Sanidad

El mercado laboral, un laberinto sin salida para los supervivientes de cáncer: "Voy con un cartel que dice: 'Me llamo Adelaida y quiero trabajar'"

Vive con secuelas tras superar un cáncer de colon y no ha logrado entrar en ningún proceso de selección: "Si alguien me quiere, estoy dispuesta"

Los pacientes denuncian la exclusión a la que se enfrentan cuando concluye su tratamiento

Los pacientes oncológicos se sienten desamparados cuando concluye su tratamiento.

Los pacientes oncológicos se sienten desamparados cuando concluye su tratamiento. / Shutterstock

Adelaida tiene 55 años, ha superado un cáncer de colon y acude a revisiones cada seis meses. Hasta hace poco, iba cada cuatro. Una gran noticia en un camino plagado de piedras que empezó a surcar en febrero de 2020, un mes antes del confinamiento general decretado por la pandemia de coronavirus. El shock fue doble: tuvo que digerir en tiempo récord el diagnóstico y el aislamiento. Vive en Valladolid con su marido, la única familia que tiene cerca. "Me ha ayudado una barbaridad", dice. Ahora se está recuperando. No solo de la enfermedad en sí misma, sino de todo lo que trae consigo: las secuelas, la bajada de defensas, el juicio de la sociedad y el desprecio del mercado laboral. Adelaida tiene 55 años y quiere trabajar. Porque puede, porque tiene ganas, porque rechaza “ser un parásito”. Quiere trabajar, pero nadie se lo permite. Solo reclama una oportunidad.

Por desgracia, no se trata de un caso aislado. Es la confirmación de una tendencia. Según un estudio del Observatorio del Cáncer difundido en 2018, el 28,4 por ciento de los pacientes afirma haber perdido su empleo después del tratamiento. Tres de cada cien han tenido que cambiar de puesto. Así ha quedado patente este jueves en la jornada organizada por la AECC con motivo del Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer, a la que han acudido, entre otras personalidades, la reina Letizia y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

A nivel internacional, la población se vuelca con la iniciativa cada 4 de febrero. No en vano, según la Organización Mundial de la Salud, es la principal causa de muerte en todo el mundo. Pero la verdadera lucha se da día a día en los hospitales, en cada hogar. Y no termina con la última sesión de quimioterapia. Tampoco tras superar la pauta final de radioterapia. "He perdido amigos en este proceso, gente que conozco desde hace 20 años. Me han dejado un poco de lado. También me cuesta que mi familia entienda que, independientemente de que esté mejor o no, soy una enferma oncológica. Y que sigo teniendo mucho miedo cuando me toca pasar las pruebas, cuando me tienen que hacer un TAC o una analítica", confiesa Adelaida.

El cambio de vida es brutal. Adelaida ha tenido que aprender a bajar el ritmo. Ella, que era polvorilla. Que hacía millones de cosas y exprimía su día al máximo. "Ahora me dosifico, me lo tomo con más calma. No me queda otro remedio", afirma. La enfermedad y el tratamiento le han dejado unas secuelas que dificultan su rutina: sufre incontinencia fecal y le han diagnosticado neuropatía en manos y pies. Antes trabajaba en el sector inmobiliario -era comercial-, pero ya no puede seguir haciéndolo. Eso no quiere decir que no haya posiciones que se adapten a lo que ella necesita. Sus requerimientos son sencillos: necesita un puesto en una oficina que cuente con calefacción y un baño. Ninguna utopía.

"Quiero trabajar"

"Voy con un cartel colgado que dice: 'Me llamo Adelaida y quiero trabajar'", asegura. Pero las llamadas no llegan. Desde que comenzó a ojear ofertas no ha ido a ninguna entrevista. Aunque tiene experiencia en campos diversos, su teléfono no suena. Le dicen que se tiene que reciclar, aprender otras cosas. Pero, con lo que cobra, no le llega para todo: "Me han concedido la incapacidad permanente absoluta con una pensión absolutamente ridícula. Después de haber estado trabajando toda mi vida… No quiero ni la pensión ni la incapacidad, solo quiero trabajar. Si alguien me quiere, estoy dispuesta. Quiero volver al mercado laboral. Quiero volver a formar parte de la sociedad".

Para conseguir esa incapacidad tuvo que acudir a los juzgados, un proceso que recuerda con dolor. "He peleado por ella. El tribunal médico es un horror y sales de ahí completamente destrozada. En este proceso tienes que luchar contra la enfermedad, contra los médicos, contra la burocracia… Es devastador", subraya. La falta de oportunidades fue la razón que la motivó a tomar esa decisión, pero no se resigna. Tiene reconocida una discapacidad del 36 por ciento, un hecho que, por los beneficios fiscales que conlleva, espera que las empresas valoren.

Hay días en los que a Adelaida le cuesta ocupar su tiempo. "Estoy intentando hacer cosas, voy a buscar un voluntariado. Mi hija está fuera, vive en Inglaterra, y mi marido trabaja en Madrid, adonde va y viene todos los días. Se marcha a primera hora de la mañana y no vuelve hasta la noche. Estoy yo sola. Tengo dos perritas maravillosas, pero me tengo que buscar la vida", expone. En este punto, denuncia el desprecio del sistema a los pacientes oncológicos una vez superan el tratamiento. La solidaridad se acaba al tiempo que se termina la quimioterapia: "Consiguen que nos quedemos en casa, que no hagamos nada. Parece que como tienes cáncer, ya se te acabó la vida".

Un estigma de por vida

La ayuda psicológica es vital. Ella la halló en la Asociación Española Contra el Cáncer y no deja de reconocer su valor. "Me han enseñado el término 'autocuidarse', que me encanta. Me han empujado a afrontar esto a nivel laboral, familiar y social". Recientemente, también ha descubierto que está bien compartir experiencias con otros que están en su misma situación. "Una vecina ha pasado por lo mismo. A veces ella llora encima de mí y otras soy yo la que se apoya en ella. Charlamos del miedo, de la incomprensión… Cuando terminas el tratamiento parece que tienes que dejar de hablar de ello. Pero no es verdad. Somos enfermos de cáncer toda la vida".

Resalta que el olvido oncológico no existe. No existe para los seguros de salud, de vida o de coche. "Todos los años me suben las pólizas. Antes era rentable y ahora no lo soy", lamenta. Y los gastos se multiplican. De fisioterapia (para fortalecer los músculos e intentar paliar la incontinencia), de consultas de nutrición (para encontrar una dieta que le facilite el día a día), de especialistas del aparato digestivo… "Todo eso me lo pago yo. Nadie me da ninguna ayuda ni ninguna subvención", denuncia.

Tras superar un cáncer, se merece vivir el ahora. Pero no se lo permiten. A pesar de que no es el único factor que influye, indudablemente, el dinero es un problema. Aunque ahora cobre una pensión pequeña, le han asegurado que su paga mensual aumentará cuando alcance la edad de jubilación, algo que no es un consuelo en absoluto. "A lo mejor ni siquiera llego, yo lo necesito ahora. Para formarme y para volver al mercado laboral". Un sueño que, a día de hoy, parece inalcanzable para miles de supervivientes.