Decíamos ayer, que los bárbaros, cuando los romanos, eran muy bárbaros y muy poco aseados. Nunca peinaban su pelo rojo y lo dejaban crecer y crecer. Algunos se dejaban coletas intimidatorias sin irse por las ramas. Por aquel entonces no existía el DNI, y no valía de nada decir el cargo si no te acompañaba una cohorte de aguerridos pretorianos como mínimo.

Joaquín Bascuñana es un hombre aseado y muy limpio, que pone de manifiesto (como se muestra en la imagen) la diferencia con los bárbaros: sucios y desmelenados. El cine y antiguos manuscritos así lo demuestran. Las bárbaras eran otra cosa, eran mujeres delicadas que casi siempre, y ya por aquel entonces, iban en bikini e incluso en tanga (sí, podemos afirmar según nuestras investigaciones, que fueron ellas las inventoras de tan cómoda prenda estival. Las francesas, no).

Poseían ellas unas piernas larguísimas y torneadas. Glúteos duros y bien formados, al igual que sus pechos que se levantaban hacia el cielo como buscando a los dioses paganos Thor y Odin que se alimentaban de sangre y guerra. Eran como las suecas de los sesenta, pero a lo bestia. Las bárbaras estaban pero que muy bien, y por regla general los romanos se las llevaban de esclavas, como mozas de servir, quedando cautivados por ellas, razón fundamental en la caída del imperio.

Si las bárbaras eran extremadamente femeninas y sensibles, ellos, por el contrario, eran muy bestias y cometían todo tipo de excesos con los ciudadanos de Roma a los que martirizaban de forma despiadada.

La muerte en el cine suele ser muy condescendiente, y deja pronunciar unas últimas palabras; palabras bellas y profundas hasta el último suspiro. No suele ocurrir igual con los políticos de ahora. Que cuando dejan de serlo nadie se acuerda de ellos.