Personajes del Cortejo

Nieves Castellar: “Los palcos, blancos y azules, se levantaban y me jaleaban cuando pasaba con la cuadriga al galope”

Estaba predestinada a estrenar la carroza de Meiamen pero se empeñó en emular a sus ídolos Purita Vizcaíno y Ana Albarracín

Nieves Castellar, encarnaba al personaje de Domicia Longina, en una cuadriga del cortejo azul por la carrera principal de la Semana Santa lorquina.

Nieves Castellar, encarnaba al personaje de Domicia Longina, en una cuadriga del cortejo azul por la carrera principal de la Semana Santa lorquina. / L. O.

Volar por la carrera principal con una cuadriga es un sueño”. Un sueño largamente perseguido por una entonces joven Nieves Castellar Rodríguez que estaba predestinada a estrenar la carroza de la princesa Meiamen. “Me negué en redondo cuando mi padre, Antonio Castellar, me lo anunciaba aquella noche. No quería salir de princesa en una carroza. Quería ser auriga, llevar la cuadriga de Flavia, emular a mis ídolos que eran Purita Vizcaíno y Ana Albarracín”, recordaba.

Es azul desde el mismo instante en que nació. Es más, fue inscrita en el Paso Azul antes que en el Registro Civil. Y entre los nombres que atesora no falta el de los Dolores que comparten las cuatro hermanas. Nieves María de los Dolores era testigo con apenas cinco años de esas largas madrugadas en San Francisco en que se adornaba el trono de la Dolorosa. “Se pinchaban las flores, entonces claveles y gladiolos, en barro. Era un trabajo muy laborioso, un arte, con una dificultad extrema que pocos dominaban”, señalaba.

Esa, entonces niña, pasaba sus días entre la iglesia de San Francisco, los talleres de bordado y el ‘Mercado’ de Santa Quiteria, donde estaban los caballos de los azules. “Disfrutaba viendo ensayar a Alejandro Quiñonero Jiménez y Serafín Piñeiro Martínez. Eran guapísimos y montaban como nadie. Tenían un dominio espectacular. Eran mis ídolos”, relataba.

Nieves seguía en su empeño de protagonizar a Flavia Domicia y cada día expresaba este sentimiento a todos los que por aquel entonces se daban cita en su casa, directivos del Paso Azul de la época de José María Castillo Navarro. “Los tenía hartos. Un día y otro estaba con la misma retahíla. Los aburría”. Y, mientras, de cuando en cuando, Alejandro Quiñonero y Serafín Piñeiro, le daban una vuelta en el carro. “Tenía seis o siete años y me decían que me subiera y algunas veces me dejaban tomar las riendas. Para mí, aquello era una locura”.

Ordenaba sandalias en el Paso y daba la vuelta a los ‘puntos’ que llevaban los figurantes antes de que fueran lavados. “No era como ahora que hay lavadoras y secadoras. Entonces, se lavaban a mano y se tendían en cuerdas por todos lados”. Y, mientras, su padre intentaba, sin conseguirlo, quitarle de la cabeza esa intención de llevar un carro por la carrera. “A Joaquín Jimeno, Chito, lo llevaba loco. No llegué a conocer a Purita Vizcaíno, pero había visto fotos de ella por la carrera y me parecía increíble lo que hacía. Y a Ana Albarracín la tenía harta. Le pedía que me hablara de cómo era sacar un carro al galope, cómo lo había vivido… Lo mío era una obsesión. Cuanto más me decían que no, más me empañaba yo en que sí. Y, finalmente, insistí en que me probaran y si no servía, dejaría de dar la lata”.

Y así ocurría. Joaquín Jimeno daba la orden de que llevaran a la joven al ‘Mercado’ y la pusieran a prueba. “Me volví loca de alegría. Me subí en el enganche y di cuatro vueltas. No tenían que decirme cuál era su decisión final, porque la vi reflejada en sus caras. Daban su aprobación”, afirmaba emocionándose como entonces.

De aquella primera salida en el cortejo recordaba que “los palcos, blancos y azules, se levantaban y me jaleaban cuando pasaba con la cuadriga al galope”. Se ponían en pie para ver entrar la cuadriga de Flavia, encarnada en una joven Nieves. El carro no se preparaba en la entrada de la carrera dispuesto a salir, sino que llegaba doblando la esquina del Óvalo con los caballos al galope y así iniciaba la entrada en el ‘tubo’, como llaman los caballistas popularmente a la arteria principal de la ciudad cuando está ocupada por la arena.

Domicia Longina, Flavia, como se le conoce en el Paso Azul, la recreaba como nadie Nieves Castellar, que conseguía así el propósito largamente perseguido desde que era una niña. Domicia Longina, esposa de Domiciano y madre de Vespasiano, integra el grupo conocido como de los Flavios, una dinastía que se estrenaba en la Semana Santa de Lorca en el año 1947. Y ‘la Castellar’, como la llaman algunos, ‘volaba’ con la cuadriga que dirigía con una sola mano. “Antes no era como ahora que todas las riendas van juntas. Cada caballo tenía dos. Yo las llevaba todas, las ocho cuerdas, en una mano, porque la otra la mantenía todo el tiempo en alto, saludando a los palcos”.

Llevaba el manto blanco de Flavia y el pelo muy largo. “Tanto, que cuando hacía las frenadas y doblaba la rodilla el pelo barría la arena de la carrera”. De aquella primera vez recuerda que al tomar la curva del Óvalo experimentaba una sensación que nunca más ha vuelto a sentir. “Mira que he vivido cosas en esta vida, pero como aquello, nada. Fue una emoción tan grande que no se puede expresar. Una locura”.

Antes de adentrarse en el ‘embudo’ se encomendaba a la Virgen de los Dolores. “Siempre le pedía lo mismo, que todo saliera bien, pero que, si tenía que haber un percance, que la que se viera afectada fuera yo, que no le ocurriera nada a los que estaban en los palcos”. Llevaba un palafrenero de lujo. “Recuerdo que el primer año Castillo Navarro le quitó la tunicela al palafrenero que me acompañaba y se la puso a Serafín Piñeiro con una indicación clara: ‘La acompañas de principio a fin y que nadie se acerque, que nadie la toque’. Fue un orgullo llevar al palafrenero más importante de Lorca. El mejor, el más grande. Un placer y un honor. No dejó a nadie que se acercara al carro, ni que tocaran los caballos… Me dejó tranquila para que ‘volara’ por la carrera y así lo hice”.

El final fue “glorioso”. En Floridablanca le esperaban blancos y azules. “Estaban todos mis amigos, Juan Andrés Ibáñez Vilches, Jesús Pérez Laserna… Todos me abrazaban y me felicitaban. Aquello fue una locura el recibimiento que me hicieron”. De aquellos días recuerda a mucha gente y muchos nombres, pero asegura que hay una persona a la que le guarda un cariño especial. “A Chito le debo que confiara en mí, que me permitiera salir, aunque pienso que lo hizo porque se hinchó de oírme”, reía divertida. Y es categórica al afirmar que “como el primer año, ninguno”. Estuvo procesionando años, “pero esa sensación de lo desconocido, de ver la carrera levantada jaleándote, esa mezcla de alegría y nerviosismos por lo que está por llegar, no volvió a repetirse nunca”, concluía.