Opinión | El prisma

¿En qué nos afectará el resultado de las elecciones catalanas? / Un poco más de confusión, por favor

La nueva guerra ideológica preventiva de la derecha consiste en anticipar que Pedro Sánchez, además de la amnistía, va a entregar la Generalitat a Puigdemont para que gobierne en minoría con el apoyo del PSC, lo que implicará una nueva cascada de privilegios fiscales, inversiones públicas en infraestructuras, mejora de la financiación y seguro que alguna cosa más que solo el maligno habitante de la Moncloa sabe

Salvador Illa, líder del PSC, celebra el resultado de las elecciones catalanas.

Salvador Illa, líder del PSC, celebra el resultado de las elecciones catalanas. / Lorena Sopena / Europa Press

Creían algunos, apenas llegaron los resultados electorales de Cataluña, que algo de clarificación iban a aportar los guarismos al maremágnum político-judicial del que se disfruta en el Estado español desde hace poco más de cinco años. Exactamente desde que una partida de funcionarios y no funcionarios se atrincheraron en el Consejo del Poder Judicial por interés de sus inductores políticos, amalgamados tanto en su sacrosanta profesión como en el partido preferido por la mayoría de esta.

La cosa es bien distinta, como ya se vio en apenas una semana. La nueva guerra ideológica preventiva de la derecha española consiste en anticipar que Pedro Sánchez, además de la amnistía, va a entregar la Generalitat a Puigdemont para que gobierne en minoría con el apoyo del PSC, lo que implicará una nueva cascada de privilegios fiscales, inversiones públicas en infraestructuras, mejora de la financiación y seguro que alguna cosa más que solo el maligno habitante de la Moncloa sabe.

Ese es el discurso de reacción de la derecha tras la victoria indiscutible de Salvador Illa en las autonómicas. Coronan el infecto pastel con llanto y crujir de dientes sobre el seguro aumento de las desigualdades entre los ciudadanos de pasaporte español: los catalanes van a seguir teniendo cada vez más de todo (los vascos también, pero más discretamente). El resto, ajo y agua, en la senda del cada vez peor.

Sorprende que los defensores a ultranza del liberalismo minimizador del Estado, que llevan años clamando por el desmantelamiento de las estructuras públicas (físicas, impositivas o regulatorias) y causando el incremento de las desigualdades sociales, se hayan convertido, esos defensores, digo, en adalides de la igualdad de todos los españoles cuando miran a Cataluña, Navarra o País Vasco.

Supone esa postura bien un desconocimiento supino de la realidad histórica del Estado español y del régimen de las autonomías vigente, bien un burdo intento de manipulación y tergiversación de las legítimas aspiraciones a la igualdad de los ciudadanos, aunque solo sea la de oportunidades consagrada incluso por la Iglesia nacionalcatólica.

Parlotean también sobre la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley cuando, a poco avisado que se esté, es obvio que difícilmente esta se cumple en un estado desregulado, ultraliberal, sin ningún control sobre las actividades de aquellos.

En definitiva, la campaña que la derecha y alguna izquierda, que olvida que el nacionalismo es contradictorio por naturaleza con ella, se dedica a esparcir basura contra la amnistía a los delincuentes del procés, ahora precisamente que se puede dar por muerta, y bien muerta, a esa creación del pujolismo –el hereu Artur Mas fue su primer proclamador–, sin tener en cuenta que mientras el PP no vuelva a ir a pachas con la JuntsXCat del huido al exilio en el maletero de un coche, tercero en la línea de sucesión de Sant Jordi, no va a rascar Moncloa ni jarto de vino.

En esa línea de irredentismo, en el partido de la derecha extrema española no se ponen de acuerdo en si se ha producido efectivamente el deceso del desvarío impulsado principalmente por la derecha extrema catalana y secundado por extremistas de derecha e izquierda y hasta por socialdemócratas extraviados en la historia, como los seguidores del catolicísimo Oriol Junqueras, que amaga con quemarse a lo bonzo en la Gran Vía de les Corts Catalanes para rematar su particular esperpento.

Porque está claro que el fracasado Puigdemont no lo va a hacer, probado como tiene su supuesto valor gracias al episodio del cruce de frontera camino del lugar de la mayor de sus derrotas: Waterloo. A partir de ahora continuará incordiando si consigue, como parece, ser beneficiario de la amnistía, a pesar de la oposición frontal y torticera de algunos magistrados. Su objetivo es contribuir a la confusión reinante, a ver si arrambla con algo. Añora los tiempos del ‘tres per cent’. Qué se le va a hacer.

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