Personajes del Cortejo

Isidro Abellán: “El Paso Morado es el custodio de la tradición lorquina de procesionar”

El Jueves Santo tras el desfile emprende la subida al Calvario con el Cristo de la Misericordia en la procesión de las velas

Isidro Abellán Chicano acompañando de mayordomo al trono del Cristo del Perdón, titular del Paso Morado, por la carrera principal el Jueves Santo.

Isidro Abellán Chicano acompañando de mayordomo al trono del Cristo del Perdón, titular del Paso Morado, por la carrera principal el Jueves Santo. / MICKY CORONEL

Cristo crucificado es portado a hombros desde el Calvario hasta la iglesia del Carmen acompañado por decenas de penitentes. Es la noche del Miércoles Santo. El Calvario está a oscuras y la puerta de la capilla del Cristo de la Misericordia se abre despacio. Se hace la luz para ver salir a los Hermanos del Socorro a los que se oía desde el exterior mientras ofrecían sus últimos rezos a la imagen de la escultura de Isabel Biscar Cuyás. La talla es bellísima. Representa a Cristo muerto y con su cabeza caída hacia su derecha. Mientras es portada a hombros se oye una saeta. Y comienza el camino entre las ermitas que dejará imágenes como la de la Torre Alfonsina y la muralla del Castillo iluminados de telón de fondo del Cristo mientras es llevado camino del Carmen con el único sonido de un tambor.

Es una de las procesiones más impresionantes. Cada año acuden más fieles, visitantes, turistas, por la belleza de su sencillez”, cuenta Isidro Abellán Chicano, quien acompaña al Cristo de la Misericordia no solo en esta noche. “Al filo de la madrugada de Jueves Santo, cuando terminan los Desfiles Bíblico Pasionales, el Cristo de la Misericordia deja la carrera para llegar a las puertas de la iglesia de San Francisco. Allí se inicia el primer Vía Crucis del Viernes Santo. Siempre le acompaño. La procesión de las velas es cada vez más multitudinaria. Se le llama así porque los que le acompañan iluminan el camino del Cristo precisamente con velas. El silencio es casi sepulcral. Jesús ha muerto y le llevamos a su reposo en la capilla mayor del Calvario”, relata.

No recuerda cuándo fue la última vez que acudió a la Procesión del Silencio, de la que participaba como mayordomo morado. “Desde que comencé a acompañar al Cristo de la Misericordia en su regreso al Calvario no he faltado ni un solo año. Y espero seguir haciéndolo mucho tiempo más”. Pero por quien siente verdadera pasión es por el titular de la Cofradía del Santísimo Cristo del Perdón. “Le acompaño desde siempre. Es una imagen cristífera de pasión de Jesús nazareno, tallada por Roque López en 1787. El nazareno lleva la cruz a cuestas y viste túnica morada en señal de sufrimiento y penitencia como lo hacemos todos los mayordomos de la cofradía”.

El nazareno también lleva un cordón que desciende desde el cuello para ajustar la túnica a la cintura, que simboliza y recuerda la predicción profética: ‘Como cordero llevado al matadero, no abrió la boca’. Isidro Abellán acompaña a la imagen en su periplo procesionil desde la iglesia de Nuestra Señora del Carmen por la carrera secundaria hasta Floridablanca. Por el camino quedan imágenes bellísimas, como su transitar a las puertas de la iglesia de San Mateo. Las palmeras y el acebuche de su atrio asemejan su recorrido con la cruz a cuestas camino al Calvario. Y su desfile junto a la portada barroca del Palacio de Guevara también es significada por los que le acompañan, entre ellos, Isidro Abellán. “El recorrido hasta Huerto Ruano, donde se adentra en la carrera principal es seguido por muchos”.

Cuando llega a la arteria principal de la ciudad el graderío se pone en pie para ver todo un espectáculo en el que se da cita un alarde de barroquismo. “El Paso Morado es el custodio de la tradición lorquina de procesionar. Somos los únicos que mantenemos la tradición de portar a las imágenes como se hacía antaño. A excepción del Paso Morado, la mayor parte de los tronos del resto de cofradía se transformaron para ser portados a hombros. Son contados los que aún mantienen la costumbre”, destaca Abellán.

La Santa Cena, de 1700, del escultor de Capua Nicolás Salzillo; el Cristo del Perdón, de 1787, de Roque López; el Calvario, con San Juan, la Magdalena y Cristo crucificado; y la Virgen de la Piedad, de 1982, de Antonio García Mengual, son portados conforme a la tradición lorquina, recalca el mayordomo morado. A ellos, se suman el Cristo de la Misericordia con su peculiar forma de procesionar a hombros de los Hermanos del Socorro. “El patrimonio en imágenes del Paso Morado es destacable, como también los tronos que salen”.

El de la imagen titular, de 1947, es de madera tallada del maestro retablista catalán –afincado en Madrid- Alfredo Lerga Victoria. Está realizado en la línea de los clásicos tronos barrocos. En madera tallada y dorada. Muestra profusión decorativa de carácter vegetal figurativo. En el centro presenta unas abigarradas y altas cartelas de perfil mixtilíneo en las que se incluyen mascarones, instrumentos de la pasión y expresivas cabezas inscritas en tondos.

No abandona al nazareno durante todo su recorrido. “Siempre voy a su lado, desde que sale de la iglesia del Carmen hasta que regresa”. Es una imagen de gran devoción. “Me gusta ver la cara de la gente cuando desfila. Le miran con emoción. Es una imagen preciosa que no deja a nadie indiferente”, señala. Es morado, pero también es azul. No había discusión. Lo suyo estaba claro. “Mi padre, Juan Abellán, era mayordomo azul. Y mi abuelo, José Abellán, incluso era de la directiva. Mi madre, Resurrección Chicano, era de Molina de Segura, pero terminó haciéndose azul. Todos llevamos ese color a excepción de mi hermana Mari Huertas, la oveja negra de la familia, que es blanca”, ríe.

Vivían justo detrás del Carmen, “en el hoyo Musso, por lo que de pequeños siempre jugamos en la iglesia y en el patio en el que había columpios. Recuerdo correr por el Carmen cuando aún estaba de párroco don Roberto. Allí estábamos con los López de la droguería, los Coroneles… mi hermano. Yo era más pequeño, pero siempre andaba pegado a ellos. A finales de los 70 hicieron la Procesión de Papel junto al Paso Azul y me metieron. Recuerdo que los primeros años salí en la Santa Cena y de Cristo del Perdón, con Gusanitos y Fanta de naranja y manchas de Mercromina por la cara. Luego mi hermano se metió en el paso y yo, nunca mejor dicho, seguí sus pasos”, cuenta.

En la Centuria del Gólgota salió como ‘amao’ que sacaron históricos del Paso Morado. Continúa saliendo de mayordomo acompañando al Cristo del Perdón el Jueves Santo y el Viernes Santo al grupo escultórico del Calvario. De la Santa Cena rememora que la mesa se ponía como si de un día de fiesta se tratara. “Se hacía un cordero en el Horno de Lozoya, en la Placica Nueva. Y cuando terminaba la procesión todos subían al Bar de la Luz a comérselo”.

Desde el terremoto, el pan lo hacen las clarisas del Monasterio de Santa Ana y Santa María Magdalena. Lo hornean esa misma mañana en su horno de leña después de amasarlo esa madrugada. En el convento, detrás de la iglesia y la capilla del cementerio, permaneció durante varios años la imagen titular de la Cofradía del Santísimo Cristo del Perdón, la Virgen de la Piedad. Las monjas fueron sus custodias mientras que se restauraba la iglesia del Carmen. Las clarisas hicieron una petición expresa para encargarse del pan de la Mesa de los Apóstoles, que se pusiera a cada uno de los comensales, incluido Judas, al que hasta el momento siempre se dejaba sin él.

Isidro Abellán también dedica parte de su tiempo durante la Semana Santa al Paso Azul. Lo hace el Domingo de Ramos. “Salgo de maromero en la carroza de la princesa Meiamén. Es casi una filosofía de vida. Es un grupo en el que, si te adentras, ya no sales. Llevo casi una década desfilando y estoy encantado. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. Salí el primer año y me enganchó de tal manera, que no lo he dejado”, reconoce.

Pero antes de tirar de la maroma cumple con la tradición de comer trigo con caracoles. “Soy azul, pero como trigo del Rincón de los Valientes. Desde hace más de treinta años nos juntamos en casa de unos amigos y el menú siempre es el mismo, lo clásico en ese día, aunque yo como azul debería comer arroz con pavo”, ríe. En casa no tienen problemas en cuanto al color. “Mi mujer y mis dos hijas son azules y moradas. Las dos están inscritas en el Paso Morado desde el mismo instante en que nacieron, como debe ser”.

Y es fiel al Vía Crucis lorquino. “El recorrido es impresionante, pero sobre todo cuando comienza el tramo de las capillas. Cuando te acercas a las escaleras del final el visionado del Calvario es excepcional. Los olivos, las palmeras, los tejados de las capillas mostrándose entre las copas de los árboles… Y desde el Calvario la panorámica de la ciudad es espectacular. De día es una vista muy bonita, pero por la noche es única. Cientos, miles de pequeñas lucecitas, mientras se escucha el soniquete de la voz del ‘rezaor’ que entona cada una de las estaciones del Vía Crucis”, concluye.