Opinión | Todo por escrito

Vacaciones de verano

Las vacaciones de verano estaban todavía en el aire. Su presupuesto no le daba para mucho este año y tampoco tenía a nadie con quien irse. Si nada cambiaba, terminaría en el piso de Los Urrutias con sus padres. «Tranquila –se dijo-, estamos a principios de junio. Algo surgirá. Hay más días que longanizas».

De camino al trabajo, tuvo una sensación extraña. La calle por la que pasaba todos los días parecía la de siempre, pero algo no terminaba de cuadrar. Miró al cielo: las nubes estaban demasiado altas y no se movían. Empezó a sospechar que la gente que iba y venía, que paseaba a sus perros y hablaba por el móvil, eran figurantes. Estaba segura de que el hombre del bar que sostenía una taza de café, estaba en realidad ‘simulando’ beberse un café.

Al llegar al trabajo, encendió el ordenador y no sintió nada. Si acaso un poco de asco. Tuvo que hacer un esfuerzo hercúleo para mover los labios y darle los buenos días a Almudena, que hoy se había bañado en una colonia que olía igual que un insecticida. Se imaginó la cabeza de Almudena en el cuerpo de una mosca. Pensó en cómo sería fumigarla. El día pintaba bien, o mal. Nunca se sabía. Lo importante es que pasase rápido. Que acabara cuanto antes.

Se conocía lo suficiente como para saber que aquellas señales indicaban que necesitaba urgentemente un cambio de aires. Así que a la hora del almuerzo le pidió a su jefe adelantar sus vacaciones. Aceptó a regañadientes y solo porque el resto prefería librar en julio o agosto. Buscó en Ryanair vuelos para ese mismo fin de semana y compró el más barato. Unas horas después, apareció en Garachico.

Garachico tenía playas de arena negra y acantilados, pero lo mejor eran sus piscinas naturales de roca volcánica. El pueblo había resurgido de sus cenizas, tras la erupción del volcán que lo destruyó en 1706. Su posición en el noroeste lo mantenía a salvo de las hordas de turistas alemanes e ingleses, que optaban masivamente por el sur de la isla.

Decidió pasar la mañana en los charcos de El Caletón. Activó el Spotify y se tumbó sobre las piedras negras. En cuanto los pies perdieron su verticalidad, percibió el olor del sol. Una nota de la canción que estaba sonando anidó en su pecho, a la altura del esternón. Se relamió los labios: sabían a salitre del Atlántico. Observó las nubes: los Alisios las empujaban a toda velocidad, disipando cualquier atisbo de irrealidad o desencanto.

Las vacaciones de verano eran algo tan serio como trabajar o vivir o cualquier otra cosa en este terrible y maravilloso mundo.

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