La zoofilia es una práctica sexual en la que un humano mantiene relaciones con un animal. No está catalogada como una enfermedad mental y, por increíble que parezca, en muchos países es legal y habitual.

En Canadá, por ejemplo, si no hay penetración, es legal.

En 16 estados de Estados Unidos, no solo está permitida sino que, incluso, ofrecen un paquete de turismo sexual en granjas para que cada uno de los participantes elija el animal que más les atraiga.

En el Líbano son más exquisitos. Allí es legal mantener relaciones sexuales con animales, siempre y cuando, sean hombres con hembras. De otra forma, se equipara a la homosexualidad y está totalmente prohibido.

En Dinamarca, por si todo lo anterior fuera poco, hay hasta prostíbulos en los que, a cambio de dinero, es posible mantener relaciones sexuales con perros o caballos. Sus clientes, además de los locales, proceden también de terceros países vecinos.

Pero si quieren más singularidades, les diré que en algunos países de Oriente Medio, está permitido mantener este tipo de relaciones con corderos pero, eso sí, luego no puedes comértelos. O una cosa o la otra.

Desgraciadamente, la lista de países que admite la zoofilia es mucho más larga pero, mientras tanto, ¿qué creen que ocurre en nuestro país? ¿Está aquí permitida?

En España, en contra de esta práctica solo es aplicable el artículo 337 del Código Penal. Este establece sanciones para el que «por cualquier medio o procedimiento les maltrate injustificadamente, causándole lesiones que menoscaben gravemente su salud o sometiéndole a explotación sexual». Y ahí vienen todos los problemas.

¿Si hay justificación o no se producen graves lesiones ya no hay maltrato? ¿Todas las relaciones sexuales entre un animal y una persona pueden encuadrarse en una explotación?

No todos los juristas responden igual a las anteriores preguntas, pero al margen de que el legislador debía haber estado mucho más fino en la redacción de dicho artículo, debe quedar claro que nunca hay justificación para un maltrato. Por otro lado, las lesiones, por leves que sean, siempre son graves porque afectan a lo físico y al equilibrio anímico y mental del animal. Y, por último, por supuesto que cualquier relación sexual entre una persona y una animal conlleva explotación. Entre otras cosas, porque falta lo principal: la voluntad y consentimiento por parte del animal.