Personajes del Cortejo

Tana García: “La Semana Santa de Lorca comienza cuando la Virgen de los Dolores sale a su Serenata”

No ha discusión posible para esta azul que recalca que “desde ese preciso instante la ciudad celebra su fiesta grande”

La camarera de la Virgen de los Dolores, Tana García Mínguez, luciendo la clásica mantilla en San Francisco instantes antes de iniciarse la procesión de Viernes de Dolores de la pasada Semana Santa.

La camarera de la Virgen de los Dolores, Tana García Mínguez, luciendo la clásica mantilla en San Francisco instantes antes de iniciarse la procesión de Viernes de Dolores de la pasada Semana Santa. / Pilar Wals

Apenas quedan unas horas para que arranque la Semana Santa lorquina. Lo hará a las puertas de San Francisco en el conocido como ‘Jueves de Serenata’. La noche oscura se convertirá en la ‘madrugada azul’. Se desatarán las pasiones y la emoción embargará a todos hasta el llanto por ver, de nuevo, a la Virgen de los Dolores cruzar el umbral de San Francisco. Testigo indiscutible de esta escena que se repite año tras año, la camarera de la Virgen de los Dolores, Tana García Mínguez, que asegura que “la Semana Santa de Lorca comienza cuando la Virgen de los Dolores sale a su Serenata. Desde ese preciso instante la ciudad celebra su fiesta grande”.

Es azul. Azul por tradición familiar, azul de la Virgen de los Dolores, azul de las que se inscriben en la Asociación de la Dolorosa antes que en el Registro Civil. “Mi familia es muy azul. Mi padre, Conrado García Serrano, era muy azul y eso que era ‘rabalero’ y se sabe que en el barrio de San Cristóbal por aquel entonces raramente había azules. Y mi madre, Patro Mínguez Sánchez, es muy azul”, cuenta.

Su bisabuelo, Evaristo Sánchez, fue presidente de la Hermandad de Labradores, Paso Azul. Suya era la famosa túnica de los Ángeles que Francisco Cayuela le hiciera. Sus primeros recuerdos como azul son precisamente de un ‘Jueves de Serenata’. “Mi vida prácticamente ha estado vinculada al Paso Azul. Desde muy pequeña iba a la Serenata. Recuerdo noches enteras en San Francisco, que entonces tenía aún el suelo de piedra, ayudando en todo lo que me decían. Era gracioso, porque cuando era muy pequeña siempre estaba barriendo o fregando. Y Pepe Cueto me puso el título de ‘Barrendera mayor’. Acudía con mi madre, con mis primas… Por aquel entonces, estaba Dolores García Artero, Mercedes Mouliaá… eran muy jóvenes”.

El trabajo en la iglesia de San Francisco, relata, era muy “laborioso”. “Mucho más lento y más complicado. Había que ir fuera, a los invernaderos a por las flores. Y no se trabajaba todo el año. Se concentraba en unos días, pero con mucha intensidad, porque no había tanta ayuda como ocurre ahora”. Nunca ha recreado a ningún personaje. Únicamente ha salido acompañando a la Virgen de los Dolores de mantilla. Precisamente este año celebra medio siglo luciendo mantilla y peineta junto a la Dolorosa. “No he faltado ningún año. Sólo cuando se suspendió por la pandemia. Desde el primer día que me la puse, siempre he estado junto a Ella”.

De aquella primera vez que entró en San Francisco vestida de mantilla para acompañar a la Dolorosa recuerda, sobre todo, la emoción de ese instante. “Me la puse muy pronto porque mi abuela Soledad, la madre de mi madre, que era muy azul, siempre nos decía: ‘No quiero morirme sin veros de mantilla’. Le hacía una ilusión tremenda vernos bajar por la escalera de la casa a todas vestidas de mantilla. Y, entonces, mi madre me la puso muy jovencita”.

“Ese instante en que entras por la puerta de San Francisco y ves a la Virgen de los Dolores en su trono dispuesta para procesionar y rodeada de mujeres luciendo la mantilla en su honor es único. Es la escolta más bonita que se puede tener. Es emocionante y aunque pasan los años no se convierte en rutina. Todo lo contrario, siempre es nuevo”, destaca.

Durante algún tiempo estuvo fuera de la ciudad. Sin embargo, acudía siempre en este día para estar junto a la Virgen de los Dolores. En la casa de su madre, en el casco antiguo y apenas a unos metros de San Francisco, el Viernes de Dolores desde el mediodía es un ir y venir de mujeres que vestidas de negro esperan a que su madre, Patro Mínguez, les ponga la mantilla. Es una tradición que lleva su técnica, ya que días antes hay que coser la mantilla a la peineta. “Este año llevo cosidas seis, pero en alguna ocasión hemos superado la docena”.

En el balcón de esta casa de la calle de Zorrilla algún que otro año se disfrutaba del ceremonial de colocar la bandera. “Es muy típico invitar a la familia, a los amigos… Y se les obsequia con unos dulces. Se preparan pétalos de flores… Como también ocurre cuando se dan cita las mujeres para colocarse la mantilla. Hemos tenido la oportunidad de vivirlo todo junto que era lo más que se puede pedir”.

Los balcones de la casa lucían aquel día repletos de mujeres vestidas de mantilla, pero también de mayordomos azules con la túnica de terciopelo bordada en oro. Tana luce cada año la mantilla de su abuela Soledad y la peina, muy antigua, de su tía Angelina Mínguez. Son piezas que lejos de destacar por su valor lo hacen verdaderamente por el cariño de pertenecer a personas que fueron muy importantes en su vida. “Mi hija Miriam lleva la teja y la mantilla su abuela Patro”.

No mucho antes de que la Virgen de los Dolores cruce el umbral de San Francisco se las puede ver bajar por la calle Alonso el Sabio y tras dejar la Plaza de la Concordia, se adentran en San Francisco. “Es casi un ritual. Antes, acudía siempre con mi hermano Juanjo, que vestía la túnica de mayordomo de mi padre, pero ahora es su hijo, Conrado, el que la lleva. Siempre vamos mi prima María Jesús, mi hija Miriam y yo. Y ahora también nos acompaña mi marido Valentín”.

Es en estos días cuando las lorquinas azules abren sus ‘cofres’ y baúles para sacar las piezas heredadas con las que, entonces, era habitual que las mujeres se casaran. La clásica mantilla española era una pieza incluida en el ajuar. El Viernes de Dolores no queda ni una sola mantilla guardada en un cajón, porque muchas las dejan para que otras puedan, en este día, acompañar a la Dolorosa.

“La entrada ese día a San Francisco es una preciosidad. A las puertas están los mayordomos, las mantillas, algún ‘armao’ dispuesto para procesionar, estandartes… La imagen es bellísima, con una alegría inmensa porque ya estamos en Semana Santa”, rememora. El pasado año fueron más de trescientas las mujeres que acompañaron a la Dolorosa. Destaca, sobre todo, la amplia presencia de jóvenes. “La tradición no se pierde. En los últimos años estamos viendo a muchas chiquillas que lucen la mantilla de sus madres, de sus abuelas… que viven con una ilusión tremenda este día”.

Y significa también la escolta que luce la Virgen de los Dolores durante su procesión. “El estandarte Guion, el del Reflejo, el del Ángel Velado, el de San Juan, el de la Magdalena y el manto azul. Todos, declarados Bien de Interés Cultural, Bic”. La procesión de este día, recuerda, “es una exaltación de cariño de los azules hacia la Virgen de los Dolores. Es la que nos guía, el centro de todo, porque todo lo que ocurre es por Ella. El Viernes de Dolores es muy especial. Muy especial desde que se abren las puertas de San Francisco y la noche se vuelve madrugada”.

La Serenata la vive desde hace algún tiempo desde el interior de San Francisco. “Ese instante en que los portapasos le gritan vivas a la Virgen. Es un momento tan íntimo, con una esencia… que no te emociona”. Y recuerda sus años en el palco. “¡Uy!, yo era muy gritona, una loca. Lo que ocurre es que los años van pasando y una se va comportando”, ríe. Acudía al palco y como buena lorquina la pasión le llevaba a subirse en lo alto de la silla. “Calla que un año vinieron de la revista ‘Triunfo’ a hacer un reportaje y me sacaron en lo alto gritando y con mi pañuelo en alto”, rememora, mientras no duda en señalar que “la merienda, cuando pasan los blancos”.

Guarda la vigilia por tradición católica, “pero no hacemos ayuno”. Y entre las tradiciones que mantienen está la de reunirse la familia tras la procesión de Viernes de Dolores frente a una ensaladilla rusa. “En tiempos de mi padre le encantaba. Cuando terminaba la procesión veníamos hambrientos y con frío. Nos tenía encendida la chimenea y la mesa puesta. Y siempre había ensaladilla rusa. Mantenemos esa costumbre de charlar sobre cómo ha ido la procesión mientras cenamos. Ahora es mi marido el que se encarga de los preparativos”.

Su casa es estos días una “locura” con túnicas de mayordomo, de egipcia y mantillas y tejas por todos lados. “De la familia llegamos a vestirnos ocho”. Azules, pero también en la familia dos blancas. “Estoy muy orgullosa de tener en mi vida a mi cuñada y mi sobrina, las dos Pilar María, las dos blancas magníficas”. Y junto a la Virgen de los Dolores la gran pasión de esta familia es el Cristo de la Buena Muerte. “Para mi familia es algo muy especial. Mi padre le tenía una gran devoción y mi hermano ha sido Hermano Mayor del Yacente. Quizás el instante de mayor emoción de la Semana Santa lorquina es cuando la Virgen va detrás de su hijo muerto. Esa imagen es indescriptible”, concluye.