente, se apresuraron a dar cuenta de la misma. En realidad, todos menos él que, insistentemente, comenzó a mojar un pico de su capa en la sopa. Los invitados, horrorizados, no podían dejar de observarle pensando que, quizás, había perdido la cabeza. Sin embargo, él, al ver sus caras, mirándoles a todos tranquilamente, les dijo:

-No pasa nada, es que, en realidad, es a mi capa a la que han invitado a cenar, no a mí. A mí me prohibieron entrar cuando no la llevaba. Está claro. Es ella la invitada-.

Cuántas veces, en nuestra vida, caemos en el mismo error. Pensamos que solo nos importa el interior de las cosas pero, en realidad, sólo nos fijamos en la apariencia de las mismas. Con los animales lo hacemos continuamente. Decimos que nos da igual la estética o la raza, que queremos simplemente un perro que pueda hacernos compañía. Sin embargo, en todos los albergues y refugios de España, los primeros adoptados son siempre los cachorros más guapos y esbeltos, los más agraciados. Por eso, siempre me pregunto ¿Qué ocurre con los viejos, maltrechos y feos, a esos quién los quiere?