Personajes del Cortejo

María Dolores Gutiérrez: “Fui precoz al salir en una cuadriga estando en el vientre de mi madre”

No podía ser de otro color, ya que nació en San Francisco, a donde subieron las bordadoras para ponerle los pendientes azules

María Dolores Gutiérrez, encarnado a Flavia, por la carrera principal de la Semana Santa con la cuadriga del Paso Azul con la que desfiló.

María Dolores Gutiérrez, encarnado a Flavia, por la carrera principal de la Semana Santa con la cuadriga del Paso Azul con la que desfiló. / L. O.

Cuando le preguntan a María Dolores Gutiérrez Pérez de qué color es, su contestación es tajante: “Azul, azul marino tirando a negro, como me decía Miguel Pinilla cuando era aún muy pequeña”. En su casa no había dudas. “Mi madre, María Luisa Pérez Romera, era azul, muy azul. Y mi padre, Manuel Gutiérrez Giménez, era de Águilas, pero era el más azul de la familia. Tanto, que llegó a ser vicepresidente del Paso Azul con José María Castillo Navarro. Alguno, para fastidiarle le decía: ‘Oriundo, vete a tu tierra’, pero se sentía un lorquino más”.

Y apostilla por si hay alguna duda en cuanto a su color. “Nací en San Francisco, en el antiguo Hospital de San Juan de Dios. Allí dio a luz mi madre. Cuentan que cuando llegué al mundo las bordadoras del Paso Azul subieron a ponerme los pendientes azules. Imagínate si se me ocurre cambiarme después de color”. Pero mucho antes de nacer ya desfiló por la carrera principal de la Semana Santa. “Fui precoz al salir en una cuadriga estando en el vientre de mi madre, con apenas dos o tres meses de gestación, porque nací en octubre”.

Aquel año, su madre María Luisa, estaba embarazada cuando se montó en un carro tirado por cuatro caballos recreando a Domicia Longina, Flavia, como se le conoce en el Paso Azul. Domicia Longina, esposa de Domiciano y madre de Vespasiano, integra el grupo conocido como de los Flavios, una dinastía que se estrenaba en la Semana Santa de Lorca en el año 1947. Estaba claro que aquel año la madre de María Dolores iba a ser Flavia. Antes de montarse en el carro visitó al médico. “Fue a ver a su ginecólogo, Antonio Marín, y le dijo que estaba embarazada y que si podía salir. Le contestó: ‘Sal y, ¡viva el Paso Azul!’. Así que, reivindico que he sido la cuadriguera más precoz de la historia”, asegura divertida.

Su llegada al Paso Azul fue a través de la Procesión de Papel. “No era como ahora, que los pequeños pueden incorporarse al Paso a través de las comisiones de los jóvenes. Entonces, había que ser un poco mayor. Hasta entonces, participaba de la procesión de los niños. Fui Cleopatra, Meiamén… Representé todos los papeles que me dejaban. Recuerdo que en aquellas procesiones había siete u ocho Cleopatras. Cada una se subía a la litera en un tramo de la procesión. De mi renegaban los porteadores, porque estaba gordita y pesaba”, ríe.

Y con catorce o quince años procesionaba por primera vez escoltando a la Santísima Virgen de los Dolores vestida con la clásica mantilla española. “Llevé la mantilla y la ‘teja’ de mi abuela Guillermina Romera, madre de mi madre. Mucho antes mi madre había salido de mantilla, pero nunca coincidimos. Esa es una espinita que tengo clavada. Me hacía mucha ilusión haber salido con ella, las dos de mantilla, pero no ha podido ser. Sin embargo, yo he tenido la oportunidad de escoltar a la Virgen de los Dolores con mis dos hijas, Ana y Elena, y de disfrutar de mi hijo Pablo, que es abanderado del Paso Azul”, relata.

La primera vez que recreó a Flavia no estaba previsto. “Con once o doce años bajaba al ‘mercado’ donde el Paso Azul tenía sus caballos, los enganches… Me gustaba estar por allí y si podía me subía alguna vez a un carro, pero nada, poca cosa. El año que salí por primera vez en la cuadriga fue porque la que estaba previsto que lo hiciera se ‘rajó’ a última hora y tiraron de mí. Aquello fue una contrarreloj. Había que buscar una tunicela y había un problema, me había cortado el pelo. Mi madre le pidió a mi tía una trenza muy larga que tenía, después de haberse cortado el pelo. La lavó y le hizo unos rizos y me la colocaron a modo de extensiones, como las de hoy en día. Y en el taller de bordados buscaron pedrería para hacerme un broche y ponérmelo en el pelo, porque no es como ahora que hay toda clase de abalorios. Vestida y arreglada me subieron en la cuadriga”.

Se montó en Floridablanca. “¡Uy!, mi padre no quería que bajara al ‘mercado’, porque decía que allí había muchos caballistas y que no estaba bien visto. Así que me subieron el carro hasta la carrera principal. Estaba nerviosísima. Me dijeron los nombres de los caballos de los extremos que aún recuerdo, Cuadrado y Salieri, para que los llamara durante el trayecto”.

Antes de adentrarse en la carrera pasó ante el trono de la Virgen de los Dolores que estaba dispuesta para procesionar. “Le dije: ‘Virgencica, aquí estoy, protégeme que voy a intentar hacerlo lo mejor posible por ti’. Y me lancé a la carrera. No sé cómo lo hice, pero cuando terminé me estaba esperando el entonces presidente del Paso Azul, Ángel Olcina, que me dijo: ‘Nena, por Dios, a la velocidad que has cogido la curva… creía que te matabas’. Para mí fue una locura. Impresionante. El graderío gritaba y salí a tal velocidad que la curva del Óvalo la terminé casi en la Plaza de Colón”.

Del segundo año, cuenta, mejor ni acordarse, aunque hubo un tercero. “De ese me acuerdo perfectamente porque estrené carro”. Y poco después se incorporaba a la Comisión de San Francisco desde la que tuvo la oportunidad de salir de nazareno, estandartes… Y llega el estreno de los ‘maromeros’ de la carroza de la princesa Meiamén. “Aquello se estaba fraguando en el mayor de los secretos y conseguimos colarnos en el grupo -del que este año se cumple un cuarto de siglo- de plumeros. La intención era que delante de las ‘maromas’ fuera un grupo muy numeroso de plumeros, para que los 'maromeros' fueran una sopresa”.

Los preparativos fueron, admite, tan divertidos como aquella jornada. “Había que vestir a casi un centenar de personas de egipcio. Se buscaba ropa por todos lados. Y se cogieron las sandalias marrones –tipo cangrejeras- y se pintaron de dorado. Recuerdo que me dieron unas del número 45. Yo iba andando que parecía que en vez de sandalias llevaba unas aletas de buceo. Pero fue genial. Aquel día nos lo pasamos de locura. Nos vestimos todos en la Casa del Paso y estábamos emocionados. Fue muy divertido”.

Como azul ha participado en todas las procesiones, no solo en el cortejo que procesiona por la carrera principal. “He estado en la del Silencio del barrio de San Cristóbal, pero también en la de la Soledad del Paso Negro, por el casco antiguo”. Y ha sido mayordomo de palco. “Hasta que me metí en la Comisión de San Francisco era de las ‘barranqueteras’ que gritaban en los palcos. Mi padre tenía un metro de sillas y allí que nos íbamos a gritar como locas. He gritado, me he metido con los de en frente y les he dicho de todo. Era como se dice aquí ‘desaforá’, peleona. El ‘Jueves de Serenata’ estábamos sentadas a las seis de la tarde esperando a la Virgen, para que no se nos hiciera tarde, comiéndonos un bocadillo. Y en las recogidas de bandera íbamos por las calles para cruzarnos con los blancos. Éramos muy guerrilleras”.

Integrando la Comisión de San Francisco tuvo la oportunidad, durante muchos años, de llevar el trono del Santísimo Cristo de la Buena Muerte. “Entonces, desfilaba con ruedas y, debajo, íbamos nosotras. Lo estuvimos llevado mucho tiempo, Isabel Pérez, Ana Agustina Juárez, María José López y las ‘Mecas’, Inma, Ana Olga, Verónica y Ana Patricia. Nos íbamos turnando a la hora de conducirlo. Era muy emocionante, porque no veíamos nada, solo oíamos a la gente vitorear al Yacente y, de cuando en cuando, a nosotras, porque nos conocían”.

Y reconoce que una de las vivencias más “maravillosas” que ha tenido es ser portapasos del Yacente. “Mi padre era muy devoto del Cristo Yacente y nosotros, todos, lo somos. Es emocionante poderlo llevar a hombros, acompañarlo mientras procesiona el Viernes Santo. Tiene un cortejo impresionante. La imagen es bellísima”. Espera con ilusión la llegada de la ‘Noche azul’. “Y del ‘Día más azul del año’, el Viernes de Dolores. En casa lo celebramos como si fuera más que Nochebuena. Me emociona esa puerta de San Francisco durante la Serenata a la Virgen de los Dolores repleta de azules mientras las campanas anuncian que ha llegado el día. En ese instante rememoro vivencias y recuerdo a gente muy especial que ya no están con nosotros. Es un momento para compartir, para recordar, para sentir, para disfrutar… para verla a ella, la Reina del Cielo”, concluye.