Opinión | Todo por escrito

Aunque sea lunes

Somos mucho más que nuestro triste ‘yo’ laboral: somos el ‘yo’ que aprende artes marciales, el que escribe libros, el aficionado a la cocina hindú, el que baila ‘dembow’, el que lo deja todo para irse a dar la vuelta al mundo…

Esta semana, una buena amiga me confesó que le ha cogido fobia a los domingos: «Es por culpa de los lunes. Pienso en ir a trabajar y me da el bajón. Cada vez se me hace más cuesta arriba». Para tranquilizarla, le dije que, en general, los lunes son un mal día para todo el mundo, tanto si amas tu profesión como si la detestas o te dedicas a tus labores.

Pero hay lunes y lunes, claro. Si el plan de ‘sofá, peli y mantita’ del domingo por la tarde desemboca en ideaciones suicidas y al levantarnos el lunes desearíamos ser otra persona, estamos ante dos síntomas inequívocos de que debemos cambiar de trabajo.

Todos tenemos dos versiones de nosotros mismos: la laboral y la personal. Una de mis series favoritas, ‘Severance’ -en Apple Tv-, parte de esta premisa: unos oficinistas son sometidos a un experimento quirúrgico que separa los recuerdos que tienen del trabajo de los de su vida privada. Esto crea dos versiones completamente aisladas de sí mismos: una que solo existe en la oficina y otra que solo existe fuera de ella.

Cuando trabajamos, nos ponemos una máscara que nos protege de los demás, pero nos desconecta de nosotros mismos. Nuestro ‘yo’ laboral, el ‘alienado’, es competitivo y productivo, pero está muerto por dentro: es una cáscara sin alma al servicio del sistema, lo que se conoce como un ‘buen profesional’.

Ese replicante que se apodera de nuestro cuerpo de 9 a 5 suele llevar una máscara de ansiedad, frustración y enfado, por lo que, si un día nos cruzásemos con él, ni lo reconoceríamos. El propio sistema nos ofrece eficaces métodos de disociación para que sigamos produciendo, sin hacernos preguntas.

Los médicos recomiendan a las personas que sufren adicciones que busquen ‘anclajes’ vitales a los que agarrarse durante su recuperación. Esas redes de seguridad son la familia, los amigos, la pareja, las aficiones, etc. Cuantos más anclajes tengan, menor es la posibilidad de que las adicciones arrasen con todo. 

Con nuestra identidad ocurre igual: cuantas más facetas de ella descubramos y cultivemos, más sencillo nos resultará encajar los golpes y levantarnos con alegría, aunque sea lunes. 

Somos mucho más que nuestro triste ‘yo’ laboral: somos el ‘yo’ que aprende artes marciales, el que escribe libros, el aficionado a la cocina hindú, el que baila ‘dembow’, el que lo deja todo para irse a dar la vuelta al mundo… Tenemos dentro un ejército de ‘yoes’ deseosos de conquistar nuevos espacios. No permitamos que los tentáculos del trabajo los fagociten y aniquilen a todos. 

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