Opinión | El retrovisor

Aquellos tiempos: Juan Antonio Megías García

Don Juan Antonio Megías fue angelote de bucles dorados. Alegre, de muslos magros y sonrisa cautivadora, una sonrisa que se ha perpetuado a lo largo de los años y que le ha convertido en un señor socialmente considerado, amable y con buenas maneras

Juan Antonio Megías, presidente del Real Casino de Murcia, en su niñez.

Juan Antonio Megías, presidente del Real Casino de Murcia, en su niñez. / Orga

Aquí lo tienen, el presidente del Real Casino de Murcia en su más tierna infancia. Una imagen del pasado que permite descubrir facetas ocultas y menos ocultas de don Juan Antonio Megías, gestadas en sus primerizos meses de vida.

Un angelote de bucles dorados. Alegre, de muslos magros y sonrisa cautivadora, una sonrisa que se ha perpetuado a lo largo de los años y que le ha convertido en un señor socialmente considerado, amable y con buenas maneras. Su pelo rubio, ondulado, sin gorros ni aditivos (no sabemos si el rubio se debe a la aplicación de la camomila, tan del gusto de las madres de la época), su figura podía responder a la de un niño descrito por el admirado Chesterton en alguna de sus obras literarias.

El señor Megías tuvo una infancia ordenada, pese a algunas travesuras propias de la inexperiencia. Vino al mundo en el antiguo Hospital Provincial, a la vera del río Segura, un 23 de julio de 1956. Una fecha estival que le hizo soñar con mares y las grandes aventuras que estos conllevan (de ahí el barquito en la fotografía). Su forja intelectual vino marcada por el influjo de los tebeos del Capitán Trueno y Tintín, personaje creado por el belga Hergé, lo que nos lleva a pensar en la destacada vertiente internacional del retratado, ya que lo normal era leer también El Jabato o en su defecto a Roberto Alcázar y su intrépido amigo Pedrín.

Juan Antonio Megías, presidente del Real Casino de Murcia, en su niñez.

Juan Antonio Megías, presidente del Real Casino de Murcia, en su niñez. / Orga

Romántico empedernido, es feliz en los otoños, estación que acumula los días grises de dorados atardeceres que motivan la melancolía. 

La autoridad competente, como a todos, le amenazaba en esos días en una doble vertiente, la dolorosa: «Te voy a dar con la zapatilla» y la entrañable: «¿Qué quieres merendar?».

Megías conserva aún, para su deleite gastronómico, el sabor picante de los bocadillos de salchichón ‘Rolfho’, adquiridos en la inolvidable tienda de ultramarinos de Rodrigo Menchón, galguerías que degustaba ante la tele en blanco y negro, cuando veía Rin-tin-tín y al Cabo Rusty, tras las duras jornadas escolares en Santa Joaquina de Vedruna o Maristas, a los que acudía a pie con ensoñaciones sin fin.

Don Juan Antonio sigue festejando, su carácter afable así lo indica, su tremenda alegría ante la moneda de un duro que el Ratoncito Pérez le dejó bajo la almohada en un feliz despertar, tras la caída de su primer diente; capital que invirtió en un soberbio helado adquirido en ‘La Benejamense’, el mismo que consumió mientras escuchaba en la radio Garbancito de la Mancha

Aún, este niño de sonrosados mofletes sueña con películas como La Pandilla, rodada en el Colegio La Merced, la que tuvo como actores secundarios a don Miguel Masotti y a don José Valverde, mi querido ‘Pichilate’. 

La música forma parte de su ser, y la tuna de Derecho, donde tocaba la bandurria, fue la mejor escuela, así como las melodías que sonaban en su picú en tardes de estío, canciones en inglés de Tom Jones o Cat Stevens, las mismas que tarareaba en las siempre febriles y sufridas tardes invernales, aquejado con el sarampión.

Dicen lenguas indiscretas que, en otros tiempos, el entonces consejero Megías llegó a convidar a don Manuel Fraga a su añorado platillo preferido, la golosa papilla de plátano, galleta María y zumo de naranja, bien compactados sus ingredientes por el tenedor. Aunque eso es otra historia.

Estudios: Licenciado en Derecho

Profesión: Funcionario. Letrado de La CARM.

Presidente del Real Casino de Murcia.

Foto: Orga.

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