Existió una ciudad que siempre estaba en guerra y sus vecinos, hartos de batallas, decidieron buscar consejo. Acudieron al sabio del lugar que, junto a su perro, los recibió

- Nuestras gentes llevan tanto tiempo luchando que ya no recuerdan por qué lo hacen. ¿Podría hablar con los jefes de los bandos y pedirles unas horas de tregua?

El sabio prometió ayudarles.

- ¿Qué podríamos hacer?- preguntó a su perro. Este le miró y le lamió la mano. Para otro aquello no hubiera significado nada, pero él entendió el mensaje: «Las guerras se combaten con amor». Días más tarde, llamó a los cabecillas rivales y les propuso parar la guerra.

-¡Nunca!- gritó uno-. ¡Jamás!- dijo el otro.

-Sería solo durante la próxima Nochebuena y por un motivo muy especial: este año cenaran juntas las dos navidades- dijo el sabio.

-Nunca oímos hablar de dos Navidades -le respondieron.

-Pues existen. Una es la comercial. La otra es más rara de ver. Os gustará conocerla.

Ambos, incrédulos pero curiosos, accedieron a la tregua.

Días más tarde, una gran fiesta esperaba a las dos navidades.

Poco a poco, empezaron a llegar personas de todos los bandos. Los minutos fueron pasando y la impaciencia comenzó a apoderarse del lugar, entonces, apareció el viejo sabio con su perro saludando a todos.

Los cabecillas se levantaron al verlo y, visiblemente alterados, le preguntaron por las dos navidades. -¿Tardarán mucho en llegar?

El sabio sonrió: «Hace tiempo que están aquí. Llegaron con vosotros. Una de las navidades la lleváis puesta encima. Son vuestros lujosos trajes que a nadie impresionan porque, en realidad, negros o rojos, son todos iguales. También las bebidas y las comidas que os cansan y empachan. Todo eso es la Navidad comercial».

-¿Y la otra?- preguntaron.

-También está aquí. Es la que mejor puedo sentir. Después de una guerra sin piedad, os sentáis juntos en paz. Esa sí es la gran Navidad.

Los jefes se miraron irritados pero a la vez aliviados. Hoy no tendrían que luchar, quizás mañana tampoco ¿Quién quiere estar siempre enfrentado? Entonces alzaron sus manos pero no se pegaron, se abrazaron. Por fin, había llegado la paz.

Y el sabio se alejó de allí tranquilo, agradeciendo a su perro que le hubiera enseñado algo tan sencillo como real y es que, en realidad, solo ama el que siente amor.