Personajes del Cortejo

Blas Martínez: “Voy chulesco, altivo, como debió ser el capataz de la reina de Saba”

El profesor se sumaba al grupo hace más de veinte años junto a 33 de sus alumnos que tiraban de la carroza

Blas Jesús Martínez encarnando al capataz de la carroza de la reina de Saba, del Paso Blanco, por la carrera principal de la Semana Santa.

Blas Jesús Martínez encarnando al capataz de la carroza de la reina de Saba, del Paso Blanco, por la carrera principal de la Semana Santa. / JAVIER ALEDO

Rinde pleitesía a su reina, la reina Balkis de Saba, a la única que mira con complacencia, con respeto, veneración, sumisión… Al resto de los mortales con desdén y menosprecio mientras humilla a los dos esclavos que le acompañan y a los que con una mirada profunda les obliga a recoger los látigos que tira sobre la arena. “Voy chulesco, altivo, como debió ser el capataz de la reina de Saba cuando fue a ver al rey Salomón. Interpreto un papel del que no me salgo durante toda la carrera. No miro a nadie, no saludo al público que me llama y me vitorea. Estoy, en lo que tengo que estar, recreando a alguien poderoso en su estatus, capaz de utilizar el látigo sobre quien no atienda sus órdenes”, cuenta Blas Jesús Martínez Rodríguez.

Este profesor, que fuera director del colegio público Virgen de las Huertas durante años, cogía el testigo de Agustín Aragón que recreó al personaje la primera vez que la espectacular carroza donde desfilaba la Saba era arrastrada por 33 esclavos abisinios. “Me incorporé al grupo porque los 33 esclavos que arrastraban la carroza eran alumnos míos de sexto, séptimo y octavo. Me pidieron que les acompañara y así lo hice. En el grupo todavía hay unos quince que mantienen la tradición de salir cada año”, relata.

Blas Jesús no recrea al personaje, sino que el personaje lo ha creado él, logrando ser tan admirado como la mismísima reina de Saba. A pesar de la maldad que exhibe durante su periplo por la carrera principal ha conseguido lo impensable, concitar el cariño de los dos lados del graderío, blancos y azules. “Siento el aprecio de la gente. Me llaman, me aplauden, me vitorean… La gente es muy cariñosa conmigo. Nos felicitan por el grupo tan vistoso que llevamos y por la interpretación durante todo el trayecto”, asegura satisfecho.

Y al entrar a la carrera, por la Plaza del Óvalo, se escuchan algunos comentarios jocosos. “Tengo alguna amiga azul que me suele decir: ‘Que mala leche me entra cuando te veo pasar por el Óvalo, jodío’. La gente valora mucho nuestra ejecución y me agrada que me lo digan incluso los azules”. Durante su interpretación hace uso de dos látigos que producen un fuerte sonido de ‘azote’. De cuando en cuando los deja caer con desdén en la arena y es cuando los dos esclavos que le acompañan los recogen. “Cuando me asignaron el personaje lo primero que hice fue creerme quién iba a ser. Lo estudié y lo fui complementando poco a poco. Llevaba un látigo mientras andaba y me parecía pobre, por lo que comencé a vestirlo. Pensé que debía ser alguien autoritario y para ello debía llevar dos látigos y, claro, había que usarlos”, explica.

Necesitaba tiempo y espacio para manejar el látigo, un elemento usado como un objeto asociado a la subyugación, opresión, tortura y esclavitud humana, pero con el que no debía dañar a nadie. “Comencé a ensayar en la Ronda Sur en una casa vieja cercana. Allí me iba horas y horas a intentar manejar los látigos. Me venía herido. Llevaba las piernas, los brazos llenos de rajas que me provocaban los látigos en cada crujido. Pero no era solo manejarlos, porque también estaba el componente escénico, a ver si era capaz de hacerlo en la carrera y ante miles de personas”.

El estreno fue espectacular y poco a poco Blas Jesús dejó de recrear al capataz de la reina de Saba y cobrar vida propia en un personaje al que ha conseguido catapultar hasta ser uno de los más conocidos y queridos por todos. “Salió bien y desde entonces todo el mundo nos aclama al paso. La gente valora mucho el esfuerzo que hacemos”, reseñaba.

Disfruta tanto del papel y le tiene tanto cariño que incluso el año en que le operaron de un cáncer no dejó de interpretarlo. “Estaba convaleciente. Me habían operado a finales de febrero y a duras penas podía levantar los brazos. Salí, pero no con la fuerza de otros años. La gente pensó que esa Semana Santa estaba menos activo, pero lo que realmente me ocurría es que aún no me había recuperado”, detallaba. Y entre los momentos únicos está cuando todo el cortejo rinde pleitesía a la reina de Saba. “Cuando todos los esclavos se dan la vuelta en señal de respeto y se arrodillan ante la Saba es impresionante. El grupo es fantástico. Esta cohesionado. Atiende cada uno de mis mandatos con precisión, como debió ocurrir entonces”.

Y alerta de una situación que se viene produciendo desde hace unos años. “La carrera ya no es lo que era. Cuando entras por la Plaza del Óvalo hay emoción, gritos, vivas… ambiente. Pero no como antes. El tramo que va desde la Alameda de Menchirón a Musso Valiente es impresionante, pero en el resto, falta esa emoción que había antes. No se ven tantos pañuelos, ni al público enfervorizado, que era una seña de identidad de nuestra Semana Santa”.

Esta situación, admite, se viene dando “desde que muchos de los que ocupaban esas sillas están en la procesión, sobre todo, debajo de los tronos. El número de imágenes que van a hombros se ha multiplicado. Los que las portan son mayordomos que estaban en el graderío y que creaban un ambiente que se va perdiendo. Son blancos, azules, encarnado… Es un asunto a tener en cuenta”.

Volviendo a su personaje, la caracterización es fundamental. “Al ser una de las figuras principales me miman mucho”, admite. Es precisamente Lewis Amarante, considerado por algunos medios como el octavo maquillador del mundo y el embajador español de la firma de cosméticos Max Factor, el que se encarga de maquillarlo. “El equipo del Paso Blanco de maquillaje es impresionante. Está Lewis, pero también Esther, Helen… En mi caracterización tardan unas tres horas, porque son muy perfeccionistas”.

El grupo de la reina de Saba lo integran 52 esclavas, 10 plumeros y 33 esclavos abisinios. A ellos, se suman 4 esclavas, 2 esclavos, un timbalero y la reina de Saba, que integran el cortejo de la carroza, además del capataz. “Es uno de los grupos más vistosos de la Semana Santa lorquina. En carrera es espectacular. Lleva ritmo y una parafernalia que lo hace muy armonioso”. Y cuenta una curiosidad que pocos saben. “Entre los esclavos hay mujeres. Suelen salir dos, tres, cuatro niñas. Pero, también, algún azul. Los participantes son grupos de amigos que se suman al cortejo como esclavos de la reina de Saba. Suelen quedar para participar y si hay alguno de ellos es azul, también se incorpora”.

Encarna al capataz de la reina de Saba el Domingo de Ramos, el Jueves y Viernes Santo. Y el Viernes de Dolores ejerce de mayordomo. “Hay que estar donde te necesitan. Ese día ayudo a dirigir la procesión, cambiando totalmente el papel que desempeño habitualmente”, concluye.