Personajes del Cortejo

Serafín Piñeiro: “Lo más bonito que he hecho en el Paso Azul es ser palafrenero”

Junto a su padre, un mito de las cuadrigas del Paso Azul, y su hermano Germán Pedro, paraban los carros a pie de la arena

Serafín Piñeiro Gallardo junto a su padre Serafín y su hermano Germán Pedro, de Tiberio César y palafreneros, instantes antes de iniciarse la procesión de Jueves Santo.

Serafín Piñeiro Gallardo junto a su padre Serafín y su hermano Germán Pedro, de Tiberio César y palafreneros, instantes antes de iniciarse la procesión de Jueves Santo. / L. O.

Había expectación, una expectación brutal. No se terminaban de creer que los azules iban a sacar diez caballos. No había ninguna pista que pudiera indicar que tenían previsto poner en escena un carro tirado por una decena de caballos. Y hasta algunos azules no se lo terminaban de creer. “El carro se montaba en la Plaza del Óvalo. Se le pusieron dos extensiones laterales que no eran fijas. Hasta el último momento no se colocaron. Muchos estaban enganchados a los teléfonos que en ese instante ardían”. El que lo cuenta, Serafín Piñeiro Gallardo, fue testigo indiscutible de lo que ocurrió aquel día en que los azules 'conquistaron' la arena de la carrera. Compartía esa vivencia con su padre, Serafín Piñeiro Martínez, un mito de las cuadrigas del Paso Azul, y su hermano, Germán Pedro, con el que se configuraba el mejor de los equipos.

Ptolomeo IV Filopátor, faraón de la dinastía ptolemaica, que gobernó en Egipto; Tiberio Julio César Augusto, segundo emperador romano, hijo de Tiberio Claudio Nerón; ‘armao’ en la infantería romana; palafrenero; portapasos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte; ‘maromero’ de la princesa Meiamén; y escolta de la Virgen de los Dolores junto al Grupo de Caballería de la Guardia Civil, el único Grupo de Sables a Caballo que permanece en activo en toda Europa. El curriculum vitae de Serafín Piñeiro en el Paso Azul es uno de los más extensos. Y todo ello, a pesar de que aún es muy joven.

Es azul desde que nació. No podía ser de otro color siendo hijo de Serafín Piñeiro Martínez, Mayordomo de Honor del Paso Azul. “Lo recuerdo todo el tiempo. Siempre trabajando. Parando las cuadrigas, con el interés y el orden que necesitan. Con respeto, como se merecía el grupo histórico del Paso Azul”, rememora con una emoción que le lleva a que sus ojos se llenen de lágrimas.

Supervisaba los enganches de los carros de las guarniciones. Y a su lado, siempre, su hijo Serafín. “En cuanto levante dos palmos del suelo me fui con él a trabajar con los enganches del Paso Azul. Era lo que más me gustaba, lo que más le gustaba. Y a mi hermano, Germán Pedro”. Tenía claro que donde quería estar del Paso Azul era en “esa sección tan particular. El área de enganches, donde se vestían a todos los figurantes, Ptolomeo IV, Antioco IV Epífanes, Julio César, Marco Antonio… pero también se hacían los enganches de todos los carros”.

De su padre destaca que “siempre se interesó por el legado de atrás. Como paraba las cuadrigas Albarracín. Había vivido con Juan Peñas Bayonas, otro mito, al que el Paso Azul le debe muchísimo. Súper humilde y trabajador. Como lo era Alejandro Quiñonero, don Alejandro Quiñonero, el señorío personificado”.

Todo aquello, apunta, le daba mucha alegría. “Era una forma muy peculiar de entender el Paso Azul. Eso es lo que yo he heredado de mi padre, de todos esos mitos”. Y asegura categórico que “lo más bonito que he hecho en el Paso Azul es ser palafrenero. En el sitio donde más he disfrutado es en la carrera lanzando y parando cuadrigas. Éramos unos privilegiados”.

Y entre las vivencias que guarda con especial cariño están aquellas tardes “en que cada uno estábamos con una cuadriga a pie, en la arena”. Especialmente conserva un recuerdo imborrable. “El del año que sacábamos 10 caballos. Recuerdo una llamada el Sábado de Pasión: ‘¡Serafín, caben diez caballos!’. Nosotros íbamos a sacar ocho caballos, pero los blancos se adelantaron. Y ahora pretendíamos llevar el reto más allá. Esos instantes los vivimos con mucha emoción”.

Los ensayos, relata, se sucedían durante todo el año. “El ambiente del ‘mercado’ en aquella época era único. Trabajábamos mucho, supervisando los carros, preparando las lanzas… ensayábamos con los caballos, los carros. Era la única forma de conseguir dinamismo en las cuadrigas, coordinación, serenidad… para lograr la excelencia”.

La marcha de su padre a una edad muy temprana le llevó a abandonar ese mundo que había vivido siempre. “Encontré en el Yacente mi refugio espiritual”. Sus dos hijas, “azules como su abuelo” recogían el testigo junto a sus primos. Como lo hicieron con el título de Mayordomo de Honor que concedían a su abuelo. Allí estaban todos, aún muy niños, para recibir el homenaje y cariño de los azules. María, su hija mayor, ha participado de la escolta a la Virgen de los Dolores junto con el Grupo de Caballería de la Guardia Civil, con sede en el municipio madrileño de Valdemoro, el Viernes de Dolores. “Le atrae mucho la Semana Santa, reflejo de su apellido. Y Jimena sigue el mismo camino”.

Al Grupo de Caballería de la Guardia Civil le unen vínculos personales y también emocionales. “Había un empeño personal de mi padre de que fructificara, porque mi abuelo hasta su jubilación fue Guardia Civil a caballo. Patrulló Lorca de cabo a rabo. Los azules querían una escolta especial para la Virgen de los Dolores. Había precedentes. Aquello quedó grabado en la memoria colectiva de los azules. Fue un empeño de Cristóbal Alcolea, entonces presidente del Paso Azul. Que escolte a la Dolorosa es un privilegio para las procesiones de Lorca”.

Aún recuerda aquel primer día que salió de palafrenero con trece años. “Estaba atacado, muy nervioso, cuando salí del ‘mercado’ con los caballos. Los nervios propios de la preocupación, de la responsabilidad… Consciente de la importancia del trabajo que estás haciendo”.

Comparte su vida con su mujer, María del Carmen Ruiz Jódar, blanca, pero admite que “es muy generosa. Está rodeada de azules, porque todos en la familia lo somos”. Vuelve a la figura de su padre. Reconoce que “no he conseguido superar su pérdida”. Y señala que la Semana Santa es un momento durísimo, porque su ausencia se hace más patente. “Hace unas semanas leía el artículo de Nieves Castellar, en esta misma sección. Hacía referencia a mi padre con un cariño que me hizo sentirme muy orgulloso de él. Lo leí a las tres y media de la tarde y a las cinco y media aún seguía llorando. Hay recuerdos difíciles de borrar como lo ocurrido en la Procesión de Papel hace algunos años. Un niño pidiendo representar el papel de Serafín. Quería salir de Serafín… Aquello se me quedó grabado a fuego en el corazón. Mi padre consiguió de la figura del palafrenero una proyección que no tenía”.

Paraba las cuadrigas con el alma. “No hacía falta aspavientos, ni gesticular… Llegaba a casa destrozado. Miro a mi hija María y reconozco a mi padre. Esa pasión desbordada y, sobre todo, esos buenos sentimientos, con un corazón limpio y puro, aunque cada uno tiene que trazarse su propio camino, su propio destino, con total libertad, porque hay muchas formas de entender al Paso Azul”.

Y trae otra vivencia. “Un año que había discusiones con el carro de Moisés. Y decidió despejarlas. Pidió alguien que no supiera de caballos y hasta que le dieran cierto respeto. Embarcamos a Antonio López Gimeno. El carro salió magnífico y Antonio, que recreaba a Moises, fue un gran Moisés”.

Este Viernes Santo volverá a ponerse la túnica negra y plata para portar al Cristo Yacente. “Admiro la elegancia, la sobriedad de ese trono, que porta una imagen única que representa a Cristo muerto, una de las de mayor fuerza expresiva y emocional de nuestra Semana Santa lorquina”, concluye.