Opinión | De vuelta

Segunda vuelta: urgencia democrática

Ayer hubo elecciones en la Región Autónoma Española de Cataluña. Naturalmente, escribo estas líneas sin saber el resultado, pero parece estar cantado por las encuestas: Illa hará presidente a Puigdemont, quien vendrá glorioso y triunfante a España para ocupar -tras una higa bien festejada, dedicada a todo el pueblo español- el Palacio de la Generalidad en Barcelona. Pero el Idiócrata de la Moncloa seguirá en el puesto que detenta en la Moncloa -contra toda ética política- con los siete votos del mentado presidente; Illa, con su mayoría de votos y diputados, doblará la cerviz, por decirlo finamente, ante el huido de Bruselas.

Pero no es ese el asunto de estos párrafos. No sé si una segunda vuelta arreglaría nada este desaguisado que digo, pero sí lo pondría más difícil. Acaso con una mayoría más notoria de Illa sobre el otro, surgirían en el seno del PSC más discrepancias con el asunto: en algún momento, y cierta cifra de votantes a favor, tendría que surgir la hartura del votante socialista catalán ante el servilismo a Junts, aquel antiguo partido del 3% y del exiliado en Andorra, entre bolsas de basura con fajos de numerario. 

En algún momento, digo. Acaso, digo, ese punto de inflexión pudiera saltar con esa segunda vuelta, que, hoy en día es indispensable en toda democracia seria. En una segunda vuelta, desaparecerían los partidos oportunistas, hiperminoritarios, que parasitan la aritmética democrática, y todo estaría más claro. Mucho más claro. 

Votar a una sola vuelta es como ir a una casa de apuestas y que nos nieguen el conocimiento de la marcha de esa apuesta en concreto a la que queremos apostar. La votación definitiva debería hacerse sobre esa encuesta ya con ley de verdad, y no con las siempre interesadas encuestas previas. Más o menos interesadas, según quien las encarga o según cómo se hacen. Votar a una sola vuelta es votar a ciegas. Es votar solo a la luz de la propia idea y voluntad, que no siempre es firme, segura e irrevocable. La segunda vuelta ilumina el paisaje, y conjura a la oscuridad que es votar a ciegas. La racionalidad ganaría puestos a la fe como única inductora del voto. 

Sería bueno indagar cuánto voto arrepentido hay después de la votación de única vuelta. Y de cuánto voto, verdadera y legítimamente útil, se suma, en la segunda vuelta, a cuál partido y a cuál otro. Votar dos veces, sucesivas, hace más creíble, estable y duradero al voto. Sería la verdadera cosecha del voto, la auténtica votación.

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